Skinner - Imagen pública

Pareja de tres

Metiche - Imagen pública
Metiche – Imagen pública

por María Mañogil

Un buen amigo me aconsejó hace unos días que no escribiera, o al menos, que no publicara esta columna por la forma en que podría repercutir en mi vida a nivel personal.  Si no he hecho caso a su consejo, a pesar de que sé que tiene razón, es porque pienso que si lo sigo estaría motivada solamente por el miedo. Así que, el hecho de no publicarla sería lo mismo que darle la razón a lo que, precisamente, voy a escribir en ella y sobre lo que no estoy de acuerdo y eso no sería para nada coherente con mi forma de ser.  Si por expresar aquí mis pensamientos pierdo algo o a alguien, no será por lo que he dicho, sino porque lo que he dicho es la verdad y la verdad molesta y duele a quien no quiere verla, a pesar de tenerla frente a sus ojos. Si yo fui capaz de escuchar lo que piensan otras personas de mí, los demás también deberían ser capaces de leer lo que yo pienso con respecto a su actitud.

Una pareja de tres es el título en español de una película que he visto varias veces y me ha parecido preciosa . Lo he tomado prestado porque si hubiese tenido que elegir cualquier otro título habría recurrido a alguna frase típica de la serie Los Simpson, y en este momento no se me ocurre ninguna.

Hace unos días, una persona me dijo, entre otras muchas cosas, que yo estaba enferma. Por suerte y de momento gozo de muy buena salud (de lo contrario no podría ser donante de sangre). El comentario de dicha persona no se refería precisamente a una enfermedad física, más bien hacía referencia a unas crisis de ansiedad que llevo sufriendo desde hace meses y por las cuales he tenido que acudir al hospital en varias ocasiones. Por lo tanto, y dado que esa persona sabe de sobra que estoy físicamente sana, deduzco que lo que quiso decir es que padezco una enfermedad mental.

Quiero aclarar que la ansiedad no es una enfermedad, sino el síntoma de otras enfermedades como puede ser la depresión, o, en algunos casos, una reacción sintomática posterior a un estado de angustia, provocado por problemas o situaciones puntuales. Mi caso, particularmente, es el segundo.

No me afectó lo más mínimo el comentario. Por el contrario, debo agradecerle a esa persona sus palabras, ya que a raíz de ellas encontré la inspiración necesaria para escribir sobre el tema del que quiero hablar y que no es precisamente de enfermedades, ni físicas ni mentales. Eso mejor que lo escriba un médico, que seguro que se le dará mejor que a mí. Estoy segura de que si algún médico especializado en psiquiatría lee esta columna hasta el final, no será a mí a quien diagnostique una enfermedad mental.

De lo que voy a hablar es de relaciones, que de eso sí que entiendo, imagino que como todo el mundo. Buenas o malas, todos hemos tenido y tenemos relaciones, ya sean de amistad, de pareja, de trabajo, familiares o de lo que sea.

Quizás yo no soy la más indicada para hablar sobre este tema, ya que mis relaciones con los demás no han sido, ni serán nunca, el mejor ejemplo a seguir, pero, al igual que el resto del mundo, tengo todo el derecho a opinar, a decir lo que pienso y sobre todo, lo que veo. Y lo que yo veo lo ha visto mucha más gente, pero tal vez se lo han callado por vergüenza o por educación. Si yo no me lo callo es porque considero que la educación no es sinónimo de hablar correctamente, ya que a mí, hace unos días me faltaron al respeto como mujer y como persona, con tal sutileza que cualquier otra persona no se hubiera dado cuenta de ello debido a la “educación” con la que se me ofendió.

Padres - Imagen pública
Padres – Imagen pública

øLa manipulación involuntaria

Todos y todas hemos manipulado (consciente o inconscientemente) a alguien en algún momento de nuestras vidas. Desde pequeñitos manipulamos a nuestros padres mediante el llanto.

Cuando somos bebés, por ejemplo, para que nos cojan en brazos. Más tarde lo hacemos mediante rabietas para conseguir que nos compren alguna chuchería o para que nos dejen hacer lo que nos dé la gana. Incluso los animales lo hacen. ¿Acaso mi perro no me manipula cuando se queda mirándome fijamente, con esa carita de lástima y los ojos entrecerrados como si se fuese a desmayar de hambre cuando me ve comer?

Al igual que todos manipulamos, también hemos sido manipulados en alguna ocasión. Nos dejamos influenciar por las ideas, los pensamientos o los consejos de otros, y aunque no nos demos cuenta de ello, a algunos más y a otros menos, eso afecta en muchas de las decisiones que tomamos.

Esto no supone ningún problema siempre que lo reconozcamos y aceptemos que es así. El problema llega cuando la persona que está siendo manipulada no se da cuenta de ello y ya sea por debilidad, una baja autoestima, o por un aprendizaje adquirido desde niño, confunda esa manipulación con una muestra de cariño, de protección o de amor incondicional.

No digo que no sea así para la persona que manipula a otra; no todas son conscientes de lo que están haciendo. Quizás, sobre todo cuando se trata de un familiar o un ser muy querido, lo hacen con la mejor intención del mundo, creyendo que están salvando a esa persona de algún tipo de peligro. Eso podría considerarse normal en una relación entre una madre y un hijo, pero hasta cierta edad.

Toda madre (o padre) siempre quiere lo mejor para sus hijos. Eso es algo que nunca pondré en duda, ya que yo también soy madre, pero cuando los hijos crecen, esa relación de sobre-protección se puede convertir en dañina, no sólo para los hijos, también para los padres.

Como ya he dicho, yo no soy el mejor ejemplo porque he pecado de lo contrario. Dar demasiado espacio también es contraproducente, ya que la libertad tiene tendencia a convertirse en libertinaje y más adelante en abuso, si no se ponen las normas adecuadas.

Yo no soy nadie para juzgar, ya que no me gusta que me juzguen a mí. Todos tenemos el derecho a cometer errores, pero por eso mismo, también tenemos la obligación de darnos cuenta de que los estamos cometiendo para poder rectificar, o como mínimo, intentarlo.

øEl aprendizaje

A excepción de los casos que he mencionado antes, que son naturales y comunes a todos, a manipular y a ser manipulado se aprende. Hay gente más susceptible a dejarse guiar por los demás, al igual que hay gente con muchas dotes de liderazgo y les es más fácil convencer a otros de sus propias ideas. No estoy diciendo que convencer sea manipular, pero sí que es cierto que una persona con una autoestima por los suelos será más susceptible a dejarse convencer por otra que posea dotes de mando, aunque sus ideas o sentimientos sean opuestos.

Cada quien nace con su propio carácter y no se puede cambiar por mucho que se intente, pero hay ciertos rasgos que no se heredan, sino que se van adquiriendo dependiendo de la educación que se reciba a lo largo de los años, sobre todo en los primeros años de vida. Hay progenitores que, sin saberlo, educan a sus hijos para no ser sumisos, pero si se exceden en ello, esa insumisión (sic) se puede volver contra ellos mismos y convertirse en rebeldía y esa rebeldía, a veces en agresión, ya sea verbal o física.

Otros, en cambio, los educan para que sean “niños buenos”, obedientes y serviciales. Eso tampoco es “sano”, ya que puede degenerar en un sentimiento de culpa cada vez que el niño no se comporte como sus padres le han enseñado que debe comportarse y a la larga, quizás en la etapa adulta y siempre dependiendo del carácter del niño, éste arrastrará sentimientos de frustración y desesperanza cuando crea que no cumple con las expectativas de sus padres, o incluso, de otras personas.

Tanto el exceso de protección como el exceso de independencia me parecen un error. Es muy difícil encontrar un punto medio entre los dos casos, por no decir imposible, por lo tanto nadie puede juzgar a nadie. Quien diga que su familia o el entorno en el que se desenvuelve es el ideal, o tiene una venda en los ojos o está disimulando delante de los demás para esconder problemas graves de conducta de los que se avergüenza.

Sobreprotección - Imagen pública
Sobreprotección – Imagen pública

øLas relaciones insanas

Yo tengo y he tenido relaciones insanas. ¿Quién no? Si todos somos diferentes no podemos pensar lo mismo, actuar de la misma manera ni comportarnos siempre como se comportarían los demás. Somos únicos y especiales. Para que una relación, tanto de pareja como de amistad o cualquier tipo de relación sea sana, todos deberíamos ser exactamente iguales. Hay un refrán que dice que “en todas las casas se cuecen habas” y eso quiere decir que en cada familia hay problemas, discusiones, malos entendidos, etc. Ni una sola se libra de eso. Quien no sea capaz de aceptar esto como parte de una convivencia deberá vivir solo toda su vida. Es más, deberá no salir a la calle nunca, pues allí también se relacionará con otras personas y estará expuesto a algún roce con cualquiera que se le cruce en el camino.

Para mí, una relación completamente sana no existe. Claro que hay cosas que, como a todo el mundo, no sólo no me parecen sanas , sino que me parecen hasta vergonzosas y humillantes.

Cada quien lo verá de una manera distinta, yo sólo doy mi opinión, que, casualmente, coincide con la de muchas más personas que están a mi alrededor . Tal vez todos estemos equivocados.

øRelación paterno-filial y relación de pareja

Unos padres con sus hijos mantienen una relación que perdurará, (salvo excepciones) toda la vida. Sin embargo, una relación de pareja no se sabe. A pesar de que el lazo que une a una pareja suele ser mucho más débil que el de un padre con su hijo, ésta última no deja de ser también una relación y nadie tiene el derecho a interponerse, ya que la palabra “pareja” significa “dos”, no “tres”. En este caso se llamaría “trío”.

Hay personas que, no sé el porqué, no lo entienden así y se creen que, por hacerles un  favor a sus hijos deben ser ellos quienes decidan si una pareja es adecuada o no. Aunque esto es lo mínimo y en cierta medida, comprensible; quieren ver a sus hijos felices.

Pero hay cosas peores y, como ya he dicho, vergonzosas y humillantes. Por ejemplo, no permitir que la pareja se abrace sin intervenir acercándose a acariciarle el cabello a su hijo o hija como cuando tenía cinco años. O intentar acaparar la atención de su hijito/a todas las horas posibles del día, impidiéndole así poder disponer de una vida privada como se merece cualquier persona (mucho más cuando se trata de un adulto e independientemente de que tenga pareja o no en ese momento).

O lo que es peor, llamar a la pareja de su hijo o hija para pedirle que acaben su relación o hacer de intermediario para romper, porque supuestamente, su hijo o hija se lo ha dicho, actuando como representante de un adulto al que, en este caso, se le está tratando como a un niño, o mejor dicho, como a una persona con deficiencias psíquicas que no es capaz de hablar ni de decidir por sí misma.

Por supuesto que la culpa de esto no la tiene quien manipula, sino quien se deja manipular. Cuando alguien tiene la madurez suficiente para empezar una relación de pareja, debería tenerla también para acabarla del mismo modo: de frente, dando la cara y sin terceras personas hablando en su nombre.

Si en una pareja hay problemas, son dos los que tienen que solucionarlos. El tercero estorba.

Skinner - Imagen pública
Skinner – Imagen pública

øEl síndrome de Seymour Skinner (Los Simpson)

Los hijos tenemos unas obligaciones (legales y morales) con nuestros padres, al igual que las tenemos con nuestros hijos. Creo que la ley no tendría que recordarnos que cuando nuestros padres son ancianos, están incapacitados o enfermos debemos prestarles ayuda, porque, que yo sepa, cuando tenemos un hijo no viene un juez al hospital con el código civil en la mano a leernos nuestras obligaciones. Sin embargo, hay personas que se desentienden e incluso se deshacen de sus padres o abuelos cuando estos ya no les “sirven” y los consideran un estorbo.

En el extremo opuesto están las personas que padecen el “síndrome de Seymour Skinner”. Son las que tienen miedo a perder el cariño de sus padres si no hacen todo lo que les han enseñado que debe hacer un buen hijo. Tienen miedo a que sus padres enfermen o se sientan solos y se culpabilizan cuando eso pasa. No se ven capaces de reclamar su espacio y su derecho a la intimidad porque piensan que no se lo merecen y que para lo único que han nacido es para cuidar y ejercer de acompañantes de sus papás. A los papás eso les viene muy bien porque pueden ejercer a su vez el papel de cuidadores y controladores, que quizás cuando eran jóvenes no pudieron desarrollar debido a su trabajo.

Ni un caso ni el otro están bien. Creo que el primero es una atrocidad, además de un delito que puede y debe ser denunciado por cualquier persona que sea testigo del abuso o abandono al que está siendo sometido el anciano. El segundo caso es un problema que empeorará a medida que pasen los años, a no ser que se tomen medidas al respecto y la persona que padece ese síndrome es la única que puede hacerlo poniendo límites. Aunque es muy complicado, mucho más que cuando se trata de los hijos, ya que estos siempre tenderán a independizarse, no así como los padres, que serán cada vez más dependientes de los hijos.

El único culpable de ser manipulado es el que se deja manipular. A pesar de sentirse inseguro, deprimido, triste o de ser una persona buena, generosa o agradecida, nadie debería anteponer su intimidad, su vida privada o sus sentimientos y decisiones a los deseos o necesidades de otra persona, sea quien sea.

Como he dicho antes, todos hemos manipulado en algún momento, pero hay casos muy extremos en los que la vida de una persona queda anulada por completo y a lo único que se dedica es a vivir la vida de otra. Eso sí lleva a caer en picado en una depresión. Luego es muy fácil echar la culpa de esa depresión al último que ha llegado, que aún siendo la gota que colmó el vaso y asumiendo su parte de responsabilidad, no es la causa de un problema que lleva años estancado y que se remonta a la infancia.

Con esto no quiero decir que haya que dejar de lado a los padres, pero sí que los padres deberían aprender (si sus facultades mentales se lo permiten), a respetar la vida privada de quienes ellos creen, en su ignorancia y excusándose en deseos de protección,“de su exclusiva propiedad”, ya que no les hacen ningún favor. Por el contrario y más pronto que tarde, les perjudican.

También los hijos deben aprender, no a enfrentarse, pero sí a defender su derecho a la intimidad sin sentirse culpables por ello, ya que cuidar a los padres ancianos no significa renunciar a su individualidad. El cordón umbilical se corta a los pocos minutos de nacer, no se lleva colgando toda la vida.

Los hijos se tienen para que vuelen y formen su propia familia, no para mantenerlos atados a nosotros para siempre. Al fin y al cabo nosotros nos moriremos y ellos se quedarán un tiempo más. Dejemos que amen a quien quieran amar y si necesitamos de su compañía siempre la tendremos, incluso la de sus parejas, siempre que sepamos comportarnos y entendamos que la pareja de nuestro hijo no nos va a robar su cariño, por el contrario, nos puede ofrecer también el suyo si lo aceptamos.

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