Princesas - Imagen pública

Yo no soy un premio que hay que ganar

Princesas - Imagen pública
Princesas – Imagen pública

por Andrea Rivas

Cuando era niña construyeron el segundo piso de la casa donde vivía. Al subir a conocer mi nueva recámara, me encontré con que era la más cercana a la puerta que daba a un balcón. Salí a asomarme y mi mamá, emocionada por las mejoras a nuestra casa, me dijo algo como: imagínate, cuando seas grande, algún galán va a traerte serenata para que te asomes desde tu balcón de princesa. Y yo lo imaginé todo.

Luego de ver Aladdin cinco billones de veces y escuchar a la princesa Jasmine decir, indignada “yo no soy un premio que hay que ganar!” y recordar los constantes “esta niña está bien bonita, va a tener un chorro de galanes” me vienen algunas ideas a la cabeza.
La primera: la idea de que tantas niñas crezcan pensando en tener “un chorro” de galanes no me parece la más sana del mundo. Y es que, por un lado, ¿qué somos? ¿la carnada, el hueso que hay que perseguir? y como Jasmine, ¿el premio que hay que ganar? El supuesto ideal de tener a toda una manada de chicos mu-rién-do-se por ti, deseando besar el suelo que pisas y dispuestos a matar dragones y atravesar la galaxia para encontrarse con tu maravillosa presencia, implican que: necesitas tener una presencia maravillosa. Verte como princesa de Disney, comportarte como dama, tener la mente de un genio, además humor, seguramente habilidades gastronómicas; o más cercanos a estas épocas: habilidades con el control del Xbox, conocimientos en campos de zombies y “cosas de chico”, capacidad de parecer sexy en cualquier tipo de ropa, no hablar demasiado de “cosas de mujeres” pero ser suficientemente femenina, blah, blah. Porque ser una misma, no es suficiente. Nunca. No podemos ser carnada eficiente si no cumplimos los requisitos del depredador.

Jasmine - Imagen pública
Jasmine – Imagen pública

La segunda: Ojalá cuando se le dice a una niña que va a tener una lluvia de pretendientes alguien le avisara que más que un presagio alegre sobre un futuro posible, es una advertencia. Y de esta idea surgen dos ideas más: por un lado, mi dramatismo me permite afirmar que es sinceramente terrible la idea siquiera, de tener “un chorro de galanes” a los cuales decir: “perdón, pero es que ahorita estoy concentrada en mi carrera”, “te quiero, pero como amigos”, “es que acabo de salir de una relación muy larga y quiero tiempo para mí…” y demás maravillosas palabras que, en el 90% de los casos, significan simplemente: NO. Y lo terrible no es decirle que no a lo que no se quiere, sino que “eso” a lo que decimos “no” son personas, humanos. Algunos de ellos quizá sufran una verdadera desilusión. Algunos, quizá, en verdad lo sientan en el alma… Pensarlo es suficiente para querer salir a las calles vestida como pordiosera para no ser la causa del corazón roto de nadie… (aunque pensándolo así, ¿qué sería de la poesía sin el “no” y la friendzone y…? En fin).

Vaya, es que la situación se plantea como:

-Eres tan maravillosa que voy a ponerte todos los tipos de dulces en una vitrina. Todos mueren porque te los comas y todos son gratis. Puedes elegir uno y solo uno. Ahí están, mijita, felicidades.

-Oye, tía, elegí estos Totis, pero la Tutsi Pop está llorando, no quiero que llore, ¿por qué está triste?

-Déjala, hija, que llore. Que sufra, tú estás guapísima y estás para que te rueguen, no para preocuparte por la Tutsi Pop. Que se comporte como caramelo macizo, parece chicloso…

Y por otro lado -y hablo sólo de los extremos- hay mujeres cuyo ego es alimentado fastuosamente y que reciben, encantadísimas, las miradas y corazones de cualquiera que las contemple, así, sin dar nada, sin preguntarse nada. Qué bonita soy, sufre. El problema habla solito.

Princesas - Imagen pública
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Pero es que ¿de dónde salió semejante idea? Me parece un problema real. Vivimos en una sociedad complicada y es posible que ninguno de los adultos que miran a una pequeña coqueta, inteligente, de cabello bonito o carácter risueño y le afirman: “cuando crezcas se van a pelear por ti”, esté consciente de todo el peso que está depositando sobre los hombros de esta pre-mujer. Es posible que no se percate de que la está cosificando, al igual que al otro y a todos los que, aparentemente, están destinados a pelearse el corazón -o nalgas, o atención, o favor- de la niña que, en vez de imaginarse siendo el centro de la mirada de los futuros galanes, debería saltar en el lodo y no sé, ser una niña y preocuparse por elegir entre un Carlos V y un Lucas, lejos de las luchas de ego, los ideales de princesas y la búsqueda de toda esa innecesaria atención.

Podría escribir cosas así hasta el infinito, sin embargo la idea es esta: las mujeres no somos un premio que hay que ganar; los pretendientes no son elementos estáticos en una vitrina. Y a las niñas, ¿qué..? Dejemos ser. Esas ideas para las novelas, esto aquí, somos personas, esto que se mueve, es un corazón…

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