Estación de tren - Imagen Pública

Palabras

Estación de tren - Imagen Pública
Estación de tren – Imagen Pública

por María Mañogil

Me acosté junto a él, mientras sobre el cristal de la ventana las gotas de lluvia anunciaban el inicio de lo que iba a ser una gran tormenta que duraría toda la noche. Me acurruqué junto a su espalda desnuda y acaricié su pelo mientras recordaba que meses atrás, le había dado permiso para entrar en silencio en mi rincón, aquel rincón que arranco de cualquier trozo de suelo del lugar en que me encuentre: dos baldosas o un puñado de arena o una acera de alguna calle…Ese rincón que es sólo mío y en el que puedo encerrar toda mi vida y excluir al resto del mundo, donde no está permitida la entrada a nadie por muy parte mía que haya sido en un tiempo pasado, ayer o hace un minuto. Ese lugar al que voy a esconderme cuando tengo miedo de mi propio miedo y donde el tiempo deja de cobrar el sentido de un segundero en la esfera de un reloj, o del viento deshojando los árboles, anunciando el final de esa estación que yo dibujaba de niña con un lápiz de color azul y que aún hoy, al nombrarla, me huele a sal.

Sólo a él le dejé invadir ese espacio donde escribo, donde la única percepción del tiempo que existe es la del sonido del arrastre de un bolígrafo sobre una hoja de papel. Un tiempo medido en palabras, teniendo en cuenta que a cada palabra precede una pausa para decidir si lo que voy a escribir es lo que debe ser leído. No todo es digno de saberse

Rocé su mejilla con la esperanza de que despertara. Tenía tanto que contarle…

Imaginé cómo ordenar cada frase e inconscientemente empecé a escribir con mi dedo sobre cada parte de su cuerpo una palabra y con cada palabra inventé una historia. Eran las distintas historias que pudimos protagonizar él y yo si el tiempo, el destino, la suerte, Dios, o el diablo hubiera querido. Y de pronto abrí mi mano y borré con ella todo lo que había escrito.
Las palabras, por muy ciertas que sean, no dejan de ser sólo el último recurso entre dos personas que quizás no entendieron, no supieron, no sintieron o no quisieron lo mismo en el mismo momento. Opté por quedarme callada, cerré de nuevo mi mano y liberé mi dedo índice para, en un gesto de ternura, dejarlo dormir sobre sus labios.

Se iluminó el cielo, permitiéndome ver por un instante el cuerpo desnudo del que había sido hasta la noche anterior mi confidente, mi cómplice, mi amante, mi amigo… y segundos más tarde escuché el primero de los muchos truenos que rompieron aquella noche el silencio y el miedo se apoderó de mí.
No sé si a través de mis sueños, porque respeté cada segundo del descanso de él, pero sin pronunciar una palabra le dije que le había estado mintiendo, que en verdad nunca lo amé, que siempre estuve equivocada y confundida y que esa confusión le hizo culpable a él de mis propias culpas, que nunca pude corresponder a nada de lo que me ofreció porque siempre estuve muy ocupada buscando algo en lo que no creí. Y yo me enredé en esa mentira y la disfracé de eso que todos llaman amor y que no lo es.
Porque el amor no se cuenta y como palabra abstracta que es, también es abstracto su significado.
No se pone nombre a los momentos compartidos, a las risas, a las lágrimas y al cariño. No se utiliza el nombre de amor para construir un futuro ni para olvidar un pasado. El amor es un simple abrazo de tu mejor amigo.

Sólo supe que lo quería cuando entendí que querer sin esperar nada a cambio es la única manera en que se puede querer y que eso lo aprendí de él.

Estación de tren - Imagen Pública
Estación de tren – Imagen Pública

Aunque intenté dormir, no lo conseguí hasta que, habiendo ya amanecido, todos los tejados de las casas de la ciudad comenzaron a escupir agua, procurando eliminar cualquier resto que hiciera recordar a los humanos que los habitan la peor noche del año.

Cuando por fin el cielo decidió despejarse y dejar asomar al sol, ahora tan tímido, los finos rayos que pudieron colarse en la habitación se clavaron en mis párpados y me obligaron a poner mi mano sobre ellos para protegerlos.
Descubrí a una yo extenuada y llorosa por todas las palabras no pronunciadas y dirigidas a quien, a mi lado, seguía durmiendo plácidamente, ajeno al cambio del paisaje que se había producido durante su sueño.
Me levanté para cerrar la persiana, volvió a anochecer en los 20 metros cuadrados que nos aislaban del mundo, me abracé de nuevo a mi compañero de cama y me quedé dormida.
Cuando horas más tarde desperté, lo primero que hice fue tocarme mi mano derecha, la tenía agarrotada y me dolían los dedos de la misma forma, o eso recordaba, como cuando en época de exámenes me pasaba varias noches escribiendo en un cuaderno los temas que no lograba aprenderme sólo estudiando. Parecía que, las pocas horas que dormí, las pasé con la mano cerrada sosteniendo con fuerza un bolígrafo imaginario que se deslizaba a través del cuerpo de ese hombre al que ahora admiraba sólo por ser quien era, y grabé con tinta invisible en él todas aquellas palabras que no dije porque me faltó el valor o porque quizás es mejor ocultar detrás de un cuadro de compasión para no lastimar, cuando la realidad es que al único a quien hieren es a quien las calla.

Antes de abrir los ojos sentí unas ganas insoportables de abrazarle, de decirle que por fin me había dado cuenta que era una de las personas más importantes de mi vida, que era mi mejor amigo y que lo quería, pero cuando me di la vuelta ya no estaba… Se había ido.

Escuché el sonido de las gotas de lluvia sobre el cristal, imaginé el ondear de las hojas de los árboles intentando aferrarse al tallo para que el viento no las arranque al anunciar que ya ha comenzado una nueva estación, esa que yo dibujaba de niña con lápices de color marrón y amarillo.
Y pude sentir el olor a tierra mojada.

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Estación de tren – Imagen Pública

Las palabras, por muy ciertas que sean, no dejan de ser el medio para llegar a quienes quizás no entendieron, no supieron, no sintieron o no quisieron lo mismo que yo quise. Aprendí que cuando las palabras no llegan intactas a su destino, lo mejor es el silencio.

Volví a buscar refugio donde juré no aislarme del mundo, el mundo al que no me sentí pertenecer y el único lugar donde aprendí que no hay peor respuesta que la de tu propia voz devuelta por el eco después del grito desesperado y después de eso, un silencio aterrador. El miedo a que nadie te escuche y dejar de existir. Sentí algo de frío, a pesar del calor húmedo que acompañaba al repentino golpe de olor a sal.

 

8 comentarios en “Palabras”

  1. Ahora si que he de darte las gracias.
    Me has regalado un momento de despertar los sentimientos más agradables que podemos sentir. El sentir que a pesar de todo, somos inmensamente mejores que lo que mostramos en nuestros comentarios, casi mecánicos de política y que nos contamina el alma.
    Alma que es preciso limpiar de vez en vez, con sentimientos.
    Muchas gracias María.

    1. Gracias a ti, Ángel, por dedicar esos minutos a leer lo que escribo. Esa es la única manera de conocer más de una persona, observando lo que crea mientras no está siendo observada. Un abrazo!

  2. Hola Mari, al leer tu relato he sentido lo mismo que cuando voy al cine y me encanta la película, que no quiero que se acabe y cuando ya encienden las luces y no hay más remedio que irme, es cuando deseo con todas mis fuerzas que hagan la segunda parte, eso es lo que me gustaría que hicieras, que ese hombre volviera y pudieras decirle todo lo que en ese momento no le transmitistes en tu buen relato…. anímate y haz la segunda parte, estoy deseando leerla. Un beso Mari.
    Lola Haro.

  3. Hi Mari, tu has conseguido que yo temblara al leer tu historia, no is mentira, carne de pollo al leer, todas algun momento en nuestra vidas hemos tenido esa sensasion de necesitar dar platica a ese hombre y no ver el momento de haserlo y al finales marcha. Paresido me muy tierno historia, triste y aunque suene raro muy real al ves que irreal, esa sensasion dado me. Grasias Mari por haserme sentir a me misma en tu historia.
    Virginia Alvarez, tu amigota de Arizona

  4. Muchas gracias por tu comentario, Virginia. Has captado perfectamente el sentido que le quiero dar al relato. Un beso muy grande hasta Arizona.

  5. No sé si debo darte las gracias, pues, dadas mis circunstancias (siempre yo…), era el día equivocado para esta historia o el relato equivocado para tan melancólica jornada: ELLA acaba de subir a un engendro mecánico que la transporta a once mil kilómetros de distancia… Los últimos meses al menos compartíamos el mismo continente, y hasta la misma península gran parte del tiempo. Es día de extrañarla, tarde, pero mucho. Y queda tanto por decir…
    No hay excusa posible pues, tengo que darte la enhorabuena por el relato; obviamente me ha llegado, así que debes haber transmitido mucho y muy bien.

  6. No te preocupes, Micalet. El relato está inacabado para que los lectores puedan inventar su propio final. Todavía hay tiempo de decir lo que se siente, ya que la distancia siempre es temporal. Un abrazo!!

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