Luego

Por María Mañogil

Recuerdo una anécdota del año pasado: por estas mismas fechas,  en una de mis clases de literatura, el profesor nos pidió a cada uno de los alumnos que nombráramos a algunos de nuestros escritores favoritos. Cuando tocó mi turno, nombré a una mujer y a tres hombres; entre estos últimos a José Luis Dávila.

Una compañera se interesó por él. Al no sonarle para nada su nombre, me preguntó el título de algún libro suyo que yo hubiera leído. Tranquilamente le respondí que eso no se lo podía decir porque aún no había publicado ninguno. Y me quedé tan ancha mientras todas las personas allí presentes,  menos el profesor, me miraban con cara de sorpresa.

Espero, y sé que así será, que algún día algunos de mis sorprendidos compañeros recuerden el nombre que yo pronuncié, al menos el apellido, al leerlo en alguna librería,  justo debajo del título Entre Paréntesis. ¿Quién sabe? Quizás  tengan que comprarlo porque lo necesiten sus hijos en un futuro para leerlo en alguna clase de literatura.

Nunca ha caído un libro en mis manos por casualidad. De hecho,  creo cada vez menos en las casualidades, aunque en el destino tampoco me apetece creer. Así que diré que he leído Entre Paréntesis por un efecto de algo,  de lo que sea.

José Luis Dávila no se ha convertido en escritor por arte de magia ni por haber publicado un libro hace unos meses. Lo es desde que yo lo conozco y, probablemente y a pesar de su juventud, desde mucho antes.

Aunque quisiera, aprovechando la oportunidad que se me ofrece de hablar sobre su libro en la propia revista que dirige, no podría hacer una crítica mala sobre él después de haberlo leído porque sería injusto hasta para mí y sería una crítica falsa.

No voy a hablar ni bien ni mal de Entre Paréntesis y me voy a limitar únicamente a hacerlo de una manera objetiva para que así cada quien decida si le interesa leerlo o no, que es lo que me gusta a mí sentir cuando veo una reseña de otro libro: no sentirme presionada a leerlo ni que nadie me convenza de ello.

Ni siquiera me voy a dejar motivar por la ilusión o la «gracia» que pueda hacerme (según se interprete) que José Luis me dedicara un capítulo de ese libro por el cual aún no sé si debí darle las gracias por el detalle o enfadarme con él al suponer que su intención pudiera ser llamarme maleducada. En cualquier caso lo soy.

Pero lo personal no encaja aquí, así que ni el cariño que le tengo como persona, ni el enfado (también cariñoso) que pudieran provocarme esas tres páginas, van a influir en la  opinión que tengo sobre su libro.

Me enganché a este libro en el mismo momento en que empecé a leerlo en el avión, durante el trayecto desde México a España. El título me parece muy acertado porque precisamente empieza así,  abriendo un paréntesis que no cierra el autor, sino que deja abierto para que sea el propio lector quien lo haga cuando lo crea oportuno o bien lo mantenga abierto y se quede así mientras dure la lectura. En mi caso decidí no cerrarlo.

Y a partir de ahí, empiezan una serie de historias . Más que ensayos,  a mí me parecen parte de diferentes paisajes. Me atrevería a decir que son trozos de fotografías completas tomadas desde un ángulo diferente, vistas desde una perspectiva distinta a cómo las vemos cuando las observamos sin movimiento o en dos dimensiones.

Entre Paréntesis no capta sólo la imagen de algo que puede ser un acontecimiento o una simple opinión para luego describirla. Es un libro en el que, en cada uno de sus capítulos se consigue transformar lo habitual, como puede ser una mirada, una pieza de fruta, tomarse un café o un simple paseo, en algo único y especial. Y algo tan abstracto como la muerte o el tiempo, en la más simple expresión y sin utilizar más símbolos que las acertadas palabras del escritor.

Es una forma diferente de ver el mundo del que formamos parte, no desde nuestra propia perspectiva, sino desde fuera de nosotros mismos. Sin perder, sin embargo, la capacidad de seguir sintiéndonos ahí mismo, pero no ya como protagonistas, sino como observadores.

He de decir también que,  sin ser demasiado aficionada a la fotografía, uno de los capítulos que me llamó más la atención y que más disfruté, fue precisamente el que lleva ese título: «Fotografía».

Esa es una de las razones por las que Entre Paréntesis me parece excepcional, porque está escrito de tal forma que el lector se siente «obligado», por decirlo de algún modo, a seguir leyendo incluso si el tema sobre el que lee no es del todo de su agrado, no le interesa lo suficiente o no se siente identificado con él.

Si yo me hubiese sentido totalmente identificada con este libro en todo momento mientras lo leía, no podría estar haciendo una reseña de él, pues de eso se trataba, de abrir un paréntesis y quedarme en su interior para mantenerme al margen de lo que estaba leyendo y poder opinar después sin que me afectase y poder contar a otros mi experiencia  En este caso ha sido una experiencia inmejorable y sería una lástima privar a esos otros de la oportunidad de atreverse a leerlo,  porque, sinceramente, vale la pena hacerlo.

Ahora cierro el paréntesis y espero al próximo libro. Pero eso, como dice José Luis en el último capítulo, será luego.

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