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Unicornio tecnicolor

Traducción de E. J. Valdés

El Internet tiene un potencial infinito para el mame, y el tema de ocio que más recientemente se apoderó de las redes fue el Unicorn Frappuccino de Starbucks, una bebida de temporada que causó tal furor que no solamente se agotó en las sucursales mexicanas para desmayo de los consumidores (situación que me recordó un poco aquel episodio de los Simpson en donde el Krusty Burger introducía la “costillita” o Ribwich), sino que detonó una suerte de debate sobre cuán responsable, absurdo o inteligente es vender y beber una bebida conformada en su mayoría por azúcar, grasa, jarabes y colorantes artificiales. Bueno, de entre todo lo que se dijo y quizá aún se dirá sobre este producto nada encontré más curioso que este artículo de Tyler Schmall, redactado como si fuera una irónica carta de Rutherford Q. Starbucks, imaginario fundador de la cadena de cafeterías. Aquí se las comparto en español. Al final encontrarán el enlace al texto original en Mashable.

Soy el fundador de Starbucks y les ruego que dejen de comprar el Unicorn Frappuccino

Hola. Mi nombre es Rutherford Q. Starbucks y soy el fundador de Starbucks.

Cuando un empleado vino a mí por primera vez con la idea del Unicorn Frappuccino le dije que no. Le dije que en Starbucks respetamos a nuestros clientes y ellos, a su vez, nos respetan a nosotros. Nuestra misión es brindar a nuestros clientes una deliciosa bebida con cafeína para complementar su día.

Le expliqué que nuestra misión no es llenar un vaso con alguna patraña innecesariamente azucarada y con los colores de un arcoíris para venderla por cinco dólares. Que nuestros clientes son inteligentes. Que no comprarían eso. Creí en ustedes. Pero él insistió.

Así que, en contra de mi buen juicio, hicimos la prueba en una tienda. ¿Y saben qué? Se vendió como loca. Vendimos tanta de esa bebida de unicornio que no tuve más opción que incorporarla al menú de todo el país.

¿Qué en el nombre de Dios tienen en la cabeza, gente? ¡Santa María, madre de Dios! ¿Qué les pasa?

Comencé Starbucks con una sencilla misión: vender café ordinario a precios considerablemente más elevados que otras tiendas. Tuve éxito. Pero, ¿y ahora? Ni siquiera sé quién soy. Me he vuelto cínico con el éxito de la horrenda bebida de unicornio. ¿Cuándo menos tiene cafeína esa cosa? No lo sé. No me importa. Y a ustedes tampoco; la comprarán y la beberán. ¿Por qué? Porque nosotros les dijimos que lo harían.

¿Tienen idea de cuánto nos cuesta hacer un Unicorn Frappuccino? Nada. Nos cuesta cero dólares. Es Splenda, hielo y colorantes. Ya sé, yo tampoco puedo creerlo.

Nuestros baristas les ruegan que no compren esta monstruosidad. Ha hecho de sus vidas en un infierno. “Toma cuarenta y cinco minutos prepararla”, se quejan. “Ni siquiera sabe bien”, dicen. ¿Y ustedes les hacen caso? ¡No!

Puercos. Son unos salvajes, salvajes puercos.

Todos los días despierto en una cama hecha de dinero. Literalmente: en lugar de plumas o algodón, está rellena con fajos de billetes de cien dólares. No es cómoda y no duermo a gusto, pero lo hago porque puedo, porque el capitalismo prospera.

Ustedes son hormigas y yo un niño con una lente que se ha vuelto loco.

Me enferman, al igual que esa agua de unicornio que vendo por cinco dólares la onza.

Cada Unicorn Frappuccino que compran paga otra tina de oro (macizo) en mi (enorme) jardín. ¿La necesito? No. ¿La utilizaré alguna vez? ¡Por supuesto que no!

Este fin de semana compraré una isla. No tengo la mínima intención de poner un pie en ella pero tengo los recursos para pagarla y lo haré.

Espero que disfruten del Unicorn Frappuccino que no causa sino sufrimiento a quien lo toca. Me ha devastado como empresario y como amante del café.

Por favor, compren nuestro nuevo Vomit Latte. Sabe a vómito de verdad y cuesta sólo diecisiete dólares.

Texto original: http://mashable.com/2017/04/22/stop-buying-the-unicorn-frappuccino/?utm_cid=mash-com-Tw-main-link#wLy7.y5qhPqS

Hunter S. Thompson y sus días en Hawaii

La maldición de Lono - Imagen pública
La maldición de Lono – Imagen pública

por José Luis Dávila

Lo leí en un día, y no creo que haya mejor manera de leerlo. Corrijo. No creo que haya ninguna otra manera de leerlo. Absolutamente ninguna. La prosa de Thompson es una línea de cocaína, pura en su artificialidad, y debe aspirarse como tal. Cada página está llena de desencanto por la conciencia, como si la aversión a ésta fuera necesaria para vivir plenamente. Cada paso que da en su relato de los días en Hawaii tiene en sí la necesidad de demostrar que no hay nada para demostrar, que la vida es un lugar tan común que sólo los dispuestos a animarla por cualquier medio merecen estar en ella.

La maldición de Lono, como libro de viaje, explora y desentraña las valoraciones de lo paradisiaco en un retrato pintado por las palabras de un periodista descarnado como lo fue Hunter S. Thompson, mientras que como reportaje, demuestra la necesidad de los individuos por probarse ante los demás a través de competencias que resultan incomprensibles cuando se les piensa detenidamente, haciendo de ello una crítica ácida y hasta grosera de ese onanismo que llenaba los vacíos morales con los cuales dieron inicio los 80’s.

Hunter S. Thompson - Imagen pública
Hunter S. Thompson – Imagen pública

En todo el texto, bajo la forma de comentarios mordaces y decisiones ridículamente funcionales y prácticas, el autor nos conduce por las islas de Hawaii y sus mitos inherentes, evadiendo las consecuencias de los problemas que él mismo produce y responsabilizándose por las vidas de otros, encontrando personajes que le hacen confirmar sus suposiciones sobre cómo es que se interactuaba en esa modernidad podrida.

A años de su fallecimiento, la voz de Thompson tiene actualidad. Su desenfado en la escritura, su soltura para contar, es algo de lo que muchos carecen. En La maldición de Lono no hay más poética que la verdad. Es, pues, un libro que no busca nada sino ser en sí mismo, igual que su autor lo fue; un libro que todos deberíamos leer así, sin motivo ulterior, sólo para ver cómo es que alguien se deja ser, para dejarse ser con él.

La maldición de Lono (2016), en Editorial Sexto Piso 

Los yámanas

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Por E. J. Valdés

Graciela Montes es una autora argentina que ha dedicado buena parte de su carrera a la literatura infantil. Ha realizado algunas de las  traducciones más famosas, entre las que destacan Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain y Alicia, de Lewis Carroll. También se ha desempeñado en la docencia y ha analizado con profundidad y detenimiento la literatura dirigida al público infantil. Quizá su trabajo más famoso es El corral de la infancia, que reúne ensayos y ponencias en los que critica la transformación de la narrativa para niños desde que los Grimm y Perrault la hicieron un género viable hasta el siglo XX.

Entre los párrafos del texto “La infancia y los responsables”, la autora nos comparte un relato tan fantástico que se antoja como una de esas anécdotas que Borges publicó en El informe de Brodie, así que no quise dejar pasar la ocasión de extraerlo para compartirlo:

Hace quinientos años hubo un pueblo que vivió en el extremo sur de mi país, en la Tierra del Fuego. Se llamaban a sí mismos yámanas, que significa “hombres”; los antropólogos los llaman “canoeros” porque pasaban gran parte de su vida en sus canoas, yendo y viniendo por los canales del estrecho de Magallanes, y sólo de tanto en tanto acampaban en la orilla y entraban en sociedad con otras familias. Una vida sencilla y esforzada. La mujer era la que remaba y asaba la comida en el fuego que siempre ardía dentro de la canoa; a veces también pescaba. El hombre cazaba lobos marinos y cormoranes, carneaba, fabricaba herramientas y armas; a veces también remaba. Cuando nacía un niño siempre había otra mujer —la madrina— para ayudar en el parto. La madrina se llenaba la boca de agua, esperaba que el agua se entibiase y luego la rociaba sobre el niño. Frotaba despacio el cuerpo nuevo con el agua tibia, lo secaba con musgo y lo envolvía en una piel de zorro suave y muy abrigada. Algunos días después madre y madrina alternarían las duchas de boca con algunos rápidos chapuzones en el mar. El resto del tiempo, pegado al cuerpo de la madre, en brazos o colgado de la espalda, entre pieles, nunca solo, abrigado y bien alimentado, el niño crecía. A los tres o cuatro años ya ocupaba su lugar en el centro de la canoa, jugando con los hermanos, aprendiendo a cazar, a pescar, a remar, a fabricar arpones, y trabajando también, porque era tarea de los chicos achicar el bote con un tarrito. Los adultos yámanas tenían destrezas que enseñarles a sus niños, y también una idea de la vida y de los buenos tratos con los demás hombres. La solidaridad, por ejemplo, era un valor muy alto, y la codicia era muy criticada.

En el siglo XVIII empezaron a aparecer los loberos. Expediciones en busca de pieles que se cotizaban muy bien en Europa. A veces se entretenían en hacer puntería contra los yámanas. Los lobos marinos empezaron a desaparecer de los canales. Y los yámanas también (en 1870 eran no menos de 3000, en 1886 apenas 400). El padre yámana ya no era capaz de conseguir comida para su familia. La canoa ya no era un lugar seguro. Y cuando llegaba el momento del parto tal vez ya no hubiera ninguna madrina cerca. Fue necesario desembarcar y buscar trabajo, como peones, como hacheros. En tierra estaban las misiones evangelistas. A los misioneros les parecían escandalosas las costumbres de los yámanas, que sumergían a los niños en el agua de mar, que comieran tanta carne y tan poca verdura, que se vistieran poco y con pieles. Los obligaron a cambiar la dieta, les dieron ropas de lana. Con los niños era fácil porque cada vez había más huérfanos en la isla. A los yámanas no les sentó el cambio de régimen, se enfermaron de lo que nunca antes se habían enfermado, y las ropas de lana mojadas les daban frío. Languidecieron. Entristecieron. Perdieron el sentido de la vida. Y se extinguieron (y no hubo grupo ecologista alguno que abogara por ellos cuando, en 1940, ya eran sólo 20, y poco después, cero, ninguno).

Una historia que sucede hace varios siglos y que tal vez no venga mal para entender el presente.

HIT EMOCIONAL, de Juanjo Sáez

Juanjo Sáez
Juanjo Sáez

De Sonic Youth a Los Planetas, de Radiohead a Animal Collective, de Lcd Soundsystem a Arcade Fire, de The Smiths a The StrokesJuanjo Sáez retrata sus pasiones musicales y su educación sentimental en este libro inconmensurable, destinado a perdurar. Como él mismo confiesa en estas páginas: «Yo, hace veinte años, ya era un nostálgico cuando todavía no había perdido casi nada».

Hit emocional no es solamente un manifiesto de amor absoluto al rock, sino, muy especialmente, una emotiva reflexión sobre las maneras que tiene la música de deslizarse en nuestras vivencias y redimensionarlas. Así, al hablar de los grupos que le gustan (o que le gustaron), Juanjo Sáez esboza una sentida autobiografía en la que la música se convierte en el hilo conductor que remite a lugares, momentos y personas. A lo largo de trescientas páginas memorables, esta novela gráfica, donde encontraremos el inconfundible estilo del autor (y su mezcla de humor y nostalgia), nos recordará por qué amamos tanto la música, y también a aquellos con quienes la descubrimos y la compartimos.

Hit emocional - Portada
Hit emocional – Portada

JUANJO SÁEZ nació en 1972 en La Sagrera, Barcelona. Estudió Arte, Diseño y Pintura en la escuela Massana. Durante los años noventa comenzó a colaborar en fanzines como dibujante y autor. De ahí empezó a trabajar con revistas de carácter cultural, como la revista musical Rockdelux, así como en otros medios editoriales como el suplemento La Luna de El Mundo, la revista Qué Leer, El Periódico de Catalunya o El País. Actualmente colabora en el Diari Ara.

Filibusteros (y su fábula), de Juan Sebastián Gatti

por Emanuel Bravo Gutiérrez

Amamos los anacronismos porque revelan las glorias y miserias de nuestro tiempo. La nueva novela de Juan Sebastián Gatti: Filibusteros (y su fábula) pone de manifiesto esta idea al traer de vuelta las emocionantes narraciones de piratas al no tan emocionante tiempo presente.

La narración comienza con una curiosa vacante para servir en un barco comandado por el pirata Bruno Pendragón, capitán sin experiencia alguna pero con un montón de lecturas de novelas de aventuras; así es, nuestro protagonista es un quijote de aguas oceánicas, un viejo león marino de novela. La solicitud recibe respuesta de doce curiosos personajes dispuestos a vivir la llamada a una serie de episodios llenos de batallas con sable y metralleta. Golfos y mares habitados por funcionarios corruptos a manera de serpientes gigantescas, narcotraficantes tan peligrosos como las trampas de una sirena.

Juan Sebastián Gatti
Juan Sebastián Gatti

La novela construida como una novela de aventuras del siglo XVIII cuenta su historia a partir de cortos capítulos llenos de humor donde se emula y parodia el estilo que hizo míticos a piratas y aventureros. Quizá uno de sus puntos débiles sea la corta extensión de la misma, por momentos tuve la impresión de leer bocetos para una obra más grande; ciertos personajes pierden en su caracterización una profundidad que los pudiera hacer identificables. Sin embargo, el capitán Pendragón con su personalidad avasalladora logra equilibrar este punto con discursos cantinflescos y sus ansias estrafalarias de dominar el ancho mar.

Una obra llena de humor, como todo anacronismo y parodia requiere, Gatti logra plasmar el destino de una embarcación cuyos marineros poco o nada saben de los peligros y aventuras que se avecinan cuando uno se separa de la costa, pero que poseen habilidades tan extrañas como inverosímiles como todo en esta novela felizmente extraña e inverosímil.

Cómo funciona la música, de David Byrne

Cómo funciona la música  - Portada
Cómo funciona la música – Portada

por Gerson Tovar Carreón

Byrne es mejor conocido por ser el alma creativa de la banda post-punk Talkin heads, una de las agrupaciones icónicas de la escena musical en New York. Sin embargo, a manera de ensayo, él nos presenta un libro que describe las condiciones materiales y espirituales de cómo funciona la mente creativa musical, al menos desde su experiencia.

La tesis principal de Byrne explica que la música está condicionada al lugar y al tiempo en que se crean. Así, es importante mirar esta tesis como una de las bases más sólidas del libro. La música, sostiene Byrne, “se adapta a la perfección sónica y estructuralmente al lugar donde es escuchada. Se adapta absoluta e idealmente a esa situación: La música, una cosa viva, evolucionó para encajar en su nicho disponible.”

Entonces, la creación musical depende del lugar en donde se ejecutará. Para el autor, un claro ejemplo de esta condición se encuentra en las diferencias que hay en interpretar música para una sala de conciertos clásica o un estadio. Una caverna frente a una catedral Barroca o el mítico CBGB frente a la sala de ópera de Wagner.

David Byrne
David Byrne

El texto parecería transitar de un manual técnico para músicos a un anecdotario sobre la vida de un artista, pero en realidad Cómo funciona la música va más allá; rompe la barrera de ensayo para convertirse en una literatura periférica que explora la trasformación musical desde la época de la reproductividad técnica hasta la reproducción electrónica de las piezas.

Finalmente, algo que no es del todo de mi agrado (y esto es un comentario personal no me hagan tanto caso), es la mezcla de un lenguaje técnico con conceptos como reverberación, disonancia o acústica, con un lenguaje más coloquial. Si bien esto es parte de la esencia del libro, acercarnos sin muchos líos al mundo de la creatividad y la industria de la musical,  se siente un poco desfasada la lectura.

En fin, Sexto Piso, lo hiciste de nuevo: un gran autor, un gran libro y una increíble experiencia para los amantes de la música. Altamente recomendable para todo público, como regalo de cumpleaños, graduación, boda, XV años, etc.

Me despido no sin antes recordarles que tendremos una futura reseña sobre el nuevo libro de Nick Cave, publicado por Sexto Piso, esperen por ella. Hasta pronto.

El molino de Hamlet, de Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend

El Molino de Hamlet - Portada
El Molino de Hamlet – Portada

Existen pocos libros capaces de sacudir nuestra existencia y nuestra visión del mundo hasta sus niveles más hondos, pues sus implicaciones son tales que, de ser aceptadas, transformarían nuestra concepción sobre el papel del hombre en la Tierra o, en el caso de El molino de Hamlet, sobre las historias que desde hace milenios se han contado los hombres para narrar e intentar comprender su paso por ella. La tesis de los autores es tan sencilla como inquietante: todas las tradiciones orales mitológicas, que con el tiempo serían recogidas y fijadas por la escritura para dar paso a las imponentes obras fundacionales que leemos hasta nuestros días, proceden de una rigurosa observación astronómica realizada por las culturas más diversas de la Tierra. Los hombres arcaicos, anteriores a la escritura y al pensamiento que actualmente conocemos como lógico, narraron los movimientos y las historias de los astros y del recorrido de nuestro planeta, fijando con ello el corpus esencial de historias que seguimos reciclando y recontando de maneras infinitas hasta nuestros días.

De ese modo, encontramos arquetipos recurrentes que aparecen una y otra vez en culturas tan alejadas en el tiempo y el espacio que sería del todo inverosímil conjeturar que hubieran sido transmitidos de unas a otras. Figuras como Hamlet, Sansón, el diluvio universal, las constelaciones con formas animales que configuran el zodíaco y, de manera crucial, la figura del molino que pone en marcha el tiempo, «eternidad en movimiento», son tan sólo algunos de los elementos comunes a una gran multiplicidad de narrativas mitológicas, unidas por ese anhelo tan humano que ni toda la ciencia ni la tecnología contemporáneas han logrado satisfacer: encontrar algunos elementos que sirvan de guía para comprender el fascinante enigma que constituye la existencia del cosmos como un todo, así como el misterio que sugiere esa ínfima fracción del todo que es el ser humano, y sus andanzas en el planeta Tierra.

Las lanzas rotas, de León Arsenal

Las Lanzas Rotas - Portada
Las Lanzas Rotas – Portada

Todos estamos viajando siempre, sólo que no nos damos cuenta. Hay que detenerse un momento, en el instante que sea, y pensarlo un poco: viajamos en cada minuto del día, vamos de camino hacia los cambios que surgen con cada situación que encontramos de frente. Pero cuando más viajamos es cuando somos jóvenes. Para sabernos, para conocernos desde los bosques del propio cabello y las planicies de la propia piel, viajamos desde la provincia de la mirada hasta la costa que da al mar de los otros. Viajamos para descubrir nuestras fronteras en cada aspecto.

Bajo esta premisa del viaje es como se desarrolla Las lanzas rotas, una historia ambientada en la post-romanización de la Península ibérica. Sixto, el protagonista de esta novela escrita por León Arsenal, es un joven celtíbero que regresa a casa luego de haberse educado en Roma y busca encontrarse de nuevo como parte de uno de los suyos, aunque siente que volver a ser “de los suyos” es algo que no logrará totalmente. Así, Sixto busca hacerse un nombre propio en la vida de su comunidad, alejándose del legado que representa la familia a la que pertenece; esto resulta paradójico, debido que busca la reintegración por medio de la separación de aquello que lo puede unir más. Sin embargo, ¿no es ese un paso natural de cualquiera, individuo o sociedad? ¿No es ese el punto de un viaje? Si viajamos es para regresar, para saber que estamos atados a un sitio del cual nos sentiremos más seguros de pertenecer en ese regreso.

León Arsenal
León Arsenal

Asimismo, Arsenal usa a su personaje también como una metáfora de ese periodo histórico que estaba luchando por mantener vivas las tradiciones originarias del territorio ante el poder dominante de los conquistadores, esforzándose por mantenerse entre la vanguardia obligada y el respeto a su pasado.

Esta novela nos recuerda que ante todo viajamos a nosotros mismos desde nosotros mismos; que el viaje que somos no hay que ignorarlo sino salir a él para poder regresar a nuestra esencia.

por José Luis Dávila

La voluntad de los objetos, de Abraham Cruzvillegas

La voluntad de los objetos - Portada
La voluntad de los objetos – Portada

Mi abuelo siempre ha contratado al mismo hombre desde hace cuarenta años para hacer los arreglos de la casa. Desde pequeño recuerdo a ese señor jalando botes de mezcla y amarrando varillas con alambre requemado, ayudado por su chalán (también el de siempre, de casi la misma edad), dando un sorbo a su cerveza de rato a rato. Cuando leí el nuevo libro de Abraham Cruzvillegas, la imagen de esos dos fue lo primero que me vino a la mente. Había entre ellos una fraternidad extraordinaria con los materiales, como si en el cemento y la cal habitaran recuerdos que vuelven a vivir cuando están en contacto.

En La voluntad de los objetos (Sexto Piso, 2014), Cruzvillegas hace precisamente eso: detona vivencias por medio de la relación que tiene con su entorno y reflexiona a través de ello; se encuentra a sí mismo rodeado de un mundo que le fascina porque lo ha vivido, porque lo ha sentido y lo ha pensado, expresándolo en forma de ensayos. El punto central consiste en no olvidar que está haciendo una autoconstrucción desde la memoria, desde el pasado latente y, por lo tanto, desde el interior de su experiencia, justo como los albañiles de mi abuelo, dejando que la materia de la que están compuestas las cosas se desempeñe entre sus manos sola, siendo un medio para que el resultado -la estructura y los acabados- sea lo que los refleje como parte de ella y no al contrario, porque los objetos tienen una autonomía que transporta al sujeto como nunca hubiera imaginado, un sentimiento que comparten los textos del libro.

Abraham Curzvillegas - Imagen pública
Abraham Curzvillegas – Imagen pública

Este libro es una invitación a la autoexploración de los lugares que hemos sido y la forma en que el entorno nos incide, desde una premisa implícita: dejar que eso que nos rodea nos cuente quienes somos desde la relación que tiene con nosotros.

Leer adelanto desde aquí

por José Luis Dávila

Un retrato del mundo que vivimos: El Sistema, de Peter Kuper

Peter Kuper - Imagen pública
Peter Kuper – Imagen pública

Estamos enredados todos, implicados todos, en esa maraña que es la vida cotidiana dentro de los márgenes establecidos por fuerzas que nos sobrepasan, fuerzas que a falta de rostro son conocidas simplemente como El Sistema; y como todo sistema, cada parte, cada pequeña parte movible es fundamental para que funcione la maquinaria, por mínima que sea su función.

El Sistema - Peter Kuper
El Sistema – Peter Kuper

Lo anterior es, en líneas generales, el argumento que Peter Kuper deja entrever sobre su novela gráfica titulada precisamente El Sistema, publicada recientemente por Editorial Sexto Piso. Esta historia es una aventura visual que viñeta a viñeta retrata una sociedad alienada, determinada a la mecanización de sus procesos vitales, haciendo que todos aquellos que respiren, lo quieran o no, estén comprometidos con cumplir su parte para que los engranes sigan en movimiento.

El sistema - Portada
El sistema – Portada

Pero más allá de la crítica social, El Sistema es un despliegue narrativo de gran fuerza que se da el lujo de desechar los diálogos para dejar que sea la imagen pura el vehículo por el que se transmita la historia común que muchos se niegan a mirar cuando caminan por las calles de su ciudad.