Archivo de la categoría: Últimas Entradas

Temporal, una mirada cíclica

por José Luis Dávila

Nos pensamos en ciclos, en recurrencias de temporalidades que se suceden de acuerdo a los contextos que habitamos. Marcamos en calendarios esos ciclos, pero también en nuestra piel cargamos con el tatuaje que son los acontecimientos dentro del tiempo. Y el tiempo cambia, tanto que nadie debería preguntarle a otro cómo pasa, porque nadie más que uno mismo puede decirlo. Porque la respuesta es imposible fuera de aquello que somos, y lo que somos es, precisa y circularmente, ese pensamiento en ciclos, en procesos personales que, cuando se tiene la voluntad, desembocan en objetos –probablemente parciales, inacabados– ilustrativos que permitan acceder a entender la punta de la manecilla que tiene el otro en su propio reloj.

Temporal - Fotografía por Job Melamed
Temporal – Fotografía por Job Melamed

Así es como entiendo Temporal, la nueva exposición en el Museo Amparo, que, compuesta de cuatro perspectivas es una colaboración de colaboraciones, es una mirada a las miradas de los artistas sobre las experiencias de aquellos que están en un momento crucial de su propio tiempo. 

Temporal - Fotografía por Job Melamed

Temporal constituye una reflexión en torno al hacer dentro del marco de lo finito, tanto por el formato de estancia bajo el cual se gestaron los proyectos como por las particularidades de los mismos, que se antojan polifónicos más allá de las explicaciones que pueda haber en las paredes de las salas. Esta es una exposición que permite al espectador enfrentarse a un paseo que, aunque breve, es emocionalmente pensativo sobre las propias circunstancias en comparación con las del exterior que connota el recorrido.

Lamento del Carnero

por Josué Andrés Moz

El principio del terror es una página en blanco. La memoria arroja su sangre por la nuestra. Ambición estéril escupen los años, ambición de encontrarse al otro lado del fracaso. Madre ¿me escuchas? Estoy escribiendo sobre una lápida que lleva el nombre de tus hijos & de los nietos que no llegaste a conocer. Nada. Nadie tiene sentido. Ninguna mano tapa mi vergüenza, ningún latido esconde mi morir. Me duelo doliendo tu dolor; me lloro viéndome llorar tu llanto. El principio del terror es una colmena que se agita, una lengua que se desliza por la espalda, un silbido que atraviesa los huesos, el páncreas, el hígado, los pulmones. He llegado para observar tus restos & los restos de mi niñez, para verme devorado por espejos & escuchar tu canto silenciando mis pupilas. Otra vez nazco derrotado en esta tierra, sobre dos guantes blancos & fríos, sobre el aroma ruidoso de la tristeza. Desde aquí te escribo, madre, desde tu vientre & mi renuncia. Este dolor no será importante para los periódicos, la conmiseración o para escribir un gran poema. No tendrá la estatura del vacío, ni cubrirá siquiera la geografía de mi soledad. Estoy solo desde antes que te fueras: desde que mi padre fue detestado por el suyo, enterrando los juegos a punta de patadas en sus costillas. El principio del terror es una cruz dibujada frente a mi voz, un abismo colmado por los colores del naufragio, una barca lluviosa recostada a las orillas del invierno.

Dispositivos del cómo: Portadores de sentido en el Museo Amparo

por José Luis Dávila

Recuerdo que de niño me preguntaba cómo. Sólo eso, “cómo”. Cómo esto, cómo aquello. Me preguntaba, sobre todo, cómo las cosas eran las cosas. Cómo servían, por ejemplo, y en función a ese cuestionamiento eché a perder una videocasetera, dos televisores, un exprimidor de jugos, entre otros aparatos. Hasta desempasté un libro para ver de primera mano su cómo. Era una búsqueda, ahora lo sé, por el sentido y sus ramificaciones, por eso que subyace bajo el manto de lo físico.

Vivimos en un mundo de estructuras que se complementan, que están en constante choque, y unas con otras nos rodean para hacer aprehensible la experiencia, para que los sentidos puedan apreciar ese cómo desde la superficie, pero a veces son basta. Entonces creamos. Producimos dispositivos que tratan de hacer más asequibles los cómos. Que dan curso al sentido del que somos portadores para que otros lo interioricen e intelegibilicen.

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Así es como veo a Portadores de sentido, la nueva exposición que se encuentra en el Museo Amparo, una muestra que da pie a las interpretaciones del sentido que contraemos y que exteriorizamos en los contextos que habitamos. Un cúmulo de experiencias en colectivo de artistas que se reúnen en el tópico del cómo, desentrañando las relaciones subsistentes entre las piezas y el espectador.

Portadores de sentido es esa muestra que nos ayudará a apropiarnos de los cómos que ya están en nosotros y que sólo necesitan de un ojo dispuesto a preguntarse por sí mismo desde más allá de la estructura.

Crack

por Josué Andrés Moz

Rosa Polar hierve entre las manos.

Burbujeo incandescente.

En mi pecho las cucarachas ponen sus huevos.

Extraviado está el niño que con los años devolví a su pesebre.

Escucho el beso que me niegan, el beso que no doy.

La ciudad es un espejo roto donde mi nombre encuentra su lugar.

Soy ese pozo muerto,
sitio en el silencio,
inmóvil catedral de los sueños.

Me arrodillo sobre mi rostro & ahogo mis párpados entre mis venas.

Cada esquina de la noche tiene mi cuerpo dibujado;
mi rostro tres disparos, mi costilla seis navajas
& mi tristeza degollada para repartir a los testigos.

Camino entre automóviles & calaveras enfermas,
entre la música de los basureros, entre las caries de los suicidas.

Sucias están mis manos & siempre limpio mi corazón.

Amo la herida consciente & los látigos de la madrugada,
las gasolineras abiertas,
los golpes de los hombres que nada tienen que perder,
las caricias a la orilla de la calle,
las monedas abandonadas en los charcos,
los policías extraviados en sí mismos,
las mujeres que exprimen su dolor como a un limón seco.

Hierven mis manos, Rosa Polar.

Soy el humo que rebota en los tejados,
la ceniza repartida en las historias de amor,
el tacto siempre enfermo & la piel que vio parir a sus gusanos.

Es fácil, no me quejo:
he olvidado mi nombre & cicatrizado mi culpa
entre las manos de mis amigos & la fiebre de mis amantes.

Escaleras abajo mi país escupe su amargura sobre mi rostro.

Es imposible respirar.

Rosa Polar que ardes entre mis dedos,
a través de ti soy una barca ignorando todos los puertos.

Entran las hormigas bajo mi piel. Telaraña azul.

Ella dice que me ama & pregunta mi apellido;
tiene los labios negros & el cabello corto,
su vientre suave como el silencio,
como el amor de los cuchillos,
como una ráfaga a la cual no debo temer.

Sucias están mis manos & siempre limpio mi corazón.

Desgarradura tibia del abismo, Rosa Polar.

No más venas visibles ni ternura escondida,
no más lenguaje de plomo ni palabra del agua.

Ella dice que me ama & pronuncia mi apellido;
tiene en las manos el temblor de una lágrima
sobre la piel de una cuchara.

Soy ese pozo negro donde terminarán mis días.

Sueño. Rosa Polar. Vena rota. Última visión del chacal.
Amanezco desnudo & con las manos vacías.

Las cucarachas escapan de mi pecho.

Lo que queda de mí
es un susurro del espejismo.

Club de Cuervos: El último juego

por Job Melamed

Cuando me enteré de una seri sobre fútbol hecha por Netflix pensé que la odiaría y que me daría muchísima hueva verla, pero decidí darle una oportunidad por ser mexicana. ¡Vaya que me cerraron la boca!

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Desde el primer hasta el último episodio la serie logra mantener un ritmo de comedia trágica que engancha. Ya sea por el carisma de Chava (Luis Gerardo Méndez) o por las implacables ganas de comer un elote que genera Isabel (Mariana Treviño), los Iglesias nos llevan por una emocionante carrera a la victoria. Pero estoy casi seguro de que ya vieron las tres temporadas anteriores por lo que no creo sea necesario hacer una revisión de todo lo que ha pasado.

La cuarta temporada es el perfecto cierre. Aunque nos dieron La balada de Hugo Sánchez y regresaron a uno de nuestros favoritos, el Potro, en “Yo, Potro”, nos habían dejado en ceros en qué pasaría en la historia principal; muchos teníamos la especulación de ver más de los Cantú y la deuda millonaria que se tenía con ellos, pero Netflix y los escritores tomaron una buena decisión al pasar de ellos y entregarnos un nuevo reto: ganar la liguilla.

La publicidad manejada de “La peste negra” ha sido brillante por la forma en que se entremezcla con la trama de la historia y cómo se acopla una a la otra a la perfección.

Sin embargo, el último capítulo deja bastante que desear, no sólo porque dura casi hora y media, sino también porque no deja mucho a la imaginación, contando todo lo que pasa en el futuro de los personajes, y sí, entiendo que es para dar un cierre completo, pero me hubiera gustado un poco más de expectativa.

Espero que si aún no ven la serie le den una oportunidad y si ya vieron todas las temporadas, como yo, ojalá la hayan disfrutado. Tengamos fe en que Netflix saque series mexicanas igual o más buenas.

¡CUERVOS, CUERVOS, AAAGH!

Citas a ciegas

por Diana Romero

La necesidad de encontrar alguien con quién compaginar abrió el paso a aplicaciones cuya finalidad es conectar a un par de personas para que se conozcan, conversen, salgan y amplíen sus relaciones sociales. Pero, ¿es ese el verdadero uso el que se le da?

No puedo hablar de un tema sin haberlo experimentado personalmente. Me inscribí en dos aplicaciones con un perfil completamente real, introduciendo gustos, metas, sueños, disgustos, incluso mi signo zodiacal. Mientras lo hacía, recordé que hace años, al principio del internet, era parecido. La diferencia era que entrabas a una sala de chat y conversabas con muchas personas al mismo tiempo; si te agradaba alguien, podían darse el correo personal y platicar en privado. Ahora las cosas son un poco más directas. Lees el perfil, observas sus fotos, valoras las posibilidades de simpatizar, le das un click favoreciendo al sujeto y esperas a que responda de manera positiva para poder interactuar por mensajes privados dentro de la aplicación. Si ambos coinciden en el interés, cuando han tomado alguna confianza, sueltan el número de celular para mandar mensajes más personales; las pláticas son variadas, pero siguen el mismo patrón convencional: ¿cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes? ¿estudias o trabajas?, ¿de dónde eres?, ¿qué te gusta hacer? Preguntas básicas para romper el hielo, aunque esto es en los mejores casos, en otros, la plática va al grano y comienzan las fotos insinuantes para quedar en algún lugar e ir al punto. Ya depende de ti aceptar o rechazar.

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Hay un chico al que llamaré E. Iniciamos una conversación sencilla, convencional y decente, accedí a darle mi número de celular y después de meses de ser “amigos virtuales” decidimos conocernos; la experiencia fue buena en todos los sentidos. Salimos a un bar, convivimos un rato. Hablamos sobre los temas que ya habíamos abordado por mensajes pero en vivo fue diferente; era emocionante hablar de nuestros perros, de DBS, de tatuajes, de trabajo, de esas cosas comunes. Actualmente somos buenos amigos, aunque no voy a mentir, a punto de conocerlo evalué todas mis posibilidades de huida, avisé a mis amigos dónde iría y con quién, tal vez actuando con paranoia pero me sentí menos arriesgada.

Segunda persona. Resulta que A me mandó mensajes y fue un tipo agradable; un día me mandó un mensaje al celular con una foto mía caminando por la calle. Por razones naturales entré en pánico y le pregunté qué hacía por ahí, me contestó que su trabajo quedaba cerca; no podía creerlo, pero era posible, aunque dejé de salir a la tienda por un tiempo. Luego lo olvidé pero cada vez que él lograba vislumbrarme en la calle sólo me mandaba una foto mía caminando, con un pie de página estilo “no te saludo porque creo que es muy extraño y te puedo asustar”. ¡Tú crees que mandarme fotos mías en la calle no es de miedo!, pensaba cada vez que me escribía ¿Por qué no lo bloqueé? Sencillo, era alguien con quien hablar, perturbador, pero alguien. Un día entré a una tienda de autoservicio y justo saliendo de ahí llegó su mensaje diciendo “estabas delante de mí y no me viste”; con una mezcla de paranoia y curiosidad regresé, sabía que había mucha gente y podría gritar, un chico salió de la fila y fue a saludarme, asumí que era el tipo de los mensajes, quién más si no. Platicamos un rato. Resulta que su trabajo está a media cuadra de esa tienda, que me ha visto pasar a la hora de la comida pero le asustaba que lo estuviera acosando ¡Sorpresa! Yo también representaba una amenaza para él. Reímos un rato, conversamos y nos despedimos. Actualmente los mensajes se han reducido y nunca hubo una cita.

También me topé con más personas que sólo buscaban sexo, las fotos de desnudos no fueron ausentes, los caballeros mencionaban un lugar, esperaban que una llegara sin más, prometían una cita, un buen rato y condones. Suena bien cuando la persona quien te lo sugiere es alguien que ya conoces, pero de un desconocido es bastante dudoso; pensándolo fríamente no es tan diferente de ir de fiesta, ligarte al gerente, cantinero, mesero, cantante u otro asistente de tal evento e irte a la cama; todos somos una potencial amenaza entre nosotros mismos, sólo se trata de confiar a ciegas y lanzarte. Aunque lo sumamente vergonzoso es cuando alguien cercano arregla una cita para ti con alguien que de acuerdo a sus estándares es perfecto para ti, de antemano imaginas un desastre. ¿Qué les hace pensar que el resto elige mejor que yo lo que quiero?

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En otro bar que conozco existe un evento que se llama “Noche de chicas”; las mujeres van a conocer a los hombres, toman una copa, platican y si no les agrada pueden seguir con el siguiente o eso presume el cartel, yo me he reservado el derecho de ir, porque aunque soy bastante curiosa, me gustaría tener un cómplice para ayudarme si me meto en problemas.

Las razones que me dio un amigo para usarlo fue “es más fácil quedar con alguien de ir al motel, de esa manera porque sólo pides sexo, no una relación, además está el juego de la cacería y seducción, aunque sabes que terminarán en la cama es bueno tener entretenimiento, pero también puedes ir al grano, depende de la persona y situación”, ¡Suena súper cool! Pero prefiero el método antiguo, llegar a un lugar y mirar fijamente a alguien hasta que note que lo estoy mirando y se acerque a mí, bastante anticuado para el 2019 pero efectivo; el mismo amigo en ocasiones se ha quejado debido a que las chicas con las que ha quedado quieren asistir a lugares caros, restaurantes, el cine, el antro, el motel. Realmente no sé qué esperaba, es un lugar para venderse al mejor postor, el sexo es el producto, la persona con quien lo obtienes es el vendedor, la aplicación es el medio y el dinero, siempre el dinero.

Somos capaces de todo para tener atención, citas, alguien que nos acaricie, con suerte alguien que se quede después del coito, o si no, al menos en la cita ya fingió escucharte, diste tu lado vulnerable para recompensarlo con sexo. Aunque también es un juego de dominio, empoderamiento y libertad, una pantalla de todo al mismo tiempo que refleja la realidad, sin tapujos ni medidas. Un método adecuado para la época, aproximándonos a la humanidad tras un muro virtual.

Reseña: Punisher

por Job Melamed

Me gustaría poder escribir “Es grandiosa, véanla. Fin.” y tener la confianza que todos los que lo lean me harían caso pero esto es una reseña, por lo que intentaré contar en breve porqué deberían.

Para empezar, creo que es la mejor serie de Netflix/Marvel después de Jessica Jones; desgraciadamente el futuro lanzamiento de la propia plataforma de streaming de Disney ha hecho que se cancele todo lo que corresponde a superhéroes (una lástima, pues Luke Cage y Iron Fist tuvieron grandes cliffhangers) dejándonos con sólo ésta segunda temporada para disfrutar las desventuras de Frank Castle.

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Ahora, entrando de lleno al tema, tenemos una de las mejores introducciones a una segunda temporada: Frank, sangre, disparos y más sangre. ¿Esperaban algo más? Además, las motivaciones del personaje son las más egoístamente altruistas; la caballerosidad, el sarcasmo y el humor negro que maneja la serie mantienen armonía con las escenas de pelea tan bien coreografiadas. Nuestros nuevos villanos, y algunos viejos, nos hacen ver que no todo es blanco y negro, como nos gusta pensar, sobre todo en una serie de éste tipo, donde el protagonista es más bien un antihéroe (específicamente un vengador) glorificado en la bondad.

La música, que acompaña y explica lo que está ocurriendo en las escenas de importancia, nos muestra el cuidadoso trabajo que realizaron los post-productores; por ejemplo, si prestamos atención en una escena del episodio 10 en que John Pilgrim (uno de nuestros nuevos cuasi-villanos) se bebe las heridas de una batalla, recordando al ritmo de Drunkard’s Prayer, de Chris Stapleton. Esta escena no sólo es una de las mejor trabajadas en la serie, también nos enseña justo lo que decía antes, que no todo es blanco y negro.

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Billy Russo reaparecerá con una mejor historia que en la primera temporada y hará que varios de corazón blando den uno que otro suspiro al enterarse de sus traumas. La agente Dinah Madani también volverá sólo para hacerse odiar e incluso ser un personaje sumamente molesto durante toda la serie. Incluso Brett Mahoney agrada más por su implacable deseo de justicia que Madani y su implacable necedad de venganza contra todos.

Intentandono arruinar más sorpresas, y rogando no haber realizado muchos spoilers, les reitero, es grandiosa, véanla. Fin.

Toxilandia

por Diana Romero

El despunte del autocuidado ha otorgado un lugar relevante a proteger el entorno que se habita psíquicamente; se promueve el deshecho de malas vibras e imposibilidades de desarrollo: un trabajo desagradable, un hogar asfixiante y una relación inestable. Pareciera que estas situaciones ajenas a uno se han vuelto opcionales, haciendo que el cambio constante y búsqueda de la satisfacción sea alcanzable con la sencillez de sacar de la vida aquello que repercute en la salud mental.

El punto en el que ha influido más es en las relaciones interpersonales, como amigos y pareja, aunque también repercute en la familia; si la persona que es próxima comienza a restringir las habilidades, gustos y preferencias del individuo, el consejo es dejarlo ir, ya que es un represor. Esta tendencia me parece descabellada cuando es llevada a los extremos como terminar una relación sólo porque nuestros gustos son diferentes, porque demostró su enojo de una manera que difiere con mi manejo de la ira, porque me ofendió diciéndome la verdad, porque tiene, desde su perspectiva, una visión del futuro que no compagina con la mía; situaciones que, en su mayoría, se pueden resolver conversando.

Imagen de archivo
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Hace años una conocida tuvo un bebé y se juntó con el padre de la criatura, una práctica usual ante la falta de compromiso que se respira. Año y medio después, regresó a casa de sus padres porque el chico siempre estaba trabajando, parecía de malas y las cosas ya no eran como antes; su madre le dijo que pensara en el futuro de la cría, que mientras permaneciera con ella, sus necesidades básicas serían cubiertas e impulsaría su desarrollo personal con alguna carrera universitaria, añadiendo que el yerno jamás le pareció adecuado para ella. Pasaron un par de meses y la chica volvió con el joven; al año tuvieron otro niño, y hasta ahora permanecen juntos. Antes de eso, la conversación entre mi madre y la de la conocida fue un tanto acalorada. Mi madre argumentó que debían enseñarles a los hijos que al final de cuentas ellos eligieron a su pareja y no pueden salir huyendo a la primera pelea; ella en veinte años de casada tuvo muchos conflictos pero se han resulto poco a poco por el nivel de compromiso con el amor que siente por mi padre; aunque entre todas las peleas de mis padres yo hubiera preferido su separación, ahora los entiendo.

Yo misma pasé por una relación que me permitió comprenderlo: el cariño que se forja por la pareja es inmenso; como dice Fromm, no amar porque se necesita sino necesitar porque se ama; es decir, la necesidad de sentir amor es nefasta a comparación a la necesidad por amor; las preposiciones “de” y “por” son importantes. Aprender a diferenciarlos es un tanto complicado, pero un par de años de terapia para dejar ir a la persona que más he amado me permiten entender que existen límites, los cuales se aclaran a través de las siguientes preguntas: ¿Qué quiero de esta relación? ¿Me está procurando mis necesidades? ¿Cómo me siento en esta posición? ¿Cómo está influyendo mi vida? ¿Los comentarios que hace son asertivos o hirientes? ¿Cuánto vale pare mí esa persona? ¿Me estoy autocuidando o descuidando? Estás preguntas podrán sonar absurdas, incluso sencillas, pero cuando se comienza a contestar con sinceridad, las respuestas nos darán una pista para tomar una decisión; por otro lado, si estas preguntas se toman a la ligera, siempre resultará que aquella persona nos hace daño y lo mejor es dejarla.

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Actualmente, el índice de rupturas entre mi círculo se ha visto justificada bajo la palabra “tóxica”; resulta ser así porque la vida en común, los gustos, las decisiones y las discusiones afectan siempre al individuo; pienso que ese adjetivo se está utilizando de manera indiscriminada para nombrar a todo aquello que no está de acuerdo conmigo, además de que en cierto grado, y con ese parámetro, todos somos tóxicos para el resto. La justificación de la toxicidad de una persona facilita deshacerse de las responsabilidades y compromisos, y la verdad de la circunstancia, en ocasiones, es porque no estamos interesados en el nivel de compromiso que requiere una relación como hacer planes en pareja, compartir la privacidad y demás.

Todo esto también ha sido tergiversado a conveniencia; de pronto la autonomía y libertad se han visto intercambiadas por el libertinaje. Entre menos explicaciones al prójimo más libre se siente uno, hacer lo que quiera cuándo, cómo y dónde quiera; lo digo porque me pasó. Si soy honesta, aunque sé que me estará leyendo, en un arranque de coraje pude llamarlo tóxico pero tras reflexionar, sé que había falta de compromiso de mi parte.

Algo tóxico es sencillo detectarlo a cierta distancia y con una perspectiva objetiva: durante la convivencia con alguien, el nivel de químicos que dispara nuestro cerebro entorpecen el raciocinio; la permanencia prolongada en situaciones tóxicas proceden a nublar la verdad y comienzan las justificaciones de las acciones del otro sobre las propias; no sólo de la pareja sino de los amigos y la familia; sin embargo, la mayoría de mis terapeutas me han preguntado si ellos son tóxicos realmente o me he empeñado en juzgarlos de tal manera para justificar el instinto de huida. Crueles planteamientos, dolorosas verdades.

Estoy a favor de la salud mental, y si es necesario sacar a alguien de nuestra vida por su nivel de interferencia en ésta, pues adelante, pero es un proceso de ruptura y duelo en caso de ser con alguien que hemos llegado a estimar demasiado; sin embargo, cada uno debemos responsabilizarnos, asumir nuestras razones y no justificarlas a través del adjetivo “tóxico”.

Nacido en casa, el tejido que somos

por José Luis Dávila

Las formas que poco a poco se pintan con los movimientos de las hebras, que reflejan el mundo por medio del entramado de los sentidos, que evocan aquello que proviene del tejido que ya somos, todas se usan para que, por medio del telar curatorial, podamos apreciar los hilos que por cincuenta años ha usado el Taller Mexicano de Gobelinos.

 

En las salas del Museo Amparo es que podremos recorrer una muestra representativa de la producción de dicho taller, aglomerada bajo el título Nacido en casa, que se centra en la técnica del alto liso y se decanta en alusiones a la vida política y cultural de nuestro entorno, cuestionando discursos socio-artísticos por medio del dispositivo del tapiz, un elemento de oficio que se concibe popularmente como ornamento pero deviene en una apropiación polisémica desde las miradas de los artistas y las manos de los tejedores jaliscienses que conservan la tradición traída desde Europa, adaptándola a su contexto y visión, tanto de materiales como de colores y significados.

 

Así, es esta exposición un acercamiento a la valorización de los elementos textiles al mismo tiempo que un crisol –en el que se vierten las décadas de trabajo del taller que fuera iniciado por Carlos Ashida– con la intención de reconocer el porvenir que se vislumbra para el ejercicio del telar en el arte.

Quitarse el colonialismo cultural: entrevista a Rafael Ortega

por Iris Linnet

México es el país de mayor expulsión de migrantes en el mundo. Esto hace evidente la necesidad de hablar de migración en un país donde no sólo se expulsa, también se reciben miles de inmigrantes al año, quienes no tienen como destino final este lugar, sin embargo se han vuelto parte del paisaje. En esta ocasión tuvimos la oportunidad de platicar con Rafael Ortega, coordinador del proyecto Forasteros: de migrantes, refugiados y exiliados, una exposición que alumbra un camino de peligros y tensiones a lo largo de las fronteras.

Iris Linnet: Me pareció muy interesante el formato de la exposición, el problema se expone desde testimonios y desde datos que impactan de inmediato, impactan porque no estamos acostumbrados a hablar de migración aun cuando es parte de nuestra realidad, y saltan de inmediato estas palabras: refugiado, exiliado y migrante, ¿cuál es la diferencia entre ellas?

Rafael Ortega: El principio del proyecto fue: vamos a hablar sobre el tema de la migración y de lo primero que nos dimos cuenta es que existía dentro de nosotros, al interior de la propuesta, pues un desconocimiento muy grande del tema, cuando hay gente que se ha dedicado a él durante muchos años, y creo que una de las cosas más interesantes con las que nos topamos es que existe una definición distinta que habla de un fenómeno, digamos mundial, y había que encontrar una manera de definir ciertas condiciones que pudieran aplicarse en términos de derecho en todos los países del mundo. Entonces eso es lo que nos pareció como más interesante. Y por otro lado está el carácter idiosincrático y de identidad que implican algunos términos, como la palabra forastero, la palabra forastero no es una palabra en español que defina una categoría jurídica o una situación jurídica de una persona, es la manera de referirse a alguien, de hecho es una palabra que ni siquiera es de origen catalán, pero me parece interesante que utilizar estos términos es como ampliar el vocabulario, cuando uno amplía el vocabulario uno aprende mejor a hablar una lengua y entonces en este caso fue como ampliar nuestro vocabulario sobre los términos que se refieren a los desplazados y a la movilidad humana.

Rescate del buque bergamini de la marina militar italiana - Exposicion Museo Amparo
Rescate del buque bergamini de la marina militar italiana – Exposicion Museo Amparo

IL: Mucho se habla de la mirada de Estados Unidos hacia los migrantes, pero ¿cuál es la mirada de México hacia los migrantes?

RO: México es un país profundamente racista, México es un país eminentemente racista para los connacionales, evidentemente lo va a ser para los migrantes. Yo creo que es una condición, esa parte de la idiosincrasia mexicana, los mexicanos vistos entre iguales. Cuando tú estás entre iguales no tienes punto de comparación, cuando aparece alguien que no es igual a ti lo primero que se produce es una situación espejo, es decir, que tú ves al otro diferente, pero en realidad el otro no es diferente, el otro tiene una manera de responder culturalmente a las situaciones distinta a la tuya, no es ni mejor ni es peor, sencillamente lo que Leticia Calderón decía en la conferencia, es que te espejea inmediatamente, si tú tienes un grado mínimo de sensibilidad y de inteligencia te darás cuenta de estás viendo las cosas de la manera incorrecta.

IL: ¿Cómo podemos eliminar el prejuicio racial en torno a los migrantes?

RO: Yo creo que el problema es mucho más profundo y tiene que ver con estructuras de colonialismo, o sea que es un problema estructural. Entonces creo que evidentemente la manera en la que vemos el problema de la migración tiene que ver con una especie de colonialismo cultural del cual tenemos que irnos quitando, ¿cómo? tratando de buscar términos que no se definan de la misma manera en la que comúnmente nos enseñaron a definirlo.

IL: ¿Por qué hablar de migración es relevante en estos momentos?

RO: porque yo creo que no vamos a una situación de más paz, vamos a una situación de más conflicto, creo que desgraciadamente el siglo XXI será un siglo de conflictos muy profundos, muy largos, y vamos por otro lado a una situación de crisis ambiental muy fuerte, donde hay una nueva clasificación que son los desplazados medioambientales, se estima que va haber de aquí al 2050, los números varían, entre 28 millones y 1 billón de personas; un tercio de la población de China que van a ser desplazados por problemas medioambientales, entonces yo creo que una de las únicas soluciones para poder ver y lidiar con estos problemas que se nos avecinan o con los cuales ya estamos viviendo, es con la empatía y a mí me gustaría pensar que tratar el tema de la migración hoy, es quizás como empezar a trabajar sobre un principio de empatía.

Saltando la reja frontera - Exposición Museo Amparo
Saltando la reja frontera – Exposición Museo Amparo

IL: ¿Como mexicanos ¿cómo podemos a empezar a trabajar la empatía hacia los migrantes?

RO: Una amiga de mi pareja dijo un día una frase interesante: las diferencias genéticas que existen entre una población son tan pequeñas que en realidad no habría porqué considerarse diferentes, es un problema, yo creo que hay que entender que en la diferencia está la ganancia, no la pérdida. Por eso creo que es tan importante la empatía, porque una vez que uno reconoce que el otro es diferente uno aprende mucho más, culturalmente, biológicamente, culinariamente, visualmente. Uno es más cuando asume al otro diferente como una suma posible y no como una resta de lo que uno es.