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El equilibrio

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Por María Mañogil

“Si no puedo encontrar el punto intermedio entre las dos cosas, prefiero creerme más de lo que soy que creerme menos. Por algo estoy convencida de que creer en algo es el primer paso para conseguirlo”. María Mañogil (Escritora).

Sí, escritora. Y esa palabra escrita entre paréntesis corrobora la frase anterior y le da el apoyo necesario para demostrar que lo que está escrito en ella es totalmente cierto, ya sea que el resto del mundo crea que soy escritora o no. La frase, al fin y al cabo, es mía y lo que expreso en ella es lo que creo y no una simple opinión que se pueda debatir porque nadie está en condiciones de hacerlo cuando se trata de mis preferencias y de mis decisiones. En este caso, yo elijo ser vanidosa antes que ser humilde y decido tener un concepto de mí tirando hacia lo alto y no hacia lo bajo, porque menospreciar lo que hago no cabe dentro de las “ buenas cualidades”.

Yo dedico muchas horas del día a escribir y no es nada fácil porque no se trata sólo de tener una idea sobre lo que escribir, también hay que transmitirla de forma que se entienda.

Si escribo una carta a un amigo es muy fácil. Sé las palabras que debo utilizar porque conozco a mi amigo, pero en el caso de escribir sin saber a quién va dirigido el texto es correr el riesgo de que se entienda lo contrario a lo que está escrito, como ya me pasó una vez en la que escribí sobre la incoherencia y me llamaron incoherente, u otra en la que publiqué un relato y lo confundieron con mi vida privada.

Así que gasto gran parte de mi tiempo en escribir y en tratar de hacerlo lo mejor que puedo, me salga mejor o peor, al igual que hago cuando trabajo cobrando un sueldo.

Si hoy consigo que una sola persona me llame pretenciosa, engreída o cualquier otro adjetivo similar que tenga que ver con la vanidad y la pedantería, sabré que he escrito correctamente y que he utilizado las palabras adecuadas. Aunque empiecen a llover consejos sobre valores éticos que ni necesito ni voy a aceptar, porque aquí la única que tiene derecho a juzgarme y a valorarme soy yo.

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Los valores sociales

Cuando alguien a quien quiero hace algo que está bien, ya sea que le haya dedicado su tiempo y esfuerzo o simplemente haya sido espontáneo, yo lo voy divulgando y presumiendo por todos lados y nadie me ha criticado por ello. ¿Por qué entonces no debería presumir lo que hago yo si también soy alguien a quien quiero?, ¿de dónde ha salido esa idea absurda de que presumir y enorgullecerse de los éxitos o los méritos de otros, incluso exagerándolos, es moralmente correcto y hacer lo mismo con los propios está mal?

Considero que sentirse superior a los demás por algún motivo y en algunos momentos no es nada malo (todos nos sentimos superiores a un insecto porque lo pisoteamos y no nos importa); hacerlo constantemente y sin importar el motivo ya no me parece normal y probablemente detrás de ese comportamiento se esconde algún tipo de problema mental, aunque tampoco lo aseguro porque no soy psiquiatra.

Cualquiera de los dos casos no es el mío porque yo no me comparo con nadie ni quiero superar a otros. La competitividad es conmigo misma y por lo tanto, no afecta a nadie más que a mí.

Situaciones como ésta las veo a diario: Una amiga le dice a otra lo bien que le sienta un vestido, lo guapa que es y el tipazo que tiene. Ahora me imagino que es la chica que luce el vestido la que dice que le sienta muy bien, que se considera muy guapa y que tiene un cuerpazo de muerte. El concepto que se tuviera de ella cambiaría automáticamente porque nadie puede tener una opinión tan buena sobre sí mismo y decirlo en público, sin ser acusado de ególatra.

Esa persona sería tachada por ser creída, engreída o prepotente y rechazada por una sociedad en la que las virtudes de alguien sólo lo son cuando se les atribuyen desde fuera y varían en función de la “rebaja” y el “menosprecio” que haga uno mismo sobre ellas, llegando incluso a desaparecer y convertirse en defectos por el simple hecho de ser admitidas por el que las posee.

Por supuesto que el aspecto físico no lo considero ningún mérito de nadie, pero es un buen ejemplo para poder entender que reconocer méritos ajenos, aplaudirlos y gritarlos está bien visto por una sociedad hipócrita que muchas veces hace uso de la adulación sólo para quedar bien con los demás, pero que castiga injustamente a quienes la usan consigo mismos, como si fuese un delito mirarnos a un espejo y vernos guapos o, con mayor motivo, presumir por algo que hemos hecho bien, aunque lo estemos exagerando porque eso nos motiva a seguir haciendo lo mismo y mejor.

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El deseo de autosuperación manifestado a través de acciones que están socialmente integradas, aunque de forma equivocada, en un grupo de defectos como soberbia, arrogancia o prepotencia, está mal visto sólo por quienes se sienten aludidos al ubicarse ellos mismos en el lado contrario: en el del fracaso, y ven en la vanidad un defecto real porque se sienten amenazados al creer erróneamente que el “sentirse importante” de otros los hace insignificantes a ellos, cuando no es verdad.

Lástima me da quien no se siente importante él mismo, porque tampoco puede importarle nadie más a pesar de llamarse humilde. Ser humilde no es ninguna virtud cuando se confunde con lo opuesto a valorarse por encima de lo que uno es, siempre que no se valore siempre a los demás por debajo.

“Quien no ama su propia vida, poco posee para entregar a los demás”. -Juan Miguel Juliá

Yo no confío en nadie que aplauda lo que yo hago si no es capaz de aplaudirse a si mismo. Su aplauso es falso.

Como entiendo en la frase del escritor, nadie puede dar lo que no posee. Por tanto, quien no reconoce en sí mismo lo bueno que es en algo, si no acepta elogios, si se subestima refugiándose en el falso mito de la humildad, no puede ver tampoco nada bueno en lo que haga otro. Cualquier comentario, por bonito que sea, no deja de ser un comportamiento impuesto por aparentar sentir y no por sentir realmente.

Yo siento de verdad cuando le digo a alguien lo genial que me parece, cuando se lo cuento a otras personas y cuando ventilo esa genialidad por todo donde voy, cuando cito una frase suya en alguno de mis textos y cuando lo nombro delante de quien no lo conoce.

Se me llena la boca y me siento muy orgullosa haciéndolo, sobre todo cuando es una de esas personas que me encantan porque además de hacer algo bien no tienen ninguna contemplación en reconocerlo públicamente y hacen alarde de ello con esa vanidad que a la mayoría les parece un gran defecto y yo sin embargo, amo.

Y si lo amo en otro, ¿cómo no lo voy a amar en mí?

Como me han dicho en varias ocasiones, soy engreída, presumida y pedante, con todo lo que eso conlleva. Con la forma de expresarlo y la cara de asco que pone quien pronuncia esas palabras desde el desprecio, sin saber que yo las recibo como piropos y no como insultos.

Qué mundo más raro es éste en el que vivo que por un lado intentan subirte la autoestima y por el otro te hablan de humildad como si fuese un sinónimo de “no te creas más de lo que eres» y esa fuese la única forma de vivir en él, no rebasando nunca los límites de nada y estando siempre buscando un equilibrio que nadie tiene y todos creen tener.

Reconocer todo lo bueno que tengo y lo que sé hacer bien no significa que no sepa ver también lo que hago mal, pero si esto último no lo voy difundiendo por ahí es porque ya se encargan otras personas de hacerlo y me ahorran el trabajo. Así que seguiré dedicándome a presumir lo que haga, así como lo que hagan otros que yo crea que merecen que se les presuma. Lo haré porque me da la gana. En palabras de José Luis Dávila: «Lo hago porque pinches puedo».