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Personajes

Por María Mañogil

Los personajes de un relato no son el escritor. Pueden parecerse a él porque son sus creaciones. O pueden no parecérsele en nada, tal y como sucede con un hijo al que engendras. Llevan también algo de cada ser que los contempla. Ya sean dibujos escritos a renglones sobre un papel o garabatos incompletos a los que les falta alma. El alma la aporta quien los imagina, quien los proyecta fuera del libro donde descansan y son arrancados de él. La responsabilidad en lo que hacen esos personajes, de cómo se comportan y de lo que sienten, es a partes iguales del lector y de quien los ha creado.

He visto cómo algunos escritores han sido definidos, de una u otra manera, a través de sus personajes; rebatidos y corregidos desde la crítica por quienes gustan de adaptar el guión del libro a la vida cotidiana. Creo que se han olvidado de lo que les corresponde hacer a ellos mismos cuando deciden leer, que no es otra cosa que permitir trasladar  a los personajes del libro hacia el mundo exterior.

Leer no es repetir mentalmente las frases ya escritas. Es también entrelazar lo escrito con lo no escrito, extraer de cada página todo cuanto hay en ella y mezclarlo con el aire que se respira, con la vida terrenal, con la realidad.

He entendido introducirme en un mundo irreal a través de los cuentos como una forma de explicar que estoy involucrada de lleno en la lectura. Ahora sé que no es así y lo estoy desaprendiendo, porque lo que leo no puede moverse si yo no lo muevo a través de mis ojos. Si yo no camino, todo cuanto se encuentre impreso se quedará allí, atrapado en el fondo blanco de su mundo de dos dimensiones.

Por eso cuando leo me llevo ese mundo al mío. Porque la única forma de asegurarme de que he leído es mostrarle la vida a los hijos del escritor, que ahora también los míos. Liberarlos de entre las páginas y dejar que me acompañen durante mi estancia en la Tierra. Hacer que sientan lo que yo siento, compartir con ellos el tiempo y amarles por quienes son. Enseñarles otro universo que no conocen, permitir que aprendan de él y devolverlos después al cuento, más maduros que cuando los saqué de él.

He comprobado lo poco que se involucra uno en la historia si se limita a introducirse de manera superficial. Los personajes, los lugares, e incluso el tiempo en el que acontece, deben ser transportados hacia afuera y convertirse en nuestros compañeros inseparables a cada momento. Hasta que demos por finalizada la lectura y cerremos el libro para volver a vivir nuestra vida, en solitario. Así funciona leer. Lo demás es sólo repasar letras ya impresas con el puntero invisible de nuestra conciencia.

Los bares, fuente inagotable de historias

José Luis Dávila y Jesús de León - Fotografía de Jessica Tirado
José Luis Dávila y Jesús de León – Fotografía de Jessica Tirado

Redacción Cinco Centros

El pasado viernes 20 de mayo, Jesús de León presentó su más reciente libro Este bar se llama… En compañía de José Luis Dávila, el autor dijo que estos cuentos versan en torno a situaciones protagonizadas por parroquianos, en bares de distintos lugares.

Jesús de León afirmó que los bares forman parte del folclor nacional, ya que muchos de estos suelen ser el representativo de sus ciudades. «La resurrección», «La búsqueda», «La cajita de cerillos», «Mis gordas», «La nave de los feos», «Ella lo amaba», «La sierra madre» o «La última y nos vamos» son sólo algunos de los nombres de los lugares que el autor ha conocido y que forman parte de esta antología.

El escritor norteño explicó que el nombre de un bar es la carta de presentación para invitarte a entrar. Una vez que se encuentra al interior, existe una fuente inagotable de historias, ya que la ebriedad acecha tanto como la belleza, precisó.

Jesús de León - Fotografía de Jessica Tirado
Jesús de León – Fotografía de Jessica Tirado

Jesús de León contó que suele escribir en los bares y es en estos lugares donde también ha presentado Este bar se llama… Sin embargo, agradeció a Libros & Libros el espacio y la oportunidad de compartir su trabajo con los lectores poblanos, pues dijo sentirse contento en la ciudad, ya que ésta tiene una riqueza cultural distinta a la que puede verse en el norte del país.

VII Festival Internacional de Narración Oral Cuentalee

por Victoria Sandoval

Ya comenzó este evento gratuito durante el cual se presentan en la capital y en municipios del interior del estado cuentos, mitos, leyendas y anécdotas narrados por personas provenientes de Argentina, Camerún, Cuba, España, Francia, México, Panamá y Uruguay, todos contados en español.

Algunos de los narradores con vestimentas tradicionales de su país durante la inauguración en la Biblioteca Palaffoxiana
Algunos de los narradores con vestimentas tradicionales de su país durante la inauguración en la Biblioteca Palafoxiana

Armando Trejo, director de este proyecto, señala que Cuentalee navega contracorriente a las ofertas audiovisuales, pues «apela al imaginario, a la evocación, a la lectura como hábito en una sociedad tan interferida por lo audiovisual», El fin de este festival es devolverle el valor a la palabra y hacer que la gente tenga una mejor proyección con su entorno. A diferencia del teatro, cuando se cuenta un cuento en escena no ocurren las acciones sino que son evocadas apelando al poder de la imaginación, creando una relación directa a la lectura. 

Director Arrmando Trejo y Boniface Ofogo de Camerun en conferencia de prensa
Director Armando Trejo y Boniface Ofogo de Camerún en conferencia de prensa

«Cuando yo me subo al escenario quiero que la gente viaje conmigo, el cuento es un viaje porque invoco cosas que no ocurren en el escenario, llevando a la gente a mi tierra. Los niños son generosos y hacen este viaje» señala en conferencia de prensa Boniface Ofogo, cuentista de Camerún.

Este festival es organizado y convocado por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, el Foro internacional de Narración Oral (FINO), la Red Estatal de Bibliotecas y el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Director Armando Trejo y narradores durraante la inauguración
Director Armando Trejo y narradores durante la inauguración

Las presentaciones serán:

  • Martes 29 de julio, 12:00 Hrs Puebla, Museo Regional Casa del Alfeñique
  • Martes 29 de julio, 12:00 Hrs. Tepeaca. Salón bicentenario
  • Martes 29 de julio, 12:00 Hrs. Acajete. Auditorio Muncipal
  • Miércoles 30 de julio, 12:00 Hrs. Puebla. San Pedro Museo de Arte
  • Miércoles 30 de julio, 12:00 Hrs. Tlaltenango. Plaza Counitaria
  • Miércoles 30 de julio, 11:00 Hrs. Cuautlancingo (San Lorenzo Almecatla) Plaza Principal
  • Jueves 31 de julio, 11:00 Hrs. Coronango Biblioteca Pública
  • Jueves 31 de julio, 11:00 Hrs. Tepeyahualco de Cuauhtémoc Audiitorio de la Presidencia

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BAILARINES DE TANGO-IMAGEN PÚBLICA
BAILARINES DE TANGO-IMAGEN PÚBLICA

Por Abraham Ibáñez

-Me gustaría que una mujer con esos años y esos ojos me concediera la siguiente pieza. Dijo él con el tufo de cervezas, resabio de horas atrás en bares donde había escondido luego del trabajo para evitar la casa y el tedio, el cansancio. Ella lo invitó a sentarse. Suponía que esa noche él no, y la disposición mutua para encontrarse de nuevo en aquel sitio invitaba a pensar la coincidencia: un destino que pareció irrevocable durante el instante en el que lo vio medio perdido, dirigiéndose a la mesa donde ella bebía sola mientras los demás bailaban ensimismados, egoístas del ritual, dejándose, olvidando soledades entre la multitud.

-¿Whisky? Preguntó ella, mirando siempre el traje viejo, pensando en los orígenes de una luz apenas desparramada en aquel rincón.

Él asintió y sacó el cigarrillo. El aroma en la boca no le permitía aclararse el sabor que la música iba dibujando en la cara de los amantes que conversaban en las mesas contiguas.  

Tratarían de conversar con ese silencio prolongado entre los treinta centímetros que los separaban. Una mirada apenas iría a descubrir que tal vez no era ésa la primera vez que se encontraban tan solos, abandonados.

BAILARINES DE TANGO-IMAGEN PÚBLICA
BAILARINES DE TANGO-IMAGEN PÚBLICA

Afuera la noche se hacía sola. En la mesa la botella verde contrastaba con la opacidad de las voces. Desde una mano el remanente de un cigarrillo caía desperdigándose en la alfombra. Él la tomaría del brazo y ella se dejaría llevar. Los pasos tambalearían; ya no serían los mismos cuerpos que veinte años atrás se habrían encontrado por primera vez en una farra sin nombre. La música sonaba igual. Los vestidos darían vueltas en el aire, adaptados al entorno de cortinas rojas, de lunas y candiles flotando encima de la pista con destellos de suntuoso añejamiento. Los ojos se encontrarían irremediables: una sonrisa lacónica se trazaría en ambas bocas, de frente. Procurarían no hablar y desviar las pupilas.

De nuevo la mesa y una coquetería olvidada. Ella se cruzaba de piernas. Él se ajustaba el saco y la camisa.

-Tantos años, ¿eh? Insinuaba él, con los ojos perdidos entre las piernas de los bailarines a lo lejos.

-No tantos. (No somos tan viejos) Quiso pensar ella mientras se estiraba para acariciarse despacio la pantorrilla, comprobando la amplitud de sus carnes mientra él bajaba la mirada a sus pies. Se imaginaban al mismo tiempo en tantos lados, haciendo tantas cosas; vidas impensables en el camino que habían decidido tomar en algún punto, ahora lejano y ya vuelto una línea dibujada a dos manos, a cuatro, a través de tantos pasos con el mismo ayer en común. Si tal vez, si hubiera, puede que…

Otro cigarrillo y copa con hielos renovados. El fulgor de sus manos los arrastraba de nuevo al baile. Se sincronizaban aquellos movimientos obligados, los mareos, las náuseas ignoradas después de tantos giros. El beso inminente, la caricia en la espalda y el arrebato de la inercia. Ya no pensaban. Ya no pensaban pensar. Se estrujaban los alientos y los respiros cortados por una danza que disminuía su ritmo.

Escondidos entre el vaivén de la elegancia simulada. Revueltos en un montón de zapatos lustrosos, escotes recatados y palabras escuetas. Los besos seguían hirviendo con el azoramiento de testigos santurrones. Los murmullos se empezaban a distinguir. Ellos, reservados para sí mismos, se querían en una gravedad que los arrastraba a su abismo personal: las manos, la piel: buscar bajo las ropas los veinte años de un sagrado matrimonio basado en contar cada día, cíclicamente con los calendarios, y no a través de esa linealidad con el tacto y las caricias

El murmullo se tradujo en silencio. Los presentes empezaron a carraspear las gargantas. Molestos, algunos pasaron a sus mesas; otros simplemente se santiguaron y huyeron con el espanto en el rostro.

-¡Seguridad, hagan algo por dios! Gritó una anciana que se tapaba los ojos, pero no la boca, dejando ver los dientes amarillos y la lengua asqueada y blanquecina del licor.

BAILARINES DE TANGO-IMAGEN PÚBLICA
BAILARINES DE TANGO-IMAGEN PÚBLICA

Los retiraban de la pista entre sonrisas joviales. Los nuevos amantes se sintieron fugitivos del perdón ajeno. La botella se iba vaciando mientras un último tango invitaba a las piernas a ser parte del festejo. Se besaban otra vez, otra vez las manos en sus espaldas. Él se dejaba caer pero ella se mantenía en pie, recordando la hora, las obligaciones. Las bocas se separarían en un soplo inmediato. La inconsciencia de él asistía a la costumbre del alcohol; lo dejaba tendido, desencontrado en sus manos vacías. Ella recogía su bolso y salía contenta, repleta de olvido, imaginando lo que el mañana sustituiría con las responsabilidades de siempre.

Al día siguiente la despedida y el quehacer cotidiano resumirían la noche en un simple conteo, en un retorno que con los días de la semana iría quedando atrás, atado a la burocracia familiar y a la prontitud de un trámite llamado amor. El escape quedaría manchado por la resaca, hundido en los alientos que habrían de esperar vivir otro año para acordarse de respirar.