por Gilberto Blanco
Tláhuac, Ciudad de México, 2 de noviembre de 2017.
Hoy, en su día, le escribo a mis muertos, pero también a los muertos de mis amigos —los pocos que me quedan—, a los de mis conocidos y al resto de muertos que hoy vendrán a buscar comida a la ciudad.
A los míos quiero decirles que espero les guste la comida que les hemos dejado en la ofrenda. Este año les hemos dejado fruta, agua, unos platos de pollo enchilado con espagueti y velas pa’ que no se pierdan. También sus macetitas de cempoalxochitl. La verdad es que, como ustedes mismos lo pueden ver, la ofrenda no es tan elaborada como solíamos hacerla en años pasados, y debo culpar a los pocos ánimos que hay en la casa después de todo lo que pasó; por eso es que le escribo a mis muertos y a los de los demás, para decirles que doy gracias de que ya no estén aquí, no por grosería ni porque deseara su muerte, sino para que no vieran lo que nos toca ver a los que aquí seguimos.
Coapa sigue caída. Cuando estuve pasando por ahí por culpa de la fallida línea 12, no veía otra cosa que edificios destruidos y sueños tan rotos como sus cimientos, lo mismo con la del Mar. Aquí, en mi Tlahuita, se siguen rompiendo tuberías, y la luz, tanto eléctrica como espiritual, sigue inestable. Las calles siguen rotas y la gente sigue durmiendo a la intemperie, y cada vez hay menos ayuda en esas zonas en que, durante todo septiembre (desde el 19) y buena parte de octubre, estaba lleno de manos y voces de esperanza. Y no sólo aquí, sino en muchas partes de la ciudad, del país.
De verdad doy las gracias de que no estén aquí, de que no hayan vivido otro 19 de septiembre, en caso de que vivieran ya el del 85; o que no les tocara conocer el saurópsido movimiento que ese día trae, en caso de que no estuvieran ni aquella vez, ni ésta.
Les escribo a todos para decirles que aquí todo sigue mal. Y no pinta para mejorar. Poco es lo que se habla ya al respecto en la televisión y las únicas cosas que dicen es que “inició la demolición aquí”, o “están barriendo los escombros allá”. Pero nada de que la tristeza sigue aquí, ni la miseria allá. Eso ya no importa.
A mis muertos quiero decirles que, en la familia, fuera de que varios se quedaron sin casa, no tuvimos pérdidas. Aunque todo cambió. Mamá entró en una depresión más al ver a sus hermanos en la situación en que están, y al ver a esa casa en la que tantos años estuvo contigo, abuelita, tan destruida, tan insalvable. La verdad es que a mí también me deprime ver cómo literalmente mis recuerdos de infancia se vinieron abajo llevándose de paso las casas de mis tíos. Es triste a pesar de que, desde que te fuiste, esa casa ya se había derrumbado espiritualmente.
A mis muertos quiero decirles que me perdonen por no haber hecho un mayor esfuerzo para darles una recepción más digna de ustedes, pero que, a pesar de que no tuvimos pérdidas directas, con lo que me tocó vivir, sentir y mirar aquél día, siento que ya nada es lo mismo; y yo, tan amante de esta ciudad suicida, no termino de reponerme de la vieja herida que, literalmente, se abrió.
A los muertos que no son míos, quiero decirles que este Día de muertos somos nosotros los que necesitamos apapacho, que quisiéramos tenerlos aquí—si bien agradecemos que no fuera así— y que muchos casi envidiamos su comodidad en el Mictlan. Por lo que ustedes ya deben saber, por medio de aquellos que no sobrevivieron a las fauces del cocodrilo, cuando vengan en su caminata anual, verán todo cambiado y espero no se sorprendan tanto.
A todos los muertos, los míos y los ajenos, espero que nuestras ofrendas conmemorativas sean de su agrado y disfruten de los alimentos que les hemos dejado; a cambio les pido que nos dejen una huella de esperanza, de lucha, una guía sobre cómo seguir, sobre cómo levantarnos de nuestras cenizas tal como ustedes lo hacen desde tan lejos para venir aquí… a comer sin boca, a beber sin lengua, a visitar sin en realidad estar. A todos los muertos, hoy en su día, quiero decirles que hoy hay gente que se siente más muerta que ustedes, aunque se vea obligada a llevar oxígeno a sus pulmones.
Y por eso también le escribo a mis hermanos, los que aquí seguimos —para bien o para mal—, que no se olviden de los que están muertos en pie y que no se olviden de los que nos necesitan; que en este día de muertos, no sólo recordemos a los que vienen del Mictlan, sino también a los muertos que, sin embargo, aún tienen que vivir.