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Personajes

Por María Mañogil

Los personajes de un relato no son el escritor. Pueden parecerse a él porque son sus creaciones. O pueden no parecérsele en nada, tal y como sucede con un hijo al que engendras. Llevan también algo de cada ser que los contempla. Ya sean dibujos escritos a renglones sobre un papel o garabatos incompletos a los que les falta alma. El alma la aporta quien los imagina, quien los proyecta fuera del libro donde descansan y son arrancados de él. La responsabilidad en lo que hacen esos personajes, de cómo se comportan y de lo que sienten, es a partes iguales del lector y de quien los ha creado.

He visto cómo algunos escritores han sido definidos, de una u otra manera, a través de sus personajes; rebatidos y corregidos desde la crítica por quienes gustan de adaptar el guión del libro a la vida cotidiana. Creo que se han olvidado de lo que les corresponde hacer a ellos mismos cuando deciden leer, que no es otra cosa que permitir trasladar  a los personajes del libro hacia el mundo exterior.

Leer no es repetir mentalmente las frases ya escritas. Es también entrelazar lo escrito con lo no escrito, extraer de cada página todo cuanto hay en ella y mezclarlo con el aire que se respira, con la vida terrenal, con la realidad.

He entendido introducirme en un mundo irreal a través de los cuentos como una forma de explicar que estoy involucrada de lleno en la lectura. Ahora sé que no es así y lo estoy desaprendiendo, porque lo que leo no puede moverse si yo no lo muevo a través de mis ojos. Si yo no camino, todo cuanto se encuentre impreso se quedará allí, atrapado en el fondo blanco de su mundo de dos dimensiones.

Por eso cuando leo me llevo ese mundo al mío. Porque la única forma de asegurarme de que he leído es mostrarle la vida a los hijos del escritor, que ahora también los míos. Liberarlos de entre las páginas y dejar que me acompañen durante mi estancia en la Tierra. Hacer que sientan lo que yo siento, compartir con ellos el tiempo y amarles por quienes son. Enseñarles otro universo que no conocen, permitir que aprendan de él y devolverlos después al cuento, más maduros que cuando los saqué de él.

He comprobado lo poco que se involucra uno en la historia si se limita a introducirse de manera superficial. Los personajes, los lugares, e incluso el tiempo en el que acontece, deben ser transportados hacia afuera y convertirse en nuestros compañeros inseparables a cada momento. Hasta que demos por finalizada la lectura y cerremos el libro para volver a vivir nuestra vida, en solitario. Así funciona leer. Lo demás es sólo repasar letras ya impresas con el puntero invisible de nuestra conciencia.

Flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones

HOMBRE SOLITARIO-IMAGEN PÚBLICA
HOMBRE SOLITARIO-IMAGEN PÚBLICA

por Carolina Vargas

Voy a dejar este cuentito por aquí, a ver qué les parece…y recuerden que los personajes y situaciones que a continuación se presentan son enteramente producto de la ficción, el ocio, una laptop y mucha pero mucha nicotina. Acompáñenlo con frutas y verduras…

No sé ni cómo empezar, han pasado meses y sigo creyendo que todo aquello fue ilusión, producto del hartazgo en el que he estado inmerso toda mi vida.

Vaya quizá no fue la gran cosa, pero nunca me ha ocurrido nada relevante y tal vez por esa razón cualquier anécdota que se salga de mi rutina es digna de ser contada. Admito que el recuerdo lo he ido nutriendo de anhelos personales para hacer más memorable aquel momento, repito, no estoy muy seguro si lo soñé o si en verdad ocurrió, lo cierto es que desde entonces no he vuelto a ser el mismo.

Aquel día me desperté temprano, un crimen contra la humanidad madrugar en domingo, pero así eran las cosas. Veinte años resumidos en una cadena de fracasos, un matrimonio al vapor sumido en la rutina y el hastío, una ex esposa histérica e histórica, dos hijos cuya manutención cada vez era más sofocante, una mujer con la que me acostaba de vez en cuando y para quien el sexo ya era insuficiente.

Repartidor de pizzas, a mis 38 años, un empleo que siendo adolescente rechace infinidad de veces por considerarlo para pobres diablos; y no me equivoqué, ahora que lo pienso, la dignidad y la lozanía se fugaron de mi vida hace mucho tiempo. Como todos, tuve ilusiones, sueños, juventud e irresponsabilidad, carne y pubertad son una pésima combinación, embaracé a mi novia en turno, el precio de su virginidad fue el matrimonio y me obligaron a pagarlo. “Que no se diga que mi hijo es un poco hombre” fueron las palabras de mi viejo cuando me llevo casi a rastras a la boda civil. Era mi deber, siempre he tenido que cumplir con algo o con alguien, menos conmigo mismo.

Ella se aburrió pronto, perdió la figura y las ganas de vivir, y de haber sido el culo más deseado del barrio, se convirtió en una vieja prematura, llena de estrías y reproches, primero contra ella, por habérselas aflojado al primer pendejo –en este caso yo- que le lavó el cerebro y le ensalivo la oreja; y después contra mí por no haber tenido huevos para convertirme en hombre. Lo admito era un pendejo, adolescente, caliente e irresponsable. Quiso reformarme pero nunca pudo, ni los dos hijos que tuvimos, ni el intento de changarro que montamos lo lograron. Así que me dejo, la relación terminó de la misma manera en que comenzó, en un arrebato en el que las palabras sobraron y así sin más me quedé sin mujer. Estúpidamente creí que viviría más tranquilo, pero no fue así, el divorcio me volvió proveedor, ni los ruegos de mi madre, ni el hambre de mis hijos o las múltiples mentadas de mi ex mujer lograron que me pusiera las pilas y fuera “el hombre de la casa”. O me mochaba o iba a dar al bote…vale madre.

Huevón y sin estudios, lógicamente nunca pude conseguir un buen empleo, siempre conté con la buena voluntad de amigos y parientes que siempre vieron en mí un caso perdido.

Irresponsable y loco me volví a amarrar otra vieja más histérica que la anterior, con mejores nalgas y muchas más ganas de coger. A esta la tenía más conforme, hasta que empezó con sus mamadas de querer tener hijos, la ilusión se convirtió en reproche, la relación se volvió un infierno; pero esta salió más cabrona que mi ex y supo que la mejor forma de darme en la madre era quedarse conmigo, con su “amor” y “devoción” bajo la máscara del chantaje y la sumisión me tenía –me tiene- amarrado de los huevos.

Así que entre mi ex mujer, mi mujer y una operadora de radiotaxis que me ando picando tres veces por semana, se me han ido 20 años de vida. He sido taxista, talachero, tendero, cobrador de Elektra, padrote, herrero, mecánico y de cada empleo salía peor que del anterior, que trabajen los jodidos…al menos eso era lo que yo pensaba, hasta que mi hijo el mayor cometió la misma mamada que yo y ni hablar tuve que chingarle para ayudarlo, el cabrón salió más pendejo que su padre.

HOMBRE SOLITARIO-IMAGEN PÚBLICA
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Así que el cansancio por mi vida, librarme de mis viejas y las idioteces de mi vástago me llevaron a tomar un empleo como repartidor de pizzas…debería existir un círculo en el infierno para los reclutadores de la agencia de colocación.

Pero ya divague mucho, aquel domingo me desperté temprano, la pizzería abría hasta mediodía pero yo tenía que ganarme una lana extra y por esa razón llegue a un acuerdo con el dueño, así que además de repartir pizzas y flyers publicitarios, mi chamba consistía en hacer la limpieza del comedor, la cocina y la bodega del restaurante, apersonarme desde las ocho de la mañana para que ese pinche hueco mantecoso, de quinta categoría, ubicado en una colonia refundida en el culo del diablo luciera medianamente decente.

Para el mediodía, mi jornada laboral era amenizada con la misma sinfonía que escucho a diario, los insultos del jefe de producción, el repicar de la caja registradora y mi favorito, la chicharra que suena cuando alguien ordena una pizza a domicilio, así deben zumbarle los oídos a esos pobres cabrones que condenan a la silla eléctrica, ese sonido solo se puede interpretar de una sola manera: ya valiste madre.

La tarde pintaba para ser simplemente eso, una como tantas que he tenido.  El sopor hacía que el tiempo se desplazara montado en un caracol reumático. Esto está de la chingada, llevaba más de ocho horas rompiéndome la madre en ese pinche local, 20 pesos de propina en todo el puto día, ni para una caguama, un buen caguamón helado como las nalgas de un muerto, el único placer que podía darme, hasta que el pendejo de mi hijo salió con sus mamadas de querer casarse y sentar cabeza. Ahí valió madre mis pocas satisfacciones, sin alcohol, sin coger bien, intentando mantener a mis dos viejas, mis hijos, mi futuro nieto…

Rrrrrriiiiinnnggg,  sonó la jodida chicharra, el pendejo operador nuevamente no es capaz de tomar un pedido sin cagarla tres veces, por culpa de ese ogete hijo de la chingada hemos tenido que pagar todas las pizzas gratis que resultan de su incompetencia por no escribir bien las direcciones.

Paquete uno, la pizza de la casa, una guarnición y refresco grande, San Marino #17 entre Ángel y Arcángel, pagarán la cantidad justa, casa de una planta de color verde con vivos en blanco. Me subí a la motocicleta, me coloque el casco, le di nuevamente una leída a las indicaciones del pedido, no conocía la calle ni las señas, pero como los frenos no servían era preferible tomarse las cosas con calma, no sería la primera vez que alguien se quejara de mi impuntualidad y francamente en ese momento no era algo que me importara, excepto por el hecho irrefutable de tener que pagar el puto pedido si el pendejo del mostrador una vez más la cagara con la dirección incorrecta. 5:40 p.m. a más tardar debo llegar a las 6:10 p.m. con la puta pizza.

Salí por la avenida principal rumbo a la calle del Ángel, una calzada bastante amplia y conocida, pero ni idea en donde estaba la San Marino y tampoco me importaba, yo iba pensando en el chantaje que me esperaba al llegar a casa ante la falta de propinas, ilusiones y sobre todo de huevos.

Mientras me decía a mí mismo “Que chingue a su madre mi vieja, mis hijos y la pendeja que me ando picando, estoy hasta la madre de todos ustedes” ahí justo en ese momento de revelación como señalando el camino que debía seguir de ahora en adelante, apareció el letrero que anunciaba mi destino “San Marino”. Di vuelta a la derecha y disminuí –aún más- la velocidad de la moto buscando la casa verde de una planta marcada cabalísticamente con el número #17. Vi mi reloj 6:00 p.m. un tiempo record, en tres años jamás había tenido diez minutos de sobra.

Me baje de la moto, tome todas las chingaderas que venían con la pizza y me encamine hacia la puerta principal. Al principio creí que me habían visto la cara de pendejo, algún cabrón escuincle sin nada mejor que hacer. La casa no se veía habitable por ningún lado, no había cortinas en ninguna de las ventanas, estaban cubiertas de periódicos, el césped del jardín estaba quemado y crecido, las paredes trasminadas de humedad, grietas, olvido y telarañas por todos lados, ninguna señal de cotidianidad invitaba a llamar a la puerta, aun así quise salir de dudas, timbré dos veces…y nada, a la tercera va la vencida, insistí y al fondo de lo que supongo era un pasillo largo escuché un débil rumor, que poco a poco fue aumentando de volumen. Ya voy…pude escuchar claramente la voz afilada de una mujer.

Yo seguía de pie frente a la puerta, empezaba a oscurecer y la temperatura iba bajando, ahí estaba yo hecho un pendejo esperando a que la Llorona me abriera y poder irme a chingar a mi madre. Solo un campanero jorobado o un científico loco podían vivir en aquel lugar, cuando escuché una voz de mujer, confieso que se alimentó mi curiosidad, una vieja loca rodeada de gatos que me animara un poco la tarde, me entusiasmó la idea de conocer a alguien mucho más solo e infeliz que yo.

HOMBRE SOLITARIO-IMAGEN PÚBLICA
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Ya voy. Repetía la voz desde adentro era una voz demasiado armónica para pertenecer a una vieja. Se abrió la puerta y hasta ese instante supe que había llegado al paraíso. Lo que vi no tuvo madre, a menos de medio metro de distancia, estaba frente a mí una diosa encarnada vistiendo únicamente ropa interior. Era muy joven, pero ya toda una mujer, altiva, su cabello en mechones rebeldes le enmarcaban el  rostro, el cuello era una torre de plata flanqueada por dos serpenteantes clavículas, de los hombros redondeados y audaces se desprendían los brazos largos, tersos coronados por manos pequeñas, ágiles. Su cuerpo era un banquete, la lencería era el mantel perfecto, ese juego de encajes y listones que le cubrían lo necesario para beberla y comerla siempre, su cuerpo estaba delineado de una manera exquisita. Los senos pequeños y firmes, formaban un discreto corazón por encima del sostén, ese par de almohadillas sobre las que yo pediría a gritos que me dieran en la madre siempre y cuando pudiera morir abrazado a ellas, al hueco de sus axilas bajo las que seguramente se escondían sus hermosas alas, el borde de sus costillas era la escalera al tobogán de su silueta su apretada cintura, sus caderas firmes y generosas, el ombligo tímido, el sexo estrecho, escondiéndose por debajo de los encajes color piel…del color de su piel, no podía dejar de imaginarme de rodillas besando su vientre hecho de arcilla aferrándome a la plenitud de sus nalgas, acariciando sus piernas, esas columnas firmes, trémulas e inquebrantables, sus pies largos y huesudos, pies para andar y dejar huella. Admito que la impresión de verla casi desnuda me dejó sin palabras pero verla directo a la cara me dejo bien pendejo, quedé fulminado ante sus ojos, tenía una mirada profunda, inocente, sonreía cada vez que pestañeaba con esos hilos larguísimos y negros que le enmarcaban los parpados. Sus labios carnosos y sus dientes de azúcar balbucearon alguna especie de excusa a su tardanza, a mí me valía madre, no podía dejar de imaginarme el sabor de esa boca, el olor fresco de su piel, la suavidad de su coño. No era solo lujuria, me he cogido a muchas viejas en la vida y basta con quitarles los calzones para picarlas; ella era algo mucho más hermoso era una mujer para admirarse, no bastaba con bombearla a mamarle las tetas, había que embriagarse de ella y disfrutarla toda porque jamás en mi pinche vida podré aspirar a una mujer como esa, a una mujer de verdad.

Su voz era metálica, cortante, aunque de tono amable. Su mirada indiferente me dejo tieso el corazón y el pito, porque para ella la pizza que ordenó era mucho más importante que yo, de buenas maneras me preguntó cuánto era lo que debía, me apresuré a decir que iba por cuenta de la casa, habían pasado los treinta minutos que era el tiempo límite de entrega –desde luego mentí-me dedicó una sonrisa tímida pero muy sincera. Gracias, y ese gracias quedó suspendido en el aire mientras su lengua paladeaba cada una de las letras y las iba hilvanando una por una, hasta formar una exquisita seda fonética. Dio media vuelta y pude ver los bordes de su espalda, los huecos de las piernas, su fragilidad y la redondez de sus nalgas que asomaban por sus bragas cacheteras, estaba yo como pendejo imaginando que lamía el hueco que le recorría la espalda hasta el culo, cuando de su cartera sacó unas monedas y me las ofrecía como propina, no pude aceptarlas…me disculpé por haber hecho la entrega a destiempo, giro sus ojos en señal de indiferencia, me cerró la puerta en la jeta y ahí me quedé parado hasta que perdí la noción del tiempo estaba embriagado con su cuerpo y su olor a vainilla.

El frío me empezó a taladrar en la nuca y me dí cuenta que ya habían pasado 15 minutos. Fue un desmadre subirse a la moto con el pito parado, pero me resistí a perder mi erección, era algo de ella y mío, no podía dejar que se me fuera así como así.

Llegue al hueco donde trabajo y para sorpresa de todos, yo estaba de buen humor y anuncie lleno de orgullo que debían descontarme mi última entrega. Nadie daba crédito a mi actitud. Nunca se lo dije a nadie, no quería compartirla con nadie, ella es mía y así permanecerá. Aunque nunca me lo coja, aunque nunca la vuelva a ver, aunque para ella no sea más que otro pendejo pizzero que se quedó pendejo frente a sus tetas, no sé cómo se llama ¿ por qué tendría que saberlo? Con más razón puedo adueñarme de ella, nombrarla, recordarla y cogérmela a través de otras,  pensar en la tersura de su cuerpo, el filo de su mirada, el olor de su piel; con mis viejas no he dejado de coger y es por ella que me las cojo con más ganas aunque me encuentre más insatisfecho que antes.

Jamás volví por aquella casa, para qué, probablemente sea casada o se la esté cogiendo algún cabrón excéntrico en ese cuchitril, y como dije, nunca he cumplido conmigo mismo, nunca he disfrutado de nada que sea únicamente para mí, solo a ella he podido disfrutarla en soledad, vive en mi memoria, junto con todas las puñetas que me he hecho en su honor y que se abra la tierra y me trague si miento cuando digo que nunca me había venido tan rico, solo cuando me la sobo pensando en ella.

Aquella noche llegue a mi casa más jodido de como salí, pero con una enorme sonrisa y un brillo en los ojos que no había tenido nunca. Mi esposa indiferente como siempre no me notó nada raro, me dio de cenar, me paso una enorme lista de cosas pendientes por comprar, deudas que pagar, cosas que reparar y la pregunta de todas las noches respecto al desayuno del día siguiente. Me hizo el reproche de siempre por la falta de dinero, por las deducciones que me iban a hacer, pero que esperaba, se casó con un huevón que vale madre, hasta una completa desconocida me miró con desdén, como si por esas ventanas que tiene por ojos pudiera ver la mamada que es mi vida. Espere a que mi mujer se durmiera, agarre mis tres trapos y me largué de la casa, no he regresado desde entonces, me di cuenta que aunque mediocre mi vida merece ser más llevadera y de vez en cuando el destino puede darme pequeños placeres, todavía sigo disfrutando del recuerdo de ella…pero más allá del placer que me provoca, es la sensación de estar vivo lo que disfruto tanto.

Mandé a mi familia a chingar a su madre, vivo solo en un cuarto de azotea, compré una hielera en la que a diario me espera una cerveza fría como recompensa a las chingas que me pongo en el trabajo. Contrario a lo que esperé, ni mi mujer ni mis hijos se tomaron tan mal el hecho de que ya no les doy un peso para absolutamente nada, creo que era tan poco lo que les daba que realmente no hay diferencia.

Cada quien se rasca con sus uñas y de padre pasé a ser abuelo irresponsable, chaquetero y solo, pero por primera vez en mi vida soy feliz y eso se lo debo a ella. Aunque realmente no sé si la conocí o la soñé…