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Mi amistad con la muerte

Por Raúl Picazo

La muerte me acompaña. Se impregnó a mi piel el día que nací. También percibí su presencia el día en que mi hija gritó que había arribado a la esquina de este mundo. Es común sentirla, evadirla es tarea diaria por aquellos que se piensan inmortales y, sobre todo, por quienes no quieren hablar de un final establecido. Pero la muerte no existe, es solo una palabra, en todo caso sería, un estado de no vida.

La muerte protege, por eso le rinden pleitesía. El tributo no es otra cosa que respeto, pero también es lógica que recae en el final personal y colectivo. Es justo que se erija más alto que una virgen inexistente. Aunque el extremo no es más que fanatismo. Cuando sabemos que la muerte está ahí, a nuestro lado, ponemos toda la vida para alejarla.

Esto viene porque la enfermedad te pone a pensar en la totalidad orgánica que se pudre. Nos vamos muriendo poco a poco, sin darnos cuenta, o nos damos cuenta pero lo evadimos, porque no queremos vernos ya con la incertidumbre de sabernos parte de la degradación.

La enfermedad puede relegarnos a la soledad, o nos puede abrir muchas puertas, nos introduce a un sistema de símbolos, porque ya no sabemos cuál es la realidad que vivimos, si es necesario estar aquí o partir dignamente.

Pero esto no es reflexión personal, no llegué solo, sino de la mano de un libro, de un autor (que también es un doctor) que realiza un análisis de las enfermedades y de sus pacientes, un hombre que se toma la molestia de prepáranos para lo que viene. Recordar los difuntos, de Arnoldo Kraus, es un texto que pretende abrir un sendero por los que muchos no queremos transitar.

Ya en su libro Cuando la muerte se aproxima, encontré algunas citas que me pusieron a meditar sobre tema y sus aristas:

“Algunos pacientes lo saben: la soledad habla como la muerte».

“Cuando se padece, el silencio y el abandono hieren profundamente. La salud quebrada requiere cariño, las pérdidas requieren voces, el miedo compañía”.

“Si uno sobrepasa la enfermedad, irremediablemente viene la vejez. Es como si no existiera escapatoria y la única salida es cuidar el cuerpo para tener una vida digna. Si me dices cómo vives te diré cómo morirás, parece que reza por ahí un proverbio callejero, y es verdad, no existe otra salida viable a todo este asunto”.

Estas citas me formaron conceptos sobre la enfermedad, pero también abonaron sobre el recuerdo de una vida junto a mi madre enferma. Y hablar de este tema es sentir también nuestro propio cuerpo, es un acercamiento al tema que se desarrolla en torno a todos aquellos que tienen poco tiempo de vida y que desean irse pronto de este mundo, o para decir algo más certero: la Bioética.

Si pensar en la muerte es complejo, los temas donde confluye la vida y la muerte son en todo caso impenetrables; la razón no la podría tener nadie, si no se genera una discusión inteligente sobre el tema.

Recordar a los difuntos es la narración de un encuentro, es la crónica de una caída, es la madre-luz que se apaga, que se encuentra en los últimos días, es la vida luchando, no dejándose llevar por el cansancio.

Este libro destaca por su capacidad para despertar el asombro y la fortaleza de una mujer, pero también te enseña a esperar pacientemente ese estado físico, donde el cuerpo ya no responderá. Donde seremos un organismo inane.