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Personal Yisus

MONJAS-IMAGEN PÚBLICA
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por Carolina Vargas

A Mont y su magnífica amistad e incomparable complicidad.

A los placeres carnales, sin ustedes seríamos nadie.

No soy una persona religiosa. Durante años me formaron dentro de la fe católica, cursé ocho años de instrucción escolar en un colegio de monjas, estuve en el coro de la iglesia, he ido a retiros espirituales y de acuerdo con la fe que me inculcaron tengo casi todos los sacramentos –me faltan el matrimonio y la extremaunción- por lo que según mi abuela soy una apóstata irredenta.

Pese a que no abrazo ninguna institución religiosa, ni soy una persona de fe, tengo mi lado espiritual, de vez en cuando medito y trato de conectarme conmigo misma, y no…no soy budista de clóset. Vamos que en términos más sencillos no creo en Dios.

Sin embargo, soy tolerante con las creencias de otros. Yo me crié en una familia católica, mi madre es cristiana, tengo amigos protestantes, mormones, testigos de Jehová, conozco judíos, musulmanes y por ahí uno que otro agnóstico. No tengo problema con la fe de otros, creo que lo más importante y lo que debe estar por encima  de cualquier etiqueta, es el respeto hacia el otro y más importante aún, hacia uno mismo. Pasando por la congruencia, la tolerancia, si pudiera nombrar una fe en la que sí  creo, sin duda esa sería la amistad.

¿Y a qué se debe todo este cursi preámbulo? Muy sencillo, como ya dije en la columna anterior, las mejores cosas salen sin planearlas. Así que mi aventura semanal surgió de esa forma.

Estaba nuevamente arranada en mi escritorio cuando mi querida amiga –la misma del relato anterior- me llamó para que la acompañara esa tarde a hacer varias cosas. Como siempre no tenía nada mejor que hacer el resto de la tarde, así que después de terminar lo que sea que estuviera haciendo en ese momento, me dirigí al sitio habitual de los encuentros fortuitos.

Después del saludo habitual, comenzó nuestro parloteo, pasaron unos cuantos minutos y yo todavía no sabía concretamente que era lo que íbamos a hacer. Así que caminamos, caminamos y parloteábamos alegremente hasta que llegamos a un edificio grande, de muros infranqueables y una puerta en la que se concentraba toda la energía del mundo exterior –sin duda una carga pesada-. Llamamos por el aparato intercomunicador y una molesta chicharra nos dio la bienvenida al convento de las Carmelitas Descalzas de San José y Santa Teresa. Efectivamente, estábamos en un monasterio de clausura.

MONJAS-IMAGEN PÚBLICA
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Nuestra visita no obedecía a un propósito espiritual, vaya que estábamos ahí por otra razón. Iban a presentar un libro sobre la vida de Santa Teresa, o algo así. Mi amiga es historiadora y durante muchos años ha trabajado sobre el arte sacro. Así que nuestra visita era de fines académicos exclusivamente.

Por lo que me explicaron las órdenes religiosas que habitan los conventos de clausura se dedican fundamentalmente a tres cosas: rezar, sacrificarse y amar. En teoría se supone que esas son sus principales labores, desde luego que realizan otras actividades, trabajan, leen y como en este caso, abren las puertas de su convento a los fieles.

 “Arrancan de Dios a base de mucha oración, de mucho contacto con él, de sacrificios, enormes sacrificios, esas gracias que necesitamos todos. 

En medio de una vida de oración, de silencio, de recogimiento, de trabajo manual y físico, de penitencias corporales,… estas almas van adentrándose en el corazón de Dios y gracias a ese intimidad con Él, van haciendo de este mundo un mundo más humano y más de Dios.”

Catholic.net  -sobre los conventos de clausura

Sinceramente esperábamos otra cosa muy distinta a la que ocurrió en el evento. Para resumir, no hubo tal presentación de libro, una mujer de la que no sabíamos nada, se la pasó cantando por más de media hora, sus aires de protagonismo eran chocantes y bastante molestos, por lo que abandonamos el lugar apresuradamente y fieles a nuestra costumbre cada vez que nos vemos, terminamos echando chínguere en el lugar de siempre.

Todo esto me llevó a reflexionar varias cosas. La primera y creo yo más importante de todas ¿Qué es lo que motiva a las personas a recluirse en esa vida de contemplación y recogimiento absoluto? Francamente yo no podría hacerlo y quizá por eso me cuesta tanto trabajo entender esa vocación. Creo que el mundo y yo nos llevamos bien a pesar de todo, no podría vivir completamente sustraída de él.

Quizá es una cuestión de búsqueda y cada quien tenemos procesos y preguntas distintas. Hay quienes nunca encuentran la respuesta pero eligen algún camino que las acerca más a ella. Otros andan dando tumbos porque saben escogieron no el mejor sendero, pero sí el que de inicio creyeron sería el más fácil. El resto nunca se ha cuestionado absolutamente nada y transitan por el mundo felices en su ignorancia, a este grupo creo pertenece la mayoría.

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No soy buena para este tipo de reflexiones, creo que de todas maneras la única que cuenta es la personal, la que se motiva desde adentro. Sea cual sea la fe que se abrace lo importante es que esta nos lleve al enriquecimiento espiritual, a ser mejores personas y sobre todo mucho más tolerantes.

Resumiendo, no cambiaría mi forma de vida, ni mi relación con otras personas sencillamente porque el encierro no es lo mío, y no, tampoco vivo encerrada en mí misma, soy una simple mortal a la que le toco vivir en el mundo y disfruta hacerlo. Es admirable conocer a personas con pasión y vocaciones bien definidas, su determinación es digna de aplauso, pero sin duda alguna, aunque yo deambule confundida y sin rumbo, no cambiaría por nada el enorme placer que siento cuando alguien ya sea accidental o intencionalmente me pellizca una nalga.