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Recordando a los difuntos presentes y futuros

por Gilberto Blanco

Hoy es 31 de octubre, día de Halloween. Aunque para mí es día de muertos al igual que lo será mañana y el domingo. No lo digo, no lo pienso, o siento, porque sea la típica persona que dice odiar lo extranjero y prefiere “lo suyo”, sino porque para mí Halloween también habla sobre muertos, no al estilo hollywoodense, sino en el sentido de aquellos que ya no están y que queremos recordar (no por nada viene de All hallows’ eve) y por eso también hoy es día de muertos.

Frente a mí está la ofrenda que ponemos cada año en casa. Papá ha tenido tantos gastos que por un microsegundo me pareció inconcebible que pudiera gastar absurdamente en tanto papel color de muerte y frutas y plantas que no tardarán en morir —porque por alguna extraña razón mamá no tiene buena mano con las flores por más que las cuida—, y en comida para alguien que no vendrá como quisiéramos y si lo hiciera del susto nos moriríamos, pero luego recordé lo mucho que amo esta época de día de muertos (y creo que el hecho de que por lo menos en el 95% de mis historias mis personajes mueren o hablan de la muerte aun cuando la historia es un cuento infantil revela mucho que tengo a la muerte siempre presente) y que la ofrenda es una de las pocas cosas que hacemos en familia y que nos unen, por lo que me pareció imperdonable pensar que papá no debía gastar en ella.

Este año nuestra ofrenda tiene en su galería de fotos un nuevo integrante, y con la cantidad de enfermedades, accidentes y urgencias que hubo en mi familia casi debo agradecer que sólo sea un integrante nuevo. Mi plan era escribirles sobre aquellas fotos y de lo que me hacen sentir y reflexionar, pero la verdad es que empezando a redactar esto, ya no sé si quiero hablar de las fotos, de la muerte o de la fecha.

Cuando miro las fotos sólo puedo pensar en nostalgia, en recuerdos que te vienen a la mente pero que son como humo porque sólo puedes verlos mas no asirlos y aferrarte a ellos y pienso seriamente en los personajes que salen en las fotos de mi ofrenda. En la de en medio sale el finado que es mi abuelo, en su pierna izquierda sostiene a mi tía cuando tenía aproximadamente 4 años y en la derecha a mi mamá que no pasa de los dos. Cuando veo a mi infantil madre no puedo dejar de preguntarme, ¿qué pensaría en el momento de tomar aquella foto? Tal vez cosas infantiles debido a su edad, pero luego veo al abuelo que nunca conocí y pienso: ¿será consciente de que esa foto será un sustituto de su propio ser cuando él ya no esté?

Retrato familiar
Retrato familiar

Junto a esa foto miro una de la boda de mis padres abrazando a la nueva integrante de la ofrenda: mi abuela paterna. Miro nuevamente a mi madre ya adulta y pienso: ¿qué piensa ella respecto a fotografiarse? ¿sabrá acaso que es una extensión de la memoria o como casi todos se la tomará en automático porque es tradicional fotografiar esos momentos? Y mis pensamientos divagan más y vuelven a lo difícil que ha sido este año respecto a ella y pienso: “Las fotos siempre son previstas para el futuro, para cuando el presente se esfume nos quede algo de él, pero, cuando pensamos en el futuro, ¿Pensamos sólo en lo bueno que nos va a traer? Hijos, experiencias, madurez… ¿Y qué hay de lo malo? ¿Pensaría acaso, al tomarse esa foto que dentro de muchos años ella sufrirá enfermedades para las que no hay cura? ¿Y si así fuera? ¿Se enfrentaría al futuro?” Tal vez no pueda expresar bien mis ideas y tal vez no se me entienda, pero esas fotos me hacen cuestionar nuestro presente que es el futuro de aquellos rostros retratados.

Esta semana leí el libro de José Luis Dávila y en él viene un ensayo sobre las fotografías y lo absurdas que se han vuelto con la tecnología. Creo que tiene mucha razón al observar que la fotografía actual ha perdido su sentido al cambiar su utilidad como extensión de la memoria para transformarse en un medio de difusión alimenticia y sólo con fines presuntuosos. Tengo la fortuna de tener en mi ofrenda aún fotos que servían para lo que de verdad deben servir una foto. Y sin embargo no es la conclusión a la que quiero llegar al hablar de las fotografías que hay en mi ofrenda. Tal vez no hay conclusión al pensar en ellas y en si los retratados eran conscientes de que algún día no estarían más que en unos rollos de Kodak (cosa que aplica aún para estas fotos, más no para las del 2005 aprox. en adelante).

Respecto a la muerte no sé qué decir. Tal vez podría empezar diciendo que tengo una quizás grave obsesión con ella. No sé si se debe a que he escuchado hablar de la muerte desde mi infancia a través de familiares que fueron muriendo, algunos desconocidos para mí otros tan cercanos que parecían mis hermanos, pero mi novia cree que es casi enfermo o insano que tenga siempre presente a la muerte en mi vida. Además de que le asusta la certeza con la que le digo que moriré a los 35 (certeza que ni yo sé de dónde salió pero que he ido abrazando con los años como una verdad escrita).

Retrato familiar

Siempre la he sentido acosándome, acechándome aguardando el momento no de levantar la guadaña y sesgarme, sino de abrazarme y sentir una calidez que haga que me quiera ir con ella. Porque mientras escribo esto creo que más que temer a la muerte, temo aceptarla. Quizás este día de muertos (que para mí dura tres días) me encanta porque es la única fecha en que nos podemos crecer y ponernos a su altura, la única fecha en que podemos verla, recibirla y aceptarla como algo tan natural y común como respirar, además porque es el único día en que no siento que me acecha sino que es una colega más de la que puedo aprender como aprendo cosas con los pocos amigos que tengo en la facultad.

Creo que maté dos pájaros de un tiro al hablar en conjunto de la muerte y de la fecha pero sigo con la espina de no saber expresar lo que me producen aquellas fotos que me observan sin mirar. Tal vez es miedo a ser consciente de que en el futuro mi vida quedará reducida a una simple fotografía, pero el miedo no es precisamente ese, sino que yo ya no seré una kodak ni una polaroid que mis posibles hijos si llego a tenerlos podrían poner en una ofrenda, sino que seré un simple fondo de pantalla a lo sumo en algún iphone o lo que se les ocurra a las generaciones venideras. Y eso invita menos a la reflexión que una foto junto a un pan de muerto y un vaso de tequila.

Nada más importa

Pareja - Imagen Pública
Pareja – Imagen Pública

por María Mañogil

Ayer me preguntaron si yo había sido infiel alguna vez. Yo respondí:

-”Define la palabra infiel, sino no te puedo responder”.

Mi interlocutora, como era de esperar, no supo darme la definición correcta de esa palabra y comentó que yo la estaba liando y al acabar la conversación dio por hecho que mi respuesta era sí y que no quería decirlo de una manera tan clara.

Yo me he molestado en buscar la definición en la RAE antes de empezar a escribir este texto. Me gusta estar informada de los temas sobre los que escribo además de dar mi opinión personal, ya que soy bastante aficionada a meter la pata mientras hablo y no me gustaría hacerlo también escribiendo. Aunque tampoco pasaría nada; con las palabras, cagarla la cagamos todos y no suele salir nadie perjudicado.

No voy a poner aquí ninguna de las definiciones de “infiel” porque sobre la que quiero hablar es a la que se refería mi amiga y la que, precisamente, es sólo una pequeña parte dentro de las tres que he encontrado (o así lo entiendo yo). Sólo quiero decir, antes de dejar el tema de las definiciones, que según la RAE, yo no me libro de ser infiel en ninguna de ellas, pero que mi amiga se equivocó al juzgarme. Eso pasa por utilizar una palabra sin saber su significado.

OFRECER NO ES DAR

Para saber si hemos sido infieles a nuestra pareja, primero deberíamos tener muy claro lo que entendemos por pareja y, sobre todo, lo que esté pactado dentro de la misma (sea de forma verbal o por escrito).

Cuando se empieza una relación de pareja, supongo que se ha tenido que pasar antes por una fase,  la de conocerse para saber qué es lo que cada uno quiere ofrecer al otro.

Ofrecer no es dar y esperar recibir algo a cambio, pues en ese caso sería intercambiar.

Ofrecer es acercar tu mano con un regalo en ella y esperar a que la otra persona decida si lo acepta o no.

Y en una relación sincera se ofrece lo que se quiere ofrecer, independientemente de que lo que ofrezca el otro sea mayor o menor que lo que ofrece el primero ,o que simplemente sea nulo, ya que nadie obliga a nadie. Si existe obligación no es una relación, es una sumisión y ya no hablaríamos de ofrecer, sino de exigir.

Tampoco podemos pretender que el otro acepte todo lo que le ofrecemos porque entonces estaríamos imponiendo y no ofreciendo.

A una pareja no se da nada, ni se cambia, ni se exige, ni se reclama; simplemente se ofrece.

Eso sí, lo que somos realmente no es una ofrenda. Eso ya viene incluido de fábrica y lo aceptamos sí o sí.

Si después de conocerlos no aceptamos tanto los defectos como las virtudes del otro, lo mejor es que cambiemos de pareja y no nos compliquemos más. A las personas no se las moldea, para eso está el barro.

Si digo que “supongo”que esto es así y no lo aseguro es porque mis relaciones de pareja han sido de todo tipo (la mayoría un desastre) y en alguna ocasión me he saltado esa fase de conocimiento mutuo. Me imagino que ese es uno de los motivos por los que han fracasado. Y porque he aprendido de todos esos errores para no volver a cometerlos en una futura relación, pero no los llegué a poner nunca en práctica.

Dicen que una pareja no pueden ser nunca amigos, pero yo no estoy de acuerdo. A partir de mi experiencia con este tema, no es que no puedan, DEBEN ser amigos.

Si dos personas no se conocen, si no conocen el uno del otro sus gustos, sus debilidades, sus miedos, sus expectativas…por muy bien que se lleven, su relación se convertirá en un tanteo en el que cada uno deberá jugar a las adivinanzas y a las apuestas con el otro.

No digo que no pueda funcionar una pareja que haya comenzado así, sólo que será mucho más difícil y más arriesgado. Y si no comienza así, por lo menos, a medida que pasa el tiempo, debe surgir esa amistad, basada por supuesto en la confianza, el pilar en el que se apoyan todas las relaciones, sean del tipo que sean.

Pareja - Imagen Pública
Pareja – Imagen Pública

LA INFIDELIDAD DENTRO DE LA PAREJA

Cuando ya tenemos claro qué entendemos por una pareja y le hemos ofrecido lo que queríamos ofrecer, podemos hablar de lo que es la infidelidad.

En nuestra sociedad monógama está mal visto y damos por hecho (a no ser que se haya pactado lo contrario entre las dos personas) que serle infiel a nuestra pareja está mal y que no debemos hacerlo.

Bueno, pues yo no estoy de acuerdo.

Cuando decidimos tener pareja no lo hacemos para convertirla en parte de nosotros ni para que nos complemente ni nos dé lo que nos falta. Para eso nos podemos apuntar a unas clases de baile, leer un libro que nos guste, masturbarnos (si lo que nos falta es sexo), comprarnos una tele nueva o lo que se nos ocurra, siempre que sea lo que creemos que necesitamos en nuestra vida para ser felices. Pero una pareja es alguien a quien elegimos y quien nos elige, no para ser más felices que estando solos, sino para compartir con ella esa felicidad que ya sentimos.

Por supuesto que la vida no es todo felicidad y que los momentos difíciles y dolorosos también se deben compartir antes que tragárselos y vivirlos en soledad, pero ni siquiera eso convierte a nuestra pareja en parte de nosotros. Nuestra pareja es una persona diferente, con ideas, gustos y opiniones diferentes y, sobre todo, con decisiones diferentes que a veces tomará con nosotros y otras veces no.

Mis decisiones, tenga pareja o no, las tomo yo. Eso sí, las consecuencias de mis decisiones también las asumo yo.

LOS CIGARRILLOS DEL EX FUMADOR

Mi amiga piensa que yo respondí a su pregunta con un sí, pero se equivoca. Si no estoy de acuerdo con lo de que “debemos ser fieles” es porque no existe ninguna obligación de serlo.

Por poner un ejemplo:

Si mi pareja se acuesta con otras personas es su decisión, no la mía. Y la ha tomado él o ella.

El día que yo me entere de eso, será mi decisión mandarla a la mierda y  tendrá que asumir las consecuencias de la decisión que tomó y aceptar la mía.

Yo dejé de fumar llevando un paquete de cigarrillos en mi bolso. No lo tiré a la basura.

Los cigarrillos siguen ahí y el día que yo decida fumarme uno lo haré porque lo habré decidido, no porque el tabaco esté al alcance de mi mano, ya que ahora también  lo está y no lo he hecho.

No se trata de fuerza de voluntad, sino de capacidad para decidir. Nadie me obliga a fumar ni nadie me lo impide. Conozco las consecuencias de volver a fumar y las asumiré en el momento en que vuelva a encender un cigarrillo.

Ser infiel o no serlo es una decisión personal, igual que fumar.

Las consecuencias no son las mismas, claro, pero el ejemplo sirve.

Pareja - Imagen Pública
Pareja – Imagen Pública

EL CORNUDO Y EL CORNEADO

Tener una pareja a la que se adora y con la que se es feliz y decidir serle infiel con el riesgo de perderla, es ser idiota.

Tener una pareja con la que no se es feliz y necesitar tener sexo con otras personas para compensar, pero seguir con esa pareja, es ser idiota.

Ser infiel y sentirse bien haciéndolo, debería ser genial para quien lo hace.  Hacerlo para después sentir remordimientos, es equivalente a limarle los cuernos a un toro, bajarse los pantalones y dejar que te los clave en el culo.

¿Quién lo pasa peor entonces, el cornudo que no se entera de nada o el corneado que tiene que andar escondiéndose para que no lo descubran y encima se siente culpable por haberlo hecho?

¿No sería más fácil no tener pareja y así poder disfrutar, quien quiera, de ir cambiando de amante cuando le apetezca sin que nadie se sienta engañado?

Cuando alguien desea tener una relación liberal y poder acostarse con quien quiera, además de con su pareja, debería ofrecerlo al iniciar la relación. Quizás la otra persona lo acepte y ofrezca lo mismo y entonces sería una buena relación.

Todo lo que se haga a partir de la sinceridad, del diálogo y con el consentimiento de las dos partes, por mal que le parezca a los demás, estará bien. Pero cualquier relación que se base en el engaño está destinada al fracaso, al igual que la que se base en la desconfianza.

Habría que preguntarse qué es más preocupante, si cometer una infidelidad hacia nuestra pareja o cometerla hacia nosotros mismos compartiendo nuestra vida con una persona que no nos satisface sexualmente o con la que no nos sentimos bien o en la que no confiamos.

EL DETECTIVE PRIVADO

Hace unos días me he visto envuelta en una historia sin tener nada que ver en ella.

Una pareja se ha roto, según la apreciación de una de las partes, por mi culpa.

Lo único que hay mío en esa historia son unos mensajes privados que intercambié con un buen amigo, que fue mi pareja hace más de veinte años y con el que me llevo genial.

Unos mensajes que pertenecen a mi intimidad, que son parte de mis recuerdos y de los de ese amigo y que nadie debería haber leído más que nosotros, pero que alguien leyó para intentar descubrir una supuesta infidelidad que nunca se dio.

Leer los mensajes privados de otra persona sin su permiso es como leer sus cartas y eso es un delito.

Cuando esa acción la realiza alguien en quien confías, además de un delito se convierte en un motivo para no volverle a mirar a la cara, que es lo que hizo mi amigo con esa persona.

No había ningún indicio de infidelidad en esos mensajes, pero eso ya no importa. Nadie tiene el derecho a invadir la intimidad de nadie, tampoco la de su pareja.

No me importa que mis hijos me vean desnuda, pero no me haría ninguna gracia que entraran a mi habitación mientras yo estoy dentro con la puerta cerrada y sin haber llamado antes, esté sola o acompañada. Por eso yo tampoco lo hago.

Jugar a los detectives está muy bien, pero cuando somos pequeños. De mayores, si disponemos de la madurez suficiente, lo más sensato es preguntar lo que queramos saber a las personas que han depositado su confianza en nosotros.

Y si no confiamos en ellas lo mejor que podemos hacer es alejarnos y buscar a otras.

Yo seguiré tomando mis decisiones y no me traicionaré nunca a mi misma teniendo relaciones sexuales con una persona mientras estoy deseando tenerlas con otra, sea ahora mi pareja o no.

Nadie me obliga a ser fiel, pero lo soy conmigo y, como dice una canción que me encanta y a la cual he robado el título de este texto, «Nothing else matters». Nada más importa.

Por si la queréis escuchar, os la dejo: