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A ti

Carta - Imagen Pública
Carta – Imagen Pública

por María Mañogil

Gracias por haberte quedado conmigo y no haber salido espantado como hicieron los demás.

Gracias por no haber sentido miedo al escuchar la palabra prohibida, esa a la que todos temen porque creen, en su ignorancia, que se van a contagiar, que su sonido puede envolverlos en ella, en lo que ella invoca. Porque ella es una diosa vestida de blanco, bella como una flor blanca envenenada.

Ellos lloran en silencio porque creen que sus lágrimas pueden limpiarlo todo, como el suero que limpia los restos de sangre adheridos a la piel, como el fuego que convierte en humo y aparenta eliminar todo lo que se niegan a ver.

Y barren las cenizas mientras van lentamente inhalando el aire, ahora mezclado con lo que quieren apartar de sus vidas: el miedo.

Ahora piensan que no existe porque ya no lo ven; está dentro de cada ser que habita el mundo en el que ellos morirán igual que nosotros morimos ayer.

Carta - Imagen Pública
Carta – Imagen Pública

No les culpo. Ellos creen que si no escuchan vivirán eternamente.

Gracias por haber respirado de cerca, por haber tragado de mi aliento las palabras, por no haberlas expulsado, por no haberlas quemado, por no haber salido huyendo.

Por permanecer a mi lado con los ojos abiertos, contemplando mi silencio mientras no pude hablar, por haber comprendido mi miedo y por haberme hecho sentir el tuyo.

Gracias por no haber enmudecido y por haber tenido el valor de preguntar lo que nadie más quiso saber, por temor a escuchar, por no hacerme hablar, por no lastimarme.

A ti, que entendiste que la verdad sólo duele cuando se calla.

A ti, que sabes quien eres porque nadie más que tú pudo ser.

Carta - Imagen Pública
Carta – Imagen Pública

A ti te agradezco que me ayudaras a rasgar el velo de la diosa, blanco, inmaculado, para sumergirlo en la sangre envenenada que nadie más se atrevió a tocar.

Ellos quemaron todo y extendieron su mano para ayudarme, desde lejos, con los ojos cerrados.

Tu mano fue la única que sentí sobre la mía manchada de sangre, mientras el resto del mundo se iba alejando, mientras yo escuchaba su llanto.

A ellos nunca los he culpado; son débiles.

A ti, te amo.

Palabras

Estación de tren - Imagen Pública
Estación de tren – Imagen Pública

por María Mañogil

Me acosté junto a él, mientras sobre el cristal de la ventana las gotas de lluvia anunciaban el inicio de lo que iba a ser una gran tormenta que duraría toda la noche. Me acurruqué junto a su espalda desnuda y acaricié su pelo mientras recordaba que meses atrás, le había dado permiso para entrar en silencio en mi rincón, aquel rincón que arranco de cualquier trozo de suelo del lugar en que me encuentre: dos baldosas o un puñado de arena o una acera de alguna calle…Ese rincón que es sólo mío y en el que puedo encerrar toda mi vida y excluir al resto del mundo, donde no está permitida la entrada a nadie por muy parte mía que haya sido en un tiempo pasado, ayer o hace un minuto. Ese lugar al que voy a esconderme cuando tengo miedo de mi propio miedo y donde el tiempo deja de cobrar el sentido de un segundero en la esfera de un reloj, o del viento deshojando los árboles, anunciando el final de esa estación que yo dibujaba de niña con un lápiz de color azul y que aún hoy, al nombrarla, me huele a sal.

Sólo a él le dejé invadir ese espacio donde escribo, donde la única percepción del tiempo que existe es la del sonido del arrastre de un bolígrafo sobre una hoja de papel. Un tiempo medido en palabras, teniendo en cuenta que a cada palabra precede una pausa para decidir si lo que voy a escribir es lo que debe ser leído. No todo es digno de saberse

Rocé su mejilla con la esperanza de que despertara. Tenía tanto que contarle…

Imaginé cómo ordenar cada frase e inconscientemente empecé a escribir con mi dedo sobre cada parte de su cuerpo una palabra y con cada palabra inventé una historia. Eran las distintas historias que pudimos protagonizar él y yo si el tiempo, el destino, la suerte, Dios, o el diablo hubiera querido. Y de pronto abrí mi mano y borré con ella todo lo que había escrito.
Las palabras, por muy ciertas que sean, no dejan de ser sólo el último recurso entre dos personas que quizás no entendieron, no supieron, no sintieron o no quisieron lo mismo en el mismo momento. Opté por quedarme callada, cerré de nuevo mi mano y liberé mi dedo índice para, en un gesto de ternura, dejarlo dormir sobre sus labios.

Se iluminó el cielo, permitiéndome ver por un instante el cuerpo desnudo del que había sido hasta la noche anterior mi confidente, mi cómplice, mi amante, mi amigo… y segundos más tarde escuché el primero de los muchos truenos que rompieron aquella noche el silencio y el miedo se apoderó de mí.
No sé si a través de mis sueños, porque respeté cada segundo del descanso de él, pero sin pronunciar una palabra le dije que le había estado mintiendo, que en verdad nunca lo amé, que siempre estuve equivocada y confundida y que esa confusión le hizo culpable a él de mis propias culpas, que nunca pude corresponder a nada de lo que me ofreció porque siempre estuve muy ocupada buscando algo en lo que no creí. Y yo me enredé en esa mentira y la disfracé de eso que todos llaman amor y que no lo es.
Porque el amor no se cuenta y como palabra abstracta que es, también es abstracto su significado.
No se pone nombre a los momentos compartidos, a las risas, a las lágrimas y al cariño. No se utiliza el nombre de amor para construir un futuro ni para olvidar un pasado. El amor es un simple abrazo de tu mejor amigo.

Sólo supe que lo quería cuando entendí que querer sin esperar nada a cambio es la única manera en que se puede querer y que eso lo aprendí de él.

Estación de tren - Imagen Pública
Estación de tren – Imagen Pública

Aunque intenté dormir, no lo conseguí hasta que, habiendo ya amanecido, todos los tejados de las casas de la ciudad comenzaron a escupir agua, procurando eliminar cualquier resto que hiciera recordar a los humanos que los habitan la peor noche del año.

Cuando por fin el cielo decidió despejarse y dejar asomar al sol, ahora tan tímido, los finos rayos que pudieron colarse en la habitación se clavaron en mis párpados y me obligaron a poner mi mano sobre ellos para protegerlos.
Descubrí a una yo extenuada y llorosa por todas las palabras no pronunciadas y dirigidas a quien, a mi lado, seguía durmiendo plácidamente, ajeno al cambio del paisaje que se había producido durante su sueño.
Me levanté para cerrar la persiana, volvió a anochecer en los 20 metros cuadrados que nos aislaban del mundo, me abracé de nuevo a mi compañero de cama y me quedé dormida.
Cuando horas más tarde desperté, lo primero que hice fue tocarme mi mano derecha, la tenía agarrotada y me dolían los dedos de la misma forma, o eso recordaba, como cuando en época de exámenes me pasaba varias noches escribiendo en un cuaderno los temas que no lograba aprenderme sólo estudiando. Parecía que, las pocas horas que dormí, las pasé con la mano cerrada sosteniendo con fuerza un bolígrafo imaginario que se deslizaba a través del cuerpo de ese hombre al que ahora admiraba sólo por ser quien era, y grabé con tinta invisible en él todas aquellas palabras que no dije porque me faltó el valor o porque quizás es mejor ocultar detrás de un cuadro de compasión para no lastimar, cuando la realidad es que al único a quien hieren es a quien las calla.

Antes de abrir los ojos sentí unas ganas insoportables de abrazarle, de decirle que por fin me había dado cuenta que era una de las personas más importantes de mi vida, que era mi mejor amigo y que lo quería, pero cuando me di la vuelta ya no estaba… Se había ido.

Escuché el sonido de las gotas de lluvia sobre el cristal, imaginé el ondear de las hojas de los árboles intentando aferrarse al tallo para que el viento no las arranque al anunciar que ya ha comenzado una nueva estación, esa que yo dibujaba de niña con lápices de color marrón y amarillo.
Y pude sentir el olor a tierra mojada.

Estación de tren - Imagen Pública
Estación de tren – Imagen Pública

Las palabras, por muy ciertas que sean, no dejan de ser el medio para llegar a quienes quizás no entendieron, no supieron, no sintieron o no quisieron lo mismo que yo quise. Aprendí que cuando las palabras no llegan intactas a su destino, lo mejor es el silencio.

Volví a buscar refugio donde juré no aislarme del mundo, el mundo al que no me sentí pertenecer y el único lugar donde aprendí que no hay peor respuesta que la de tu propia voz devuelta por el eco después del grito desesperado y después de eso, un silencio aterrador. El miedo a que nadie te escuche y dejar de existir. Sentí algo de frío, a pesar del calor húmedo que acompañaba al repentino golpe de olor a sal.

 

Viajera

Autobuses - Imagen Pública
Autobuses – Imagen Pública

por Andrea Rivas

No representa una gran noticia la crisis que el fin de una serie televisiva provoca en los espectadores. Uno se encuentra preguntándose qué rayos hacer, cómo seguir con la vida. Ni se diga terminar un libro o alguna de aquellas enajenantes sagas que nos hacen ir persiguiendo tomo tras tomo deseando que la magia sea eterna.

Pasamos de despedida en despedida. Del kínder a la primaria a la secundaria a la preparatoria, a la universidad, al posgrado, a los trabajos y de trabajo en trabajo, de vida en vida. Estas transiciones tienen mariachi y despedida, aplausos lágrimas y bienvenidas. Hay, sin embargo, circunstancias no esperadas, ciclos no escritos por la Secretaría de Educación Pública y que terminan, un día, sin más.

El fin de cada historia representa una espeluznante visión: el fin de la historia, de nuestra historia como seres vivientes, el fin del ciclo que conocemos y que llamamos vida.

Autobuses - Imagen Pública
Autobuses – Imagen Pública

El problema de andar caminos nuevos es que nuestros pies están grabados con los recorridos anteriores, casi tatuados de calles y rutas y respiros. Leer un nuevo libro cuando la historia del anterior está aún fresca en nuestra memoria a veces sabe a insulto, a traición. Y cuando finalmente abrimos el siguiente, resulta imposible no desear que sea maravilloso, que nos llene como el anterior lo ha hecho, que el asombro penetre cada poro de nuestro de cuerpo y lo haga empaparse de ¡ah..!

Así cuando dejamos un sitio, cuando nos vamos de casa… ¿Habrá un rincón tan acogedor como aquel que nos resguardaba del mundo? ¿Los fantasmas serán amigables, las sombras protectoras y el polvo terso y volátil? ¿Qué será del viento que entra por la ventana, y de la visión nocturna y de los grillos y los sonidos que dejamos abandonados? ¿Qué será de nuestro hogar y sus manías cuando, porque la vida, cambiamos nuestra dirección? Vamos y venimos. Somos sedentarios bajo tierra: el alma viaja siempre y sin embargo…

Viajeros - Imagen Pública
Viajeros – Imagen Pública

Me exaspera sobremanera todo aquél que afirma que “todo cambio es para bien”. Palabras sin sentido para mantener en paz la angustia a lo nuevo, a lo inesperado. No importa si es para bien; a veces es simplemente necesario, o en dado caso, inevitable mudarse de casa, de país, de costumbres, de ropa o de dolor. A veces es inevitable dejarse arrastrar por la vida y fluir con ella de modos inesperados. A veces hay que empacar las manías y las costumbres y subirse al camión de mudanzas esperando que la magia iguale, supere a la historia anterior; cambiar de libro dejando que los escenarios lluevan con la magnificencia que amamos, poner atención a los nuevos sonidos y procurar llevar un diario, una libretita donde escribir cada detalle para no olvidarlo cuando, de nuevo, el fin del capítulo sea inevitable; guardar con cuidado una placa aprendida de Holly Gollightly que diga “viajera” y cargando en hombros nuestra vida, viajar…

27 palabras

 Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

por José Luis Dávila

Arte: Una de las pocas formas de la felicidad; no está supeditado a nada pero sí es susceptible de estar relacionado con todo. Va de lo bello a lo grotesco, de lo sublime a lo patético, pero sea como sea provoca un movimiento en el interior de quien lo observa, escucha, lee, siente. Esta definición es incompleta porque la cualidad más importante del arte es que supera las definiciones.

Billar: Deporte extremo. Una mesa tapizada, 15 bolas (aunque depende del estilo que se vaya a jugar), dos tacos. Cervezas. Botanas. Curiosos que con el paso de la partida se vuelven verdaderos espectadores y cronistas. El peligro está en quedar como un ridículo ante el público al demostrar ineptitud. Su variación más arriesgada: Tres bandas.

Concierto: Heterotopía del sonido. Un lugar sin lugar en el cual sucede la conjunción de música e imagen. Todos están y no están: La música no se produce en quien la toca sino en quien la percibe, como si todas las gargantas fueran una, la que está al frente. Como si todos los que están al frente estuvieran entre los que gritan desde abajo del escenario. Sólo se existe en las notas, en los acordes, en el ritmo. Un concierto que no provoca pasión, no es concierto.

Danza: Cuerpo en movimiento, escritura en el aire, trazos con tinta invisible pero permanente en el espectador. No es para que todos la practiquen, y mucho menos con cualquier música. Una cosa es danza y otra es baile. El baile es una forma social, la danza se eleva en otros ritmos. Yo no danzo ni bailo, pero me he visto obligado a lo segundo y creo que no lo hago tan mal.

Encuentro: Acercamiento, fortuito o buscado, a una persona u objeto, aunque los objetos suelen ser menos huidizos. Los mejores encuentros son los que dejan una sensación satisfactoria pese a las complicaciones que puedan acarrear. Mis mejores encuentros: con el arte y unas muy contadas personas.

Filosofía: Una forma de apropiarse de la vida y pensarse; un punto de vista forjado desde la reflexión. Lamentablemente, de los filósofos que tengo cerca muy pocos expresan sus ideas a través palabras propias, suelen usar las de otros ya reconocidos por la historia. Yo no estudio filosofía, pero la leo, la entiendo y me gusta pensar que la trato de hacer de alguna manera.

Gatos: Útiles animales domésticos. Si algo va mal, las mujeres los suelen abrazar para tener cariño. Conozco muchas mujeres que tienen gatos y los tratan mejor de lo que tratan a sus parejas. Algunas otras no tienen un gato, pero tratan a su pareja como uno. Y a otras les hace falta uno, urgentemente.

Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

Hojas: Las de los árboles cuando caen tienen una belleza excepcional. Van hacia el suelo con cadencias distintas, a merced de la gravedad, del viento y, a veces, a alguien se le ocurre atrapar una antes de que llegue a su destino, interrumpiendo un ciclo pero dándole un nuevo significado: cualquier caída puede ser detenida por la mano correcta.

Interiores: Somos una casa por nosotros mismos: tenemos patio, fachada e interiores. Éstos últimos son los más difíciles, ya que aunque se les quiera tener en óptimas condiciones, al final resulta que limpiar no es lo nuestro o que tenemos todo en orden pero dejamos entrar a alguien que termina por romper algo. Todos han pasado o pasarán por cualquiera de los dos casos. Yo trato de limpiar, pero sólo por encimita. Debajo de los muebles ni a mí me interesa ver qué hay.

Juegos: Hay de muchos tipos. Los que más me gustan son los de mesa, los de video y los de poder. Las apuestas son fundamentales para dar sabor a cualquiera de ellos, sobre todo a los de mesa porque apostar en un juego de video es poco atractivo y en los de poder la apuesta va implícita.

Kafka: No me gusta su obra, pero fue la única palabra con esta letra que me gusta. “Kafka”, un apellido que suena bien para un escritor de cualquier época, porque parte de la fama está en el nombre y su capacidad de ser recordado.

Libros: Uno nunca compra libros de forma azarosa, siempre hay algo en ellos que, aunque no sepamos de qué tratan, nos llama. Los libros se le prestan sólo a las personas que apreciamos, porque sabemos que volverán. Una cita de David Mitchell sobre los libros: “Un libro leído a medias es una aventura amorosa incompleta”; me empiezo a preguntar si eso aplica en términos contrarios.

Música: La música está construida en una dualidad: mezcla de sonido y silencio. Remedio y mal, a la vez. Hay muchos tipos de música y a todos hay que prestarles atención, incluso a los géneros contra los que se tengan prejuicios; pueden no gustarnos, pero eso no significa que se les niegue la oportunidad de existir y de ser en otras voces. La música no es el mundo, pero se le acerca.

Negar: Es la acción que despunta el deseo. Uno niega y se revela al tiempo que lo hace. Cuando se le niega algo a otro, ese otro lo busca con mayor pasión, aunque a veces es una pasión muy estúpida. La negación, en ambos casos, es un espejo, bien cóncavo o convexo, que nos muestra hacia adentro o hacia afuera según sea el caso.

Ñoñez: Atributo de las personas que no saben equilibrar su tiempo entre los distintos aspectos de la vida y sólo dan importancia a uno. No se ciñe estrictamente, como muchos pensarían, a quien se entrega sólo a lo académico aunque es cierto que son de los más fastidiosos. La condición del ñoño es la marginalidad, como es marginal aquél que vive de fiesta en fiesta para los que estudian cada noche; ese tipo de ñoñez es la más triste.

Oposición: La vida está hecha de esto. Una oposición no es una negación porque coexiste con su otra posibilidad. Ni una cosa ni la otra, sino las dos a la vez en el mismo tiempo y lugar; las oposiciones se explican a sí mismas y mutuamente. Se necesitan oposiciones para que el mundo siga girando, para que no se vuelva aburrido.

Pulp: Banda de Sheffield, Inglaterra. Letrero en neón morado, parpadeante. No hay música como la de ellos, ni la habrá. Las letras, los sonidos, la imagen, todo coordinado en casi perfección. Siempre recordaré la primera y única vez que han dado un concierto en México. Estuve ahí, me siento orgulloso de ello porque fue un concierto en toda la extensión de la palabra (Véase: Concierto)

Quizá: Indicador de posibilidades. Un “quizá” bien puesto en una oración cierra tanto como abre puertas y ventanas; a veces, el mejor lugar para el “quizá” es al final de la frase, porque así se salva uno de asegurar todo lo anterior. No es un retractarse cobardemente, es una forma de explicar que, como dice el Jacques de Kundera, nadie nunca sabe nada.

Recuerdos: Estamos hechos de memoria; nuestros cuerpos son una estructuración sobre los recuerdos de lo que eran. Los recuerdos son remanencias dejadas por los objetos y las personas que se integran a nuestras memorias en forma de moldes llamados ausencias. Un recuerdo ejemplar: la K9 en D menor de Scarlatti.

Sueños: Los sueños que valen más son los que se tienen despiertos; los otros, los que se producen en las horas que estamos dormidos, son meras pistas para conocer el cúmulo de traumas que nos provocamos por no saber manejarnos ni expresarnos hacia los demás. Los sueños (los que se revelan cuando tenemos los ojos abiertos) se cumplen cuando se trabaja por ellos; el primer paso es no contenerlos, muy al contrario, deben ser dichos en el momento en que nacen, incluso si nadie está alrededor. Hay quienes los confunden con objetivos o metas, pero ¿acaso no existe en el cumplimiento de éstas algo de ensoñación primigenia? ¿No son parte de algo mayor como, digamos, un camino de pequeños rasgos oníricos, como miguitas en el bosque, conduciendo hacia el sueño principal, ese gran sueño íntimo que tenemos la esperanza de ver concretado?

Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

Tejido: Cada texto es un tejido. Hilvanamos un poco de nosotros con cada palabra que escribimos y decimos. El tejido es la forma de la interconexión, de la vinculación. Todos somos un tejido, desde lo físico hasta lo psicológico, y como tejidos nos comportamos. Eso es lo que nos permite a todos ser texto, y en este sentido, somos productos y productores: hipotextos e hipertextos unos de otros, por la necesidad del contacto constante con los otros. Ser social es ser parte de un tejido, lo cual es inevitable.

Umbral: Un umbral no es entrada ni salida, es transición. Se puede estar a las puertas de una casa, pero no al umbral porque no es un lugar. Se puede atravesar el umbral pero no detenerse en él, porque entonces no tendría sentido su función de vínculo entre dos espacios y dos miradas. Quienes se quedan atascados en el umbral no saben a quién dan la espalda ni pueden conocer por completo lo que está frente a ellos, además de que se le estorba el paso a los otros.

Victoria: Sobrevalorado resultado de toda actividad que implica competencia con alguien o algo más. Una victoria no está completa nunca, es nada más como dice Élmer Mendoza: unas veces se pierde y otras se deja de ganar. La victoria, sin embargo, brinda esa falsa alegría de que se ha alcanzado un objetivo, pero casi de inmediato debe buscarse otro para no caer en el aburrimiento de estancarse. Ante esto, uno se preguntaría si de verdad se gana cuando se gana y qué se pierde al tiempo que se gana, así como qué se pierde cuando se pierde y qué se gana cuando se pierde.

Woody (Allen): Director de dramas tan apegados a la realidad que parecen comedias. Sus films son eso que permanece y aflora en el sujeto de cuando en cuando pero que no se logra traducir en palabras: a veces una derrota lírica inundada de risa y una risa desbordada en el llanto, justo como la vida misma. He llegado a pensar por momentos que él dirige la vida de todos; quizá el suyo sea otro de los nombres de dios.

Xanadu: Canción (y mal lograda película) de ese viejo símbolo que fue Olivia Newton-John, instalada en el nacimiento de los 80’s del siglo pasado, cuando el neón era una idea romántica y los colores de la ropa entre más llamativos mejor. Al decir esto, “siglo pasado”, siento que la edad está por alcanzarme. Newton-John era la rubia del cine que mi padre adoraba. Yo también tengo una rubia preferida (Scarlett Johansson) y una Olivia (Wilde). Al parecer, para acercarse a lo que provocaban antes las mujeres se necesitan dos de las modernas.

Yo: Persona de toda oración; sin un “yo” no hay un “tú” ni un “ellos”, ni cualquier otro pronombre. El “yo” es algo que cargamos irremediablemente, para bien o para mal. Decir “yo” es mal visto por todas las personas a las cuales les gustaría que sólo se les hiciera casos a sus “yoes”. Cuando yo digo “yo” también digo al otro, como Rimbaud.

Zafio: A veces no se puede evitar ser uno. Un zafio no se da cuenta de lo que acontece alrededor y por ello se comporta como tal. La insensibilidad para lo políticamente correcto es algo que bien puede definir al zafio. No es irreverencia o sarcasmo, sólo es tosquedad, grosería sin ápice de gracia o ingenio. No es malo serlo, es sólo inaceptable para algunas personas. Un zafio entrañable: Tom Waits.

Delirios comunicativos III

Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

por Andrea A. Rivas

El hombre tiene la necesidad de apropiarse del mundo. Quizá –yo cómo voy a afirmarlo– porque no tiene otra cosa. Quizá porque en el origen el mundo era de los animales, de una naturaleza donde el hombre está solo, donde no termina de sentirse parte. Desprovisto de la fuerza física para hacerse de protección, crea armas y no es suficiente. Intenta dominar a todo aquello que lo intimida. Se hace de comodidades. Se protege y no es suficiente. No es suficiente poseer materialmente. ¿Cómo hacerse dueño de todo lo que lo rodea, de todo aquello que ve, incluso cuando no puede tocarlo? Sol, estrellas, nubes, tierra, lagos, sal. ¿Y aquello que no se ve pero que siente, que sabe, que le está en venas y arterias..?Dolor, tristeza, éxtasis

El hombre tiende, desde siempre, a las religiones. Mira hacia lo etéreo, hacia lo intangible. Se busca el haber de otro mundo, uno que no tocamos, uno donde el alma es superior y ¿cómo conquistar este otro mundo cuya forma desconocemos pero cuyo significado sentimos?

Palabras. Palabras para aprehender el todo. Palabras para entender aquella naturaleza que parece peleada con un existir donde no hay puentes entre unos y otros, donde la necesidad de trascendencia es tanta que precisamos comunicar más allá de lo básico indispensable para sobrevivir: el hombre hace una diferencia: vivir / sobrevivir. Da sentido.

 No pretendo marearlos, bicho-lectores, ni hacerlos creer que en estos esbozos de delirio que planteo encierro la Verdad (Verdad que, además, el hombre intenta aprehender también a través de diversos lenguajes); yo comparto, nombro, significo y quién sabe, con suerte, comunico.

Letras - Imagen pública
Letras – Imagen pública

¿Imaginan un mundo sin palabras? ¿O un mundo donde cada enunciado que pronuncien nuestros labios esté apegado a las normas de la Real Academia o alguna de las tantas academias de las tantas lenguas? No quisiera que… Creo que en semejante mundo seríamos todos iguales, no equitativa y democráticamente, sino mecánicamente. (Pero ése es otro delirio…).

Lo caótico, irremediable y maravilloso de esto es que somos irrepetibles y nuestros significados son incomprensibles en su totalidad –y seguro en la próxima conversación donde no se me entienda ni el saludo me trague cada una de estas positivas palabras.

Porque quizá sólo algunos -tal vez lectores ávidos de Cortázar- decimos café con leche y sabemos, no la mezcla de agua, café y leche, o leche hirviente y café, o espresso y leche, sino un ser, un estar como de ronroneo entre los brazos, como de calidez en un lugar cerca del alma y del suspiro; un estado en el que decir “bien” sería insuficiente, sería omitir lo sublime y abrazar la mediocridad de un día a día que se llama de la misma manera siempre, como si eso fuera todo.

Y entonces cómo. El universo se quiebra. Porque si uno le responde “tan café con leche…” al individuo que te preguntó “¿cómo estás?” por la mera rutina de hacer esa pregunta sin esperar respuesta… bueno, no pasaría nada, pero ¿para qué? No habría un puente. Él no entendería la respuesta que no esperaba escuchar.

Letras - Imagen pública
Letras – Imagen pública

En algún momento de mi vida me vi frente a la palabra langosta. Yo no sé si sea cierto. No me importa tampoco. El caso es que la resignificación que tuve de ella me lleva a que los fonemas “langosta” suenen tan inverosímiles que la única forma que me queda es lobster y el universo que se despliega frente a mí contiene tantos significados que mejor no mencionarla en una conversación cualquiera. Mejor no explicar. Porque si tiene que explicarse, ah, qué tedio.

Y no es que no se quiera comunicar, no es que no se quiera compartir, es que los puentes, es que uno teme que el significado se rompa, que esa trascendencia, que esa comprensión que nos hemos hecho del mundo se vea violada, pervertida por las visiones que no son nuestras, que no nos son, que no comparten nuestro imaginario ni nuestro ser en el mundo.

Probablemente de las tres entregas de este trabajo, ésta sea la menos exacta, y es que aquí es donde todo el chorro de pensamientos confluye y me deja a la deriva, en el preludio de un café con leche que lentamente va preparándose, cosechando los ingredientes, esperando la temperatura precisa, la densidad idónea, la unidad de café intenso y vivo con leche caliente –nunca hervida–, en la adecuada medida, con el dulzor necesario para hacer del producto final un ¡ah..!

Delirios comunicativos II

Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

por Andrea A. Rivas

De regreso con los delirios comunicativos; la semana pasada esbozaba esta maraña de pensamientos que me surgen al hablar de comunicación y más aún, de las palabras y del peso que tienen éstas tanto en nuestra percepción de la realidad, configuración como individuos y relación con el mundo.

¿Miraron el video que les dejé? Aquí está, por si no:

¿Se dan cuenta de cómo, al parecer, la ballena humanizada necesita reconocer su identidad y para ello hace uso de las palabras? Sucede que para aprehender la realidad, el mundo de lo conocido y lo tangible, el hombre necesita ponerle nombre a las cosas; tal parece que, si no se nombra, no existe.

Pero antes de profundizar desmedidamente en esto, vamos a ver qué rayos son las palabras. Para estos propósitos podemos entender a la palabra como la relación entre significado y significante: tenemos, por un lado, que don Saussure nos explica cómo esta relación entre palabra y significado es arbitraria, es decir, no hay un porqué. La palabra amor bien podría ser asdsfgea: el punto está en la convención. Entonces las palabras, la lengua que hablamos y la manera en que la hablamos, son aprendidas. Y ya está. ¡Qué fácil! No hay relación. Duda resuelta.

Híjole, pues no, y es que empezamos el párrafo anterior con la expresión por un lado y entonces hay otro lado. Y por ese otro lado: ya entendimos, más o menos, que las palabras son memorizadas, vaya. Un bebé señala para todos lados “¿ete?” y su mamá le repite el nombre de las cosas, pero en nuestra mente van creándose relaciones más complejas que la de palabra-objeto.

El sonido “chilaquiles” es el significante, lo emitido, las grafías; en cambio la imagen mental que acude a nosotros cuando escuchamos estos fonemas, el olor a salsa, los colores que miramos deslizándose por el plato, el recuerdo de esos últimos chilaquiles que desayunamos para curar la cruda, todo esto, es el significado.

Vemos por un lado, que dentro del significado hay mucho más que la imagen de unos chilaquiles estáticos y predeterminados exactamente iguales para todas las personas que escuchen esta palabra. Quizá alguno de ustedes odia los chilaquiles y entonces pensó “guácala” y esos colores que para los hambrientos de una noche tibia resultaron seductores, para ustedes, lectores anti-chilaquiles, resultaron nauseabundos. Incluso, seguramente, imaginaron el color de los chilaquiles, pero yo no les hablé de la salsa de chile morita, o de tomate verde bien asado, o de jitomate gordo y rojo, el color de los chilaquiles fue de su cosecha, a mí no me achaquen semejante responsabilidad.

He ahí el predicamento. Ahora hablamos de chilaquiles. Quizá un japonés no sepa de lo que hablamos, pero entre nosotros no existe demasiado conflicto si yo les cuento que cené chilaquiles y ustedes evocan el color incorrecto de salsa, sin embargo, ¿qué pasa cuando hablamos de cuestiones más importantes que ésta? ¿Cuándo interpretamos, cuando el significado de lo que se nos dice o lo que decimos es entendido, precisamente como con los chilaquiles, desde el punto de vista y conocimiento subjetivo del oyente? La comunicación resulta imprecisa. Ocurre el clásico diálogo de: pero no nunca dije eso.

Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

¿Cómo hacerle? Ni siquiera pretendo intentar dilucidar una respuesta para ello –aún–, sin embargo surge esta otra pregunta: ¿por qué nos es tan importante esta comunicación? ¿Por qué la necesidad necia de ser comprendidos, de expresar lo que nos es y expresarlo, además, clara, casi fotográficamente? (Y hago un paréntesis porque esta metáfora de pronto me parece absurda. Una fotografía no representa ni el 50% de la realidad, ¿y lo táctil, lo auditivo, el clima, los olores..?)

Comunicarnos no sólo por señas, no por gemidos y vuelos como las abejas, sino por palabras, distinto a cualquier otro ser vivo de la creación… No tengo la respuesta, por supuesto; sin embargo, les comparto mis dudas para que el insomnio sea colectivo y,como la semana pasada, les dejo un cachito de lo que me leerán la siguiente:

“Flusser, por otro lado, cree que el diálogo es el propósito de la existencia. El sentido de responsabilidad inherente a la relación dialógica entre emisor y receptor ofrece al emisor una oportunidad para dar sentido a su propia vida frente a la entropía y la muerte.”

 

(Nota: Tengo que dejar un agradecimiento y constancia de no-cinismo a Juan Carlos Reyes, quien sabrá Tláloc si recuerde mi existencia, y quien durante sus clases se encargó de patrocinarme todas estas dudas existenciales y parte del material -el video de Youtube, por ejemplo- que he estudiado para intentar… hacer algo con ellas.)

Delirios comunicativos I

El Principito y el zorro - Imagen pública
El Principito y el zorro – Imagen pública

por Andrea A. Rivas

Leyendo aquel fragmento de El Principito donde conoce al zorro, me encontré con que “Las palabras son la fuente de los malos entendidos.”, y recordé entonces uno de los principales delirios que me hacen la vida y que, además, me ha acompañado desde que puedo recordar.

Desde que tengo noción de las palabras, la lengua, y el lenguaje en general, me han parecido una cuestión fascinante y sobre todo, misteriosa. ¿De dónde salieron las palabras, quién decide que signifiquen tal o cual cosa y, en verdad todos entendemos lo mismo cuando escuchamos una palabra? Incluso más allá de esto, la percepción individual de la realidad me parece una cuestión sumamente inquietante: si un daltónico ve prácticamente iguales dos colores que para el resto son totalmente distintos, ¿quién dice que no hay mil millones de colores por ahí que los humanos somos incapaces de ver?

Cuando empecé a escribir la columna del día de hoy, intenté hacer un pequeño condensado explicando lo que es la lengua y por qué sabemos que no hay una relación directa entre palabra y objeto, sin embargo, mis colegas lingüistas ya lo saben y mis lectores de otras áreas, no estoy segura de que se sientan fascinados por toda la sarta de términos lingüísticos que planteé en las dos cuartillas que resumí la introducción de lo que quiero decir. Entonces me veo en la necesidad de contarles esto de una manera distinta y en más entregas de lo usual.

El sábado pasado empecé a dar clases. Tampoco voy a narrarles mi experiencia, y de hecho, no es de mi clase de la que voy a hablar. A mi amigo de palabras, corrector de textos y escuchador-compartidor de teorías sobre el universo, le tocó dar el tema de comunicación a su grupo; tema, cabe decir, que me vuelve loca. Y entonces me senté a escuchar como alguien con los mismos conceptos que yo, ideas similares e incluso palabras compartidas, daba una clase totalmente distinta a la que yo hubiera dado. La visión de dos personas que se encuentran dentro de un mismo universo y que comparten toda una serie de conocimientos previos y experiencias similares, incluso, siendo cercana, a veces parece abismal.

Comunicación fallida - Imagen pública
Comunicación fallida – Imagen pública

Y entonces regreso a El Principito. “Las palabras son la fuente de los malos entendidos”. En algún momento de mi vida creí que entre más palabras conociera y adoptara para mi léxico, mejor me daría a entender con las personas. Hoy no tengo idea. A veces pienso que entre más palabras conozco, aprehendo más conceptos, y mi visión del mundo no me permite comunicarme ni a mí misma mis ideas. Otras veces me parece que no es suficiente desmembrar y saber todos los diccionarios del español, sino también del inglés, del francés y todas las lenguas de la Tierra para tener un esbozo de lo que es el mundo. Las palabras nunca significan lo mismo, porque más allá de los conceptos, les damos una carga emotiva, las contextualizamos y creamos un caos en torno a ellas.

Pasa a veces que leo un libro y entiendo cierta situación, cierta palabra como nada, como lo que es en un diccionario. Y meses más tarde leo el mismo capítulo del mismo libro y es como leer una cosa totalmente distinta, otra historia, otra realidad. Las palabras y su disposición son las mismas, pero yo no. Mi mundo ha cambiado, mi concepto de las palabras también. Entonces nuestro mundo y realidad cambia y se re-hace todo el tiempo ¿o sólo soy yo? El hombre, finalmente, aprehende su realidad mediante las palabras. Así la crea y la re-crea.

Entonces, bicho-lectores, con el afán de ir poco a poco abriendo esta complejísima brecha comunicativa y darme a entender o entenderme para ustedes, la semana que entra, iré fragmentando todas estas preguntas e ideas, les contaré las bases de mis delirios y mi visión de esta etérea visión del mundo que tengo entre los dedos.

Les dejo un pequeño adelanto:

Nothing but time

Palabras y tiempo - Imagen pública
Palabras y tiempo – Imagen pública

por José Luis Dávila

Jugaba con un encendedor mientras pensaba en lo que escribiría para esta semana, pero no apareció ningún tema milagroso que me arrojara a idear todas las líneas necesarias para ello. Es cosa difícil aceptar que a veces no se tiene lo necesario para escribir de forma disciplinada y cumplir con los tiempos requeridos de entrega. Sin embargo, cuando se tiene la suficiente sinceridad, aceptar las incapacidades no pesa tanto.

Lo de las incapacidades es bien relativo: todos estamos incapacitados, por elección o no, para algunas cosas. Yo, por ejemplo, soy incapaz de creer en el destino, y esa es una de mis laceraciones más graves a vista de muchos. Esta semana estaba con una amiga que me dijo que ella definitivamente consideraba al destino como parte de la vida, de su vida. La vida, quise decirle, no es creer en que las cosas se alinean a favor o en contra nuestra, sino alinearlas nosotros mismos en el presente. No hay nada más errado que hacer planes sobre el futuro, se pueden hacer “para” pero no “sobre”. La diferencia reside en que cuando se propone una cosa para el futuro está siendo asido al presente desde el cual se parte, y cuando se habla sobre el futuro, bueno, se está dando por sentado ese lugar temporal mas no el camino a recorrerse.

Palabras - Imagen pública
Palabras – Imagen pública

Ese es otro problema que tengo, del que soy incapaz de despegarme. No sé, pero no me gusta considerar que las palabras se puedan malentender. Si hablo de incapacidades, seguramente habrá uno o dos que las confundan con discapacidades. Curioso porque hay que tener bien claro que las segundas remiten más bien a habilidades que parten de lo físico, mientras que las primeras parten de un factor mayormente relacionado a la psique. Habremos los incapaces de subirnos a los juegos mecánicos que implican alturas bastante grandes, y habrán los discapacitados para ello porque padecen enfermedades del corazón.

Estaba escuchando el último disco de Noah and the Whale mientras escribía todas estas cosas. Me detuve porque empezó la canción que más me gusta de esa placa. En ella hay unos versos que me resultan como una verdad pura:

And we used to dream of what was beyond these walls
And we used to pray that one day we’ll see them fall
And there’ll be nothing, nothing but time

Precisamente cosas así son las que me hacen no hablar sobre el futuro: en él no hay más que tiempo. Soy incapaz de entender cómo es que las personas logran hacerse ideales en vez de mantenerse en el margen de las ideas. Otra vez hay que diferenciar: las ideas producen desarrollos de sí mismas, incuban y progresan; los ideales son productos que se anuncian en infomerciales a las tres de la mañana. Cuando se derriban los muros que son los presentes de cada uno, queda entonces un campo minado abierto sobre el cual se debe construir más presentes, porque si no, en la cara nos explotaría el tiempo, dejándonos esparcidos por todas partes.

Tiempo - Imagen pública
Tiempo – Imagen pública

Yo creo que la mejor manera de construir esos presentes, o mínimo una de las mejores maneras, es con palabras adecuadas, a la medida de las circunstancias. Palabras que provean de lo necesario para afrontar cualquier cosa, porque una de las mayores incapacidades que sufrimos en estos días que corren es no tener las palabras suficientes ni precisas para explicarnos ante otros o expresar lo que queremos decir, como cuando se trata de escribir mientras se juega con un encendedor, esperando que un tema llegue, porque no se está seguro de lo que se quiere mostrar.