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Suicide Squad/Disaster Squad

por E. J. Valdés

Este comentario contiene spoilers, ¿pero a quién le importa?

Cuando fui a ver Batman V Superman salí encabronado del cine. De Suicide Squad salí disgustado solamente; eso ya es ganancia.

Suicide Squad es escrita y dirigida por David Ayer y cuenta con un reparto de ensamble en el cual destacan Margot Robbie, Will Smith, Jared Leto Joel Kinnaman y Viola Davis. La crítica ya lo ha dicho hasta el cansancio: la tercera entrega del universo cinematográfico de DC no es precisamente la peor, aunque padece de los mismos males que su antecesora: un exceso de personajes sin desarrollo, argumentos secundarios que no van a ninguna parte, mala narrativa y ejecución sub par. El público ha sido mucho más benevolente, y antes de que comenzara la proyección pensé que saldría convencido, como muchos de ellos, de que la prensa fue demasiado dura; que todo mundo amó odiar Batman v Superman y que, como consecuencia, deseaba odiar esta película también. Pero no fue el caso: si el anticlimático duelo entre el último hijo de Krypton y el murciélago de Gotham merecía un 3/10, esta nueva aventura amerita, cuando mucho, un 5/10.

Suicide Squad - Imagen pública
Suicide Squad – Imagen pública

La premisa ya nos la sabemos: tras la “muerte” de Superman, el gobierno de los Estados Unidos está preocupado por la existencia de otras amenazas sobrehumanas y decide conformar un equipo que sirva como plan de contingencia y chivo expiatorio; un equipo de talentosos villanos que pueda meter las manos donde las autoridades no y asumir la responsabilidad si algo sale mal. Así, Amanda Waller (Davis) propone la creación de la Fuerza de Tarea X y recluta a algunos de los criminales más peligrosos que tiene a la mano, como Harley Quinn (Robbie), Deadshot (Smith), Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje), El Diablo (Jay Hernandez), Captain Boomerang (Jai Courtney) y Enchantress (Cara Delevingne), quienes quedan a las órdenes de Rick Flag (Kinnaman), un militar top-notch especializado en… seguir las instrucciones de Waller, supongo. Este peculiar escuadrón deberá enfrentar una amenaza que el propio gobierno ha traído, sin querer, sobre sí mismo, mientras el Joker (Leto) persigue su propia agenda de manera simultánea.

Como toda película, Suicide Squad tiene sus pros y sus contras. Comenzaré con los pros. Primero que nada, el personaje más valioso de este título (no por nada casi toda la publicidad giró en torno suyo) es Harley Quinn; Margot Robbie hace un estupendo papel dando vida a la psiquiatra convertida en secuaz del Joker y nos brinda una interpretación que a todos nos recordará a esa atractiva, ingenua y peligrosa chica de la serie animada de los 90 y de la saga de videojuegos Arkham (aunque se extraña la vocecilla chillona de Tara Strong). Will Smith también hace un buen trabajo como Deadshot, y no pudieron elegir una mejor actriz para hacer a Amanda Waller que Viola Davis. Estos tres personajes son, por mucho, los mejor escritos de toda la película. El guión es bastante más humoroso que el de Batman v Superman, y eso se agradece después de una película que fracasó en su intento de ser más oscura que Watchmen y la trilogía de The Dark Knight juntas. Hay también algunos guiños hacia la siguiente entrega de este universo (Justice League), mucho mejor ejecutados que las grabaciones que tenía Lex Luthor en su computadora; esta película sí se siente como parte de algo más grande.

Y eso es todo lo bueno que puedo decir al respecto.

Suicide Squad - Imagen pública
Suicide Squad – Imagen pública

Ahora lo malo. Primero que nada: Batfleck. El mismo Batman burdo y torpe está de regreso, y aunque su participación es muy breve, el guión no le ayuda para nada: dos segundos después de que aparece, Deadshot ya le pegó un tiro y lo tiene en el suelo, a su merced. ¡Una niñita tiene que pararse frente a él para salvarlo de otro disparo! Así que va la misma queja que en BvS: Batman no atacaría a un hombre armado de frente, y mucho menos cuando hay un menor a menos de un metro de distancia. ¿De verdad no se le ocurrió otra cosa que llegar y decir: “Eh, Deadshot, estás bajo arresto”? ¡Qué patético! Y luego esa escena en donde persigue a Harley y Joker por las calles de Gotham; en la película anterior no tuvo ningún reparo en utilizar el arsenal del batimóvil para hacer estallar los vehículos de Lexcorp (con lo cual seguro mató a los tripulantes), ¿pero aquí le faltaron los baticojones para hacer lo mismo contra su archienemigo? ¿Ese hombre que estuvo a un instante de aniquilar a Superman quiso asegurarse de a atrapar con vida al asesino de JasonTodd? ¡No se los compro ni aunque lo metan a una caja de FrootLoops!

Eso me lleva a mi segunda queja: Joker. Jared Leto no me parece un mal actor, pero desde que vi su caracterización (para la cual seguro le dieron libertad absoluta) presentí que no me iba a gustar. Mi pronóstico se cumplió. Chris Stuckmann dice que hasta ahora no existe un Joker deficiente en el cine, pero considero que éste es el que más se ha acercado a ese adjetivo; al verlo no encuentro al payaso rey del crimen por ninguna parte, sino a un gánster con una pose de estrella de hip-hop y más joyería encima que Mr. T; un espantoso híbrido entre el Joker de Heath Ledger y el de Mark Hamill; un Joker que no me transmite absolutamente nada con sus escuetas carcajadas.

Suicide Squad - Imagen pública
Suicide Squad – Imagen pública

¿Se dan cuenta de lo terrible que se lee eso? En una película en donde aparecen Joker y Batman, ellos están entre los elementos más flojos.

Y si hemos de continuar con los personajes, el resto del escuadrón suicida se antoja gratuito: quita a Killer Croc y Captain Boomerang de la película y no pasa nada. ¿Katana? Lo mismo. ¿Slipknot? ¡Con razón ni se molestaron en incluirlo en la publicidad! En una película cuyo objetivo es hacer que el público sienta empatía por un grupo de villanos, la mayoría de ellos son irrelevantes. Es increíble que entre este elenco menor sólo El Diablo tenga una historia que nos diga quién es, de dónde viene y por qué busca redimirse. En el caso de Enchantress, da la impresión que se pasa media proyección haciendo hula-hula, a su hermano también pudimos ahorrárnoslo, y Rick Flag es opacado por Deadshot como una linterna de mano pierde su haz bajo los rayos del sol.

Eso me lleva a hablar del conjunto de todos estos personajes: el Escuadrón Suicida es como la Liga de la Justicia de los villanos, pero en ningún momento se siente como un equipo; no hay cohesión, no hay vínculos, no se forman lazos de ninguna índole. Incluso, cuando llega la hora del combate final, da la impresión de que son un puñado de personas que no se conocen, no se agradan entre sí y que preferirían estar en cualquier otro lugar y no volver a verse nunca. Sí, ya sé que son los tipos malos, pero no consiguen que se me antoje verlos juntos en otra aventura; denme una película en solitario de Harley Quinn, una de Katana si quieren, e incluso una secuela más de Ocean’s Eleven, pero no me traigan Suicide Squad 2.

La narrativa es un desastre como lo fue en el caso de Batman v Superman: se siente apresurada y muy mal presentada; un segundo tienes a Enchantress y Rick Flag en un apartamento y al siguiente están en las vías del subterráneo sin que te sugieran, cuando menos, que la explicación vendrá después; el escuadrón es recibido por una horda de violentas criaturas tan pronto asoma a Midway City, y poco más tarde entra a tomar un trago a un bar que se encuentra a sólo unas cuadras de una amenaza sobrenatural…

Suicide Squad - Imagen pública
Suicide Squad – Imagen pública

Por último, me parece inverosímil que únicamente la troupe de Amanda Waller haya atendido la emergencia en Midway City; cuando Zod decidió convertir a la Tierra en el nuevo Krypton, Bruce Wayne viajó a Metropolis tan aprisa que olvidó el batitraje en casa; cuando LexLuthor hizo su propia abominación kryptoniana (a Doomsday, pues), Diana Prince dejó el retiro voluntario para esgrimir espada y escudo junto a Batman y Superman; pero cuando una antigua hechicera convierte a civiles inocentes en su ejército de zombis y amenaza con subyugar a todo el planeta, sólo la Fuerza de Tarea X se presenta. Me pregunto qué estarían haciendo Batman, Wonder Woman y Flash en ese momento… En definitiva, no estaban tratando de convencer a Aquaman de que se uniera a su club…

Juro que no entré al cine con la intención de odiar Suicide Squad, pero no puedo pasar por alto el hecho de que es una película un poquito menos mediocre que Batman v Superman. DC tiene planes para su universo cinematográfico los siguientes cuatro años; si Wonder Woman y Justice League resultan igual de malas, quizá esos planes no lleguen tan lejos. ¿Y saben? Lo curioso es que en el terreno de animación sucede justo lo contrario: sus producciones son muy bien recibidas, mientras que las de Marvel son espantosas (basta ver ese horrendo anime de los Avengers). Batman: Assault on Arkham fue todo lo que Suicide Squad debió ser; ¿por qué cintas como ésa, como Justice League vs. Teen Titans, e incluso The Killing Joke —cintas que sí dan resultados— no han de llegar más allá del formato casero? ¿Por qué la necedad de imitar lo que Marvel hace cuando le llevan una increíble ventaja en otro terreno, cuando podrían hacer algo diferente?

No lo entiendo.

Una naranja mecánica e incompleta

por E. J. Valdés

Es innegable que la ultra-violenta aventura de Alexander DeLarge es más conocida por la versión fílmica que Stanley Kubrick hizo de A Clockwork Orange (La Naranja Mecánica) en 1971 que por la novela tal como la escribió Anthony Burgess. Y eso me parece una lástima porque la narración de Burgess es muy superior a la adaptación que Kubrick comprimió en dos horas, por legendaria que se la considere. Muchos de los cinéfilos que aclaman la cinta de Kubrick no saben que ésta está incompleta; que no les contaron el final del cuento. Pero no tienen de qué avergonzarse: el propio director tampoco estuvo al tanto de ello hasta que ya tenía el guión casi terminado, y puesto que Burgess no le merecía el respeto suficiente como para enmendar el error, dio a conocer al mundo una versión trunca de una historia que, para su prolífico autor, era apenas un trabajo menor. Pero esto no fue del todo culpa de Kubrick, pues durante más de veinte años casi nadie en los Estados Unidos supo que W. W. Norton & Company omitió el capítulo final de la novela cuando la publicó en 1962 por considerar que éste estropeaba el resto de la obra (y que la opinión de Burgess no importaba). Todas las editoriales que reprodujeron la historia tras el éxito de la película reprodujeron el error, y no fue hasta 1986 que W. W. Norton se dignó a reconocerlo y lanzar una edición norteamericana con los veintiún capítulos originales. El propio Burgess consideró que la ocasión ameritaba que él dijera algo al respecto y escribió un genial y muy explicativo prólogo que me tomo el atrevimiento de reproducir, traducido, en este espacio.

A clockwork orange - Portada
A clockwork orange – Portada

A Clockwork Orange Resucked

Publiqué por primera vez la novela A Clockwork Orange en 1962, lo cual debería estar lo suficiente atrás en el pasado para que ya se hubiese borrado de la memoria literaria del mundo. Se rehúsa a ser borrada, sin embargo, y de esto es sobre todo culpable la versión fílmica que Stanley Kubrick hizo del libro. Yo mismo debería desconocerla, gustoso, por varios motivos, pero eso no me está permitido. Recibo correspondencia de estudiantes que intentan escribir tesis sobre ella, o solicitudes de dramaturgos japoneses que quieren convertirla en una especie de puesta en escena Noh. Tal parece que sobrevivirá, mientras que otros trabajos míos que valoro más morderán el polvo. Ésta no es una experiencia inusual para un artista. Rachmaninoff solía refunfuñar porque solamente le conocían por un Preludio en Do menor sostenido que escribió cuando joven, mientras que los trabajos de su madurez jamás eran programados en los conciertos. Yo debo vivir con A Clockwork Orange a cuestas, y eso significa que tengo cierta responsabilidad de autor para con ella. Y le tengo una especial responsabilidad en los Estados Unidos, y ahora debo explicar de cuál se trata.

Déjenme ponerlo llano: A Clockwork Orange jamás se ha publicado completa en los Estados Unidos. El libro que escribí está dividido en tres secciones de siete capítulos cada una. Saquen sus calculadoras de bolsillo y descubrirán que esto da un total de veintiún capítulos. 21 es el símbolo de la madurez humana, o solía serlo, pues a los 21 años obtenías el voto y asumías la responsabilidad adulta. Cualquiera que sea su simbología, el número 21 es con el que comencé. Los novelistas de mi estampa están interesados en lo que yo llamo aritmología, lo cual quiere decir que el número debe significar algo en términos humanos. El número de capítulos jamás es arbitrario. Así como un compositor musical comienza con una imagen vaga de masa y duración, un novelista comienza con una imagen de extensión, y esta imagen se expresa en el número de secciones y de capítulos en los que la masa se dispondrá. Esos veintiún capítulos eran importantes para mí.

Pero no lo fueron para mi editor en Nueva York. El libro que él trajo tenía sólo veinte capítulos. Insistió en omitir el vigesimoprimero. Pude, por supuesto, objetar ante esto y llevar mi libro a otra parte, pero él consideraba que era lo suficiente generoso por aceptar el libro en sí, y que todas las otras editoriales de Nueva York o Boston rechazarían el manuscrito de inmediato. Necesitaba dinero en 1961, incluso la limosna que me ofrecían como anticipo, y si la condición para que aceptaran el libro era dejarlo trunco, bueno, que así fuera. Así que hay una profunda diferencia entre A Clockwork Orange como Gran Bretaña la conoce y el volumen un poco más esbelto que lleva el mismo título en los Estados Unidos de América.

Prosigamos. Al resto del mundo le vendió el libro Gran Bretaña, de modo que la mayoría de las versiones —de cierto, las traducciones francesa, italiana, española, catalana, rusa, hebrea y alemana— tienen los veintiún capítulos originales. Ahora, cuando Stanley Kubrick hizo su película —a pesar de que la hizo en Inglaterra— él siguió la versión americana, de allí que a los públicos fuera de los Estados Unidos les pareciera que la historia concluyó de manera prematura. Esos públicos no pidieron la devolución de su dinero precisamente, pero sí se preguntaron por qué Kubrick dejó fuera el final. La gente me escribió al respecto —buena parte de mi vida se ha ido en fotocopiar declaraciones de intención y la frustración de la intención— mientras que tanto Kubrick como mi editor de Nueva York disfrutan, tranquilos, las recompensas de su delito. La vida, por supuesto, es terrible.

¿Qué sucede en el vigesimoprimer capítulo? Ahora tienen la oportunidad de descubrirlo. En breve, mi rufián protagonista crece. Se aburre de la violencia y reconoce que la energía humana se invierte mejor en crear que en destruir. La violencia sinsentido es una prerrogativa de la juventud, que tiene mucha energía pero poco talento para lo constructivo. Su dinamismo tiene que encontrar una salida destrozando casetas telefónicas, descarrilando trenes, robando autos para destruirlos y, por supuesto, en la mucho más satisfactoria destrucción de otros seres humanos. Llega un punto, sin embargo, en el que la violencia parece juvenil y aburrida. Es la réplica de los estúpidos e ignorantes. A mi joven matón le llega la necesidad de hacer algo con su vida —casarse, tener hijos, mantener la naranja del mundo girando en las tenazas de Bog, o las manos de Dios, y quizá incluso crear algo; música, digamos—. Después de todo, Mozart y Mendelssohn ya componían música inmortal en su adolescencia o nadsat, mientras que todo lo que mi héroe hacía era razrezzear y propinar el viejo mete-saca. Es con una suerte de vergüenza que este joven mira su pasado devastador. Quiere otro tipo de futuro.

A clockwork orange - Escena
A clockwork orange – Escena

No hay ni pista de este cambio de intención en el vigésimo capítulo. El chico es acondicionado, luego desacondicionado, y vislumbra con júbilo la continuación de su voluntad libre y violenta. “I was cured all right”, dice, y así termina el libro estadounidense. También la película. El vigesimoprimer capítulo da a la novela la cualidad de la ficción genuina, un arte fundado en la noción de que los seres humanos cambian. No tiene, de hecho, gran sentido escribir una novela a menos que puedas demostrar la posibilidad de la transformación moral o el crecimiento de la sabiduría de tu personaje o personajes principales. Incluso los best-sellers de pacotilla muestran que la gente cambia. Cuando un trabajo de ficción no muestra ese cambio, cuando apenas indica que el carácter humano está fijo, pétreo, inamovible, estás fuera del terreno de la novela y dentro del de la fabula o la alegoría. La Orange estadounidense o kubrickiana es una fábula; la británica o internacional es una novela.

Pero mi editor neoyorquino creía que mi vigesimoprimer capítulo era inverosímil. Que era muy, muy británico, ¿saben? Era blando y mostraba una indisposición pelagiana a aceptar que un ser humano pudiera ser un modelo de irremediable maldad. Los estadounidenses, me dijo, eran mucho más duros que los británicos y podían afrontar la realidad. Pronto la encararían en Vietnam. Mi libro era kennedyano y aceptaba la noción del progreso moral. Lo que deseaban era un libro nixoniano sin pizca de optimismo. Que el mal se pavonara en las páginas y se burlara hasta el último renglón de la gente que puede mejorarse a sí misma y de toda creencia adoptada, llámese judía, cristiana, musulmana o la sagrada montaña rusa. Un libro así sería sensacional, y lo es. Pero no creo que eso sea un retrato justo de la vida humana.

No lo creo porque, por definición, un ser humano está dotado de libre albedrío. Puede elegir entre el bien y el mal. Si solamente pudiera hacer el bien o solamente pudiera hacer el mal sería como una naranja mecánica —lo cual quiere decir que tiene el aspecto de un adorable organismo lleno de jugo y color pero sólo es un juguete mecánico al que dan cuerda Dios, el Diablo o (puesto que cada vez reemplaza más a ambos) el Estado Todopoderoso—. Es inhumano ser totalmente bueno así como lo es ser totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto con el bien para que la elección moral opere. Es la oposición de las entidades morales la que sustenta la vida. De esto es que tratan las noticias en la televisión. Por desgracia, hay tanto pecado original en nosotros que encontramos el mal en sumo atractivo. Devastar es más sencillo y espectacular que crear. Nos gusta que las visiones de destrucción cósmica nos hagan caer los pantalones. Sentarse en un cuarto sombrío a componer la Missa Solennis o La Anatomía de la Melancolía no llega a las primeras planas o los titulares. Por desgracia, mi pequeño libro resultó atractivo a las masas porque era tan maloliente como una canasta de huevos podridos con el miasma del pecado original.

Me parece pedante negar que mi intención al escribirlo era estimular las propensiones más repugnantes de mis lectores. Mi propia herencia saludable de pecado original sale a flote en el libro, y disfruté violar y apuñalar a través de un tercero. Es la cobardía innata del novelista la que lo lleva a atribuir a personalidades imaginarias los pecados que él es demasiado cauto como para cometer. Pero el libro también tiene una lección moral, y se trata de esa vieja y gastada tradición de la importancia fundamental de la elección moral. Es porque esta lección resalta como un pulgar inflamado que tiendo a menospreciar a A Clockwork Orange como si fuera un trabajo demasiado didáctico como para ser artístico. No es labor del novelista pregonar; su labor es demostrar. He mostrado suficiente, aunque la cortina de una jerga inventada se interpone —otro aspecto de mi cobardía—. Se suponía que el nadsat, una versión rusificada del inglés, debía suavizar la cruda respuesta que esperamos de la pornografía. Convierte al libro en una aventura lingüística. La gente prefirió la película porque estaba asustada, con razón, del lenguaje.

A clockwork orange - Póster
A clockwork orange – Póster

No creo que haga falta recordar a los lectores lo que el título significa. Las naranjas mecánicas no existen salvo en el habla de los viejos londinenses. Siempre fue una imagen estrafalaria para una cosa estrafalaria. “Él es tan raro como una naranja mecánica” significaba que él era raro al límite de la rareza. No era una expresión que denotara homosexualidad como tal, aunque “raro” —“queer”— era el término empleado para referir a un miembro de la fraternidad invertida antes de la legislación restrictiva. Los europeos que tradujeron el título como Arancia a Orologeria o Orange Mécanique no entendían su resonancia cockney y asumieron que se trataba de una granada de mano, una barata suerte de piña explosiva. Yo quiero que signifique la aplicación de una moral mecanizada a un organismo viviente rebosante de jugo y dulzura.

Los lectores del vigesimoprimer capítulo deberán decidir si éste mejora el libro que supuestamente conocen o si se trata de un miembro desechable. Mi intención era que el libro terminara de esta manera, pero mi juicio estético pudo estar errado. Los escritores rara vez son sus mejores críticos o buenos críticos como tal. “Quod scripsi, scripsi”, dijo Poncio Pilato cuando hizo a Jesús el Rey de los Judíos. “Lo que he escrito he escrito”. Podemos destruir lo que escribimos pero no podemos desescribirlo. Dejo aquí lo que escribí, con lo que el Dr. Johnson llamó fría indiferencia, al juicio de ese 0.00000001 de la población estadounidense a la que le importan estas cosas. Coman este segmento dulzón o escúpanlo. Son libres.

Anthony Burgess. Noviembre de 1986.

[Pero el asunto no quedó zanjado allí: una página después la editorial tuvo la desfachatez de contradecir al autor y sacudirse la culpa de no publicar la novela completa en 1962.]

Nota del editor

Esta nueva versión estadounidense de A Clockwork Orange, como el autor la refiere en su introducción, es más larga por un capítulo: el final. Este capítulo fue incluido en la versión británica original pero omitido en la edición estadounidense y, por ende, en la versión fílmica de Stanley Kubrick. El autor y su editorial estadounidense —a la que deleita dar a este libro nueva y más larga vida— difieren en cuanto al recuerdo de si la omisión del último capítulo —que cambió de manera dramática el impacto del libro— fue una condición para publicarlo o una mera sugerencia hecha por motivos conceptuales. Cualquiera que sea la verdad, A Clockwork Orange es un clásico moderno que, por supuesto, debe estar disponible para los lectores de Anthony Burgess justo como él lo deseaba. Está hecho.

Eric Swenson. Diciembre de 1986

Snowpiercer

Snowpiercer - Imagen pública
Snowpiercer – Imagen pública

por E. J. Valdés

La primera vez que vi el avance de Snowpiercer pensé: “esto es una mierda”. Reconozco que me equivoqué; sin duda es una de las películas más interesantes que me he topado últimamente.

Este thriller de ciencia ficción es una producción sudcoreana de 2013 dirigida por Bong Joon-ho y estelarizada por Chris Evans, Song Kang-ho, Tilda Swinton, Jamie Bell, Octavia Spencer, John Hurt y Ed Harris. En un futuro distópico, el mundo entero se congeló tras un fallido intento por remediar el calentamiento global, aniquilando la vida casi por completo. Los remanentes de la humanidad viven ahora en un tren blindado que recorre una buena parte del mundo sin detenerse. Allí, su creador y propietario, el ministro Wilford, ha conseguido desarrollar un pequeño ecosistema dividido en estratos sociales, con las clases más afortunadas al frente, ocupando casi la totalidad del tren, y las más bajas aglomeradas en lo últimos vagones. Es precisamente en estos sucios rincones que Gilliam (Hurt), Curtis (Evans) y Edgar (Bell) han planeado minuciosamente una revuelta contra el régimen de Wilford y los suyos. Decididos a tomar la locomotora a como dé lugar con la ayuda de Namgoong Minsu (Kang-ho), en el camino no solamente descubren siniestras realidades en torno al tren y a sí mismos.

Snowpiercer - Imagen pública
Snowpiercer – Imagen pública

Snowpiercer es dos horas de suspenso y acción en un entorno limitado mas no por ello poco atractivo; conforme avanza la trama se nos revelan detalles sobre el funcionamiento e historia del tren así como de los eventos que orillaron a lo que quedó de la humanidad a refugiarse en él. Debo señalar, y subrayar, que la historia está magistralmente contada: el guión es imaginativo, ambicioso e inteligente; de principio a fin, la información y las sorpresas no paran de fluir. Los personajes, inusitadamente profundos, enriquecen bastante este pequeño mundo y en general están bien desarrollados; sobre todo es loable el trabajo de Chris Evans y su coestrella, Song Kang-ho, quienes vagón tras vagón pasan de la euforia a la desesperanza, de la ira al temor, de la sorpresa al vacío. La tensión y el misterio acumulados a lo largo de la proyección desembocan en un acto final impredecible y cargado de adrenalina.

Es una de esas cintas inteligentes en las que hay sobresaltos hasta para aventar, y eso se agradece. Al mismo tiempo, Snowpiercer es una enorme alegoría al modelo económico capitalista en su más cruda expresión. En serio: lo pone a uno a pensar.

Aunque el argumento se puede antojar pretencioso, Snowpiercer es una tremenda pieza de ciencia ficción y no puedo sino agradecer que me la hayan recomendado y así pueda también recomendarla a ustedes. Échenle un ojo ahora que está disponible en Netflix.

Náufrago marciano

Por E. J. Valdés

En algún lugar del mundo alguien escribirá que The Martian, con Matt Damon, es la misma película que Cast Away, con Tom Hanks, sólo que situada en Marte, y quizá incluso apunte con humor que ambos actores trabajaron juntos en Saving Private Ryan, donde también había que salvar al primero. No seré yo, pues solamente vengo a escribir una humilde reseña para los lectores de Cinco Centros.

The Martian es la adaptación al cine de la novela del mismo título de Andy Weir. Viene dirigida por Ridley Scott y cuenta con un reparto de estrellas empezando por Matt Damon, Jessica Chastain, Kristen Wiig, Jeff Daniels, Michael Peña, Kate Mara, Sean Bean, Sebastian Stan, Chiwelet Ejiofor y Donald Glover, entre otros. La cinta cuenta la historia del astronauta Mark Watney (Damon), miembro de una misión tripulada a Marte quien, tras una evacuación mal ejecutada, queda varado en el planeta rojo sin poder comunicarse con la Tierra y con limitados medios de subsistencia. Valiéndose de sus conocimientos científicos y los recursos que tiene a la mano, Watney se las tiene que apañar para sobrevivir solo en Marte, avisar a la NASA que sigue con vida y planear junto con ellos una misión de rescate que le permita volver a casa.

Esta película fue pronosticada como uno de los grandes blockbusters del otoño/cierre de año y no solamente ha vendido un montón de entradas, sino que ha sido ampliamente aplaudida por público y críticos, aunque tampoco ha estado exenta de una que otra pedrada. Tras haberla visto puedo decirles que es muy entretenida, que los efectos visuales son de primer nivel y que la narración hace mucho hincapié en lo que la ciencia y el ingenio pueden hacer por un personaje que se enfrenta a un escenario contra el cual tiene todas las de perder, y si bien Scott ha subrayado que fue la precisión científica la carta a la que la producción apostó todas sus fichas, es ésta también uno de los aspectos que más se han juzgado (¿se dan cuenta que últimamente sucede mucho a las cintas de este género?). Muchos de los experimentos que vemos en pantalla tienen un fundamento y se nos plantean totalmente factibles, sin embargo, cuando uno sale del cine y comienza a analizar los eventos de la historia con detenimiento hay un buen número de cosas que se antojan implausibles o descaradamente convenientes a la narrativa, pues la trama en general podría equipararse a una sucesión de eventos de lo más afortunada; Watney y sus rescatistas tienen al universo de su lado y a ratos parecieran tener una solución inmediata no solamente a todos los problemas que se les presentan, sino a una situación sin precedente en la historia de la humanidad. Y está bien, al fin y al cabo es una película de ficción cuya carga dramática, pienso, tiene la finalidad última de inspirar al espectador.

Algo que no puedo dejar de apuntar es el hecho de que la producción de The Martian quiere aprovechar el impulso que dieran Gravity e Interstellar al “cine espacial” en 2013 y 2014 respectivamente, y de hecho es bastante obvio el intento por capitalizar la popularidad de la segunda, que también contó con Matt Damon y Jessica Chastain en el reparto. Recordarán que en dicha cinta él también hizo a un astronauta varado en un planeta desierto, y el traje espacial que le vemos en esta película es muy parecido al que vistió en Interstellar hasta en el color…

Aunque no considero que sea la mejor película de ciencia ficción del año, The Martian está muy bien ejecutada, en general es muy disfrutable y hasta tiene momentos muy divertidos; incluso si se cuestiona su veracidad científica sale bien librada. ¡Ah! Y tiene una banda sonora de lo más “retro”, por adjetivar. En lo personal espero que esta cinta haya sido un buen calentamiento para Ridley Scott, quien en un par de años nos ofrecerá Alien: Paradise Lost; diría que más le vale redimir la franquicia con ese título, pero a mí sí me gustó Prometheus. Y QUÉ.

Una película de superación personal

 

Guten Tag, Ramón - Imagen Pública
Guten Tag, Ramón – Imagen Pública

por Carlos Morales Galicia

Lo primero que llamó mi atención de Guten Tag, Ramón fue el hecho de ser una coproducción entre México y Alemania, algo que no sucede con frecuencia en el cine de este país.

Sin embargo, es difícil no decepcionarse ante una película que pretende “no hablar de lo mismo” y ser una alternativa ante la violencia representada dentro de las películas nacionales. De acuerdo, no todos los cineastas tienen la destreza y sensibilidad para hablar acerca del horror sin banalizarlo, pero eso no quiere decir que deba ser ignorado.

Uno de los principales problemas de esta cinta es el guión. El primero de ellos surge al plantear que Ramón, el protagonista, fracasa por quinta vez en su intento por llegar a Estados Unidos. El personaje, presionado por todos los frentes, se niega a ingresar a las filas del narcotráfico y decide entrevistarse con un capo regional para que sus tierras le sean pagadas y lo consigue. No sin que esto represente la muerte de su amigo y así poder dar cuenta de cómo la gente del pueblo ha ido muriendo a consecuencia de la guerra.

La ingenuidad de Ramón lo lleva a utilizar el dinero obtenido para viajar a Alemania, en donde la tía de otro amigo lo espera. Al llegar a la casa y confirmar que la persona no está, comienzan los problemas para el joven mexicano, lejos de su hogar y en un país donde no entiende nada, en el que debe quedarse hasta que se cumpla el tiempo que estableció permanecer. Tras sufrir el robo de sus pertenencias, decide probar suerte afuera de un pequeño mercado y es aquí es donde inicia la telenovela: una noble anciana alemana decide ayudarlo, ofreciéndole un lugar (eso sí en el sótano) para que no sufra las inclemencias del tiempo.

Si bien, Guten Tag, Ramón tiene algunos pasajes de humor, la esencia no deja de ser melodramática y acá se contradice: “no quiere hablar de lo mismo” pero termina haciéndolo no de una, sino de muchas maneras. El protagonista se ve obligado a poner en práctica “el ingenio mexicano” para sobrevivir en Alemania, aunque para estas instancias ya da lo mismo el país en el que se encuentre, todo lo puede mientras encuentre picante y él le ponga sabor a las cosas.

Guten Tag, Ramón - Imagen Pública
Guten Tag, Ramón – Imagen Pública

Existen breves momentos en donde la cinta respira, por ejemplo cuando el personaje de Ingeborg Schöner les dice al resto de los vecinos que permanecer tanto tiempo encerrados en sus departamentos, los hace ser unos desconocidos, situación que se torna peligrosa en caso de una emergencia.

Desafortunadamente, el chantaje emocional del director Jorge Ramírez Suárez se vuelve más agudo en la escena de la cena: hacer que los personajes principales se cuenten sus vidas y lloren, aunque ninguno entienda lo que el otro dice. Mientras él platica sobre lo difícil que resulta ayudar a su familia; la mujer decide contar el momento más trágico de su vida: renunciar al compromiso matrimonial cuando descubre que su pareja había pertenecido al partido nazi. Como si le hicieran falta más clichés a la cinta.

Si bien, la película no tenía fines “intelectuales”, considero poco ético que quieran seguir insultando la inteligencia de los espectadores a través de este tipo de entretenimiento. La idea de que dos personas puedan establecer una relación a pesar de no entenderse mediante la lengua pudo ser interesante, pero se pierde ante los vicios del director. El más grave es seguir pensando al mexicano como mero elemento folclórico, como algo chistoso; una pieza que llega a embonar en cualquier lugar por el simple hecho de tener alegría y constancia.

No dudo que Guten Tag, Ramón seguirá siendo una de las cintas más taquilleras y seguramente estará presente durante la cena de navidad o año nuevo, porque al parecer la idea que tenemos sobre el mexicano que triunfa sigue siendo la odiosa, pero vigente, superación personal.

Ida, perdida y desaparecida

Gone girl - Imagen pública
Gone girl – Imagen pública

por E. J. Valdés

Gone Girl es el más reciente largometraje dirigido por David Fincher, adaptado de la novela homónima de Gillian Flynn. Viene estelarizada por Ben Affleck, Rosamund Pike (en la que podría ser la mejor interpretación de su carrera) y Neil Patrick Harris en un rol menor. La premisa de la cinta es obscura desde los avances, pues la campaña publicitaria, aunque de tamaño considerable, deliberadamente omitió revelar muchos detalles de la trama para crear e intensificar una atmósfera de misterio en torno a la película. Y vaya que lo consiguieron: cuando entré a verla no tenía idea de qué trataba o qué esperar, y eso me pareció fascinante, pues las sorpresas (que son muchas) son más sorprendentes y los giros inesperados giran más inesperadamente, lo cual es llamativo (y arriesgado) en una época en la que seis de cada diez filmes juegan sus mejores cartas en el trailer o, en algunos casos, cuentan toda la historia entre desvanecimientos. Y, por cuestionable que resulte, Gone Girl se abalanza en pos del misterio a partir de una premisa que se antoja ordinaria: Nick Dunne (Affleck) y su esposa Amy (Pike) son el matrimonio estadounidense perfecto, o cuando menos eso aparentan hasta que, el día de su quinto aniversario, Amy desaparece súbitamente. Siendo ella la inspiración de Amazing Amy, un querido personaje literario infantil, el caso atrae la atención de la comunidad y de los medios nacionales, y pone bajo escrutinio a un Nick que pareciera no estar preocupado por la desaparición de su esposa, sino todo lo contrario. Las sospechas obvias surgen, pero en Gone Girl (y apúntenle bien) nada es lo que parece, y la investigación conducida tanto por la policía, el propio Nick y Desi (Harris), el ex de Amy, revelan cuestiones cada vez más siniestras y retorcidas que, neta, lo tienen a uno en la orilla del asiento, mordiéndose las uñas y aguantándose las ganas de hacer pipí hasta el final.

Gone girl - Póster
Gone girl – Póster

Así de buena está la película y no tengo inconveniente en afirmar que aquí encontramos a Fincher como lo vimos en Se7en o en la muy menospreciada Zodiac; sombrío, cauteloso, paciente, dosificando la información con tacto y cambiando el panorama bruscamente cuando ya nos sentimos cómodos o creemos saber de qué van las cosas. Las actuaciones, quizá salvo por la de Harris, son de primer nivel, y uno que es fanboy no puede evitar pensar que Affleck quiere que lo compremos como Batman con este papel; me sostengo escéptico, pero ya veremos. Quizá los puntos débiles de la película sean su duración (casi tres horas y de pronto se siente lenta), la presencia de personajes que en realidad no aportan mucho a la historia y ciertos momentos cerca del final que, aunque culminantes, estoy seguro dejarán a más de un confundido o con mal sabor de boca. Serán los menos, sin embargo. Así que vayan a verla si aún la encuentranen el cine y no dejen de echarle un ojo (o una oreja) a la banda sonora que, como ya se hizo bonita costumbre, viene compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross.

Cero que me influye

SOUTH PARK-IMAGEN PÚBLICA
SOUTH PARK-IMAGEN PÚBLICA

por Carolina Vargas

Soy una persona simple ¿ya se los había dicho? No me tiro para que me levanten, es la realidad. Me cuesta trabajo todo lo que tenga la leyenda “abre fácil” en su etiqueta, mi computadora tiene al menos 6 programas de reproducción de audio y video que nunca he utilizado, de vez en cuando envío cartas personales por correo regular para asombro e incredulidad de los empleados de la oficina postal, camino para no tomar el autobús, un cono de Mc Donald’s me levanta el ánimo sin importar lo mal que me sienta y creo que en términos generales conservo una sana capacidad de asombro. Sin embargo esta simplicidad me ha traído un par de inconvenientes.

Hace un par de días descargue una película en mi computadora, descargar música o videos no es algo que acostumbre, prefiero hacerlo todo en línea; sin embargo me vi en la necesidad de romper ese esquema y fue justo ahí donde comenzaron mis problemas.

Nunca he sido una fanática de la tecnología, como lo dije al principio tengo programas instalados en mi computadora que no sé para qué sirven, lo mismo sucede con mi teléfono. Hace años aprendí un poco de programación pero ya era obsoleta incluso para esa época, la tecnología no es lo mío. Tenía muchas ganas de compartir esa película con alguien a quien quiero mucho, pero la opción de verla en línea es complicada, así que decidí bajarla, es una película francesa por lo cual los subtítulos también eran descarga obligada; cuando por fin se completó la descarga de la peli y según yo le añadí los subtítulos, corrí la cinta y me di cuenta que estos últimos no estaban, lo intenté varias veces y no pasaba nada; vi algunos tutoriales por internet para agregarlos, descargue programas para edición y nada, algo tan sencillo y aún no puedo conseguirlo.

Me decepcioné un poco de mi falta de pericia y me avergüenza reconocerme incapaz de hacer una cosa tan sencilla. Le conté a un amigo mi triste experiencia y de manera muy amable quedó de ayudarme con eso un día de estos, así que sigo sin poder ver la cinta en compañía de mi otro amigo el cual cree que lo estoy cuenteando y que se me olvidó descargar la película que le prometí.

SOUTH PARK-IMAGEN PÚBLICA
SOUTH PARK-IMAGEN PÚBLICA

Quizá la respuesta sea mucho más sencilla de lo que parece y lo que realmente necesito es desconectarme de la tecnología un buen rato, meses, años o toda la vida. Vale ya sé que no es para tanto, pero muchísima gente vive perfectamente bien sin tener acceso a internet, tablets, celulares, etc. Yo no puedo ausentarme una semana de Facebook sin que me envíen un par de patrullas y a MP para saber si sigo viva –ver entrada anterior “Facepuke”- pero la verdad es que ahorita daría lo que fuera por deshacerme de la frustración de una película sin compartir, una computadora con un virus producto de mi descarga fallida que además de poner pendeja a mi compu no me permitía utilizar el navegador de internet, y la cerecita del ciberpastel es que el ventilador de la lap agoniza y hay que darle su terapia de choque…qué mamadas. Lo del virus ya pude resolverlo pero de nada sirvió porque no entendí la mitad del dictamen que me dio el técnico sobra decir la cara de pendeja que puse.

Una cosa como esa no debería tener mayores consecuencias en mi vida, hay talentos o habilidades que nos están negados, quizá mi frustración se debe a que, mientras veía un sinfín de tutoriales lo hacían ver tan sencillo que me creí capaz de hacerlo, pero no fue así. Tengo poca tolerancia hacia la frustración, sentirme torpe es algo que me desespera  y me deprime, creo que esto se lo debo a mis altas dosis de neurosis adquiridas desde la infancia.

Torpe, me siento torpe, más allá de no poder descargar unos subtítulos, me siento torpe cuando cualquier cosa por muy pequeña que sea se me sale de control y me vulnera, sentirme como perro lampareado en el periférico es algo que a nadie le gusta pero la diferencia es que muchas personas pueden manejar bien esa situación, a mí me cuesta más trabajo porque no soy un perro cualquiera, soy un perro de aguas que puede mearse con el sonido de un carrito de camotes.

El olvido

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos-Especial
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos-Especial

por Andrea Garza Carbajal

Siguiendo el río Aqueronte en lo profundo del Hades, por donde la barca de Caronte, el que guía las almas de los muertos transita, hay una desviación, un brazo del río que adquiere un nombre y función diferente, Leteo, el río del olvido. Sumergirse en sus aguas significa olvidar todo lo pasado,  una vida borrada en un momento. A estas aguas mitológicas sólo tienen acceso las sombras de los muertos griegos, para los vivos está vedado. Sólo aquellos cuya vida está acabada se sumergen  para emerger a un nuevo inicio. Pero si algún Hércules o un Sísifo pudieran traer del inframundo un vaso de aguas de Leteo para el que se dijera más desdichado y con una existencia llena de desventuras, ¿lo tomaría?

El olvido total no parece algo deseable; aquellos que sufren pérdida de memoria también pierden la identidad, y eso difícilmente alguien lo aceptaría de forma voluntaria. A muchos de nosotros nos gustan los inicios, pero una nueva vida sin memorias no podría representar ninguna ventaja sobre la anterior ya que se carecería de referentes o aprendizaje.

Nadie podría afirmar que todas sus memorias son malas y por tanto merezcan ser borradas. Pero tal vez sí estaría dispuesto a deshacerse de algún momento traumático o simplemente desagradable. Eso significaría ahorrarse horas de psiquiatras, psicólogos, medicamentos, pesadillas, etc., no existiría ningún tipo de cicatriz emocional y habría una sociedad utópicamente sana aunque olvidadiza. Pero si tal opción estuviera en las posibilidades de todas las personas, buena parte de ellas elegiría borrar sus recuerdos de la forma más estúpida y visceral. Así sería porque muchas de nuestras decisiones están guiadas meramente por algo tan inestable como los sentimientos pasionales.

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos2-Especial
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos2-Especial

En la película de Charlie Kaufman: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, un hombre que ha tenido una fuerte discusión con su novia, la busca para reconciliarse, pero ella parece no reconocerlo, después se enterará que ella ha ido a una clínica especializada en borrar recuerdos y lo ha borrado de su memoria, él, dolido e incrédulo acude a la clínica para someterse al mismo tratamiento y olvidarla. El protagonista transitará por cada una de las memorias con ella, como en un largo sueño, y poco a poco revalorará la relación sin saber si su arrepentimiento llega demasiado tarde para un proceso que ya no es reversible. El mensaje es claro, construimos memorias con aquellos que amamos, pero en algún punto, esta unión rebasa recuerdos u olvidos.

Si el olvido voluntario fuera posible, sería tentador pero innecesario, porque lo cierto es que las relaciones intrascendentes poco a poco se van difuminando y las que en algún momento parecieron lo más importante, el tiempo se encarga de desmentirlo, los nuevos inicios se encuentran sin necesidad de tomar aguas para olvidar o asistir a clínicas especializadas. Sin embargo, las memorias de un amor interrumpido abruptamente siempre son dolorosas y, a veces, olvidarlas parece demasiado largo.

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos3-Especial
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos3-Especial

En el filme, mientras se olvida crece el arrepentimiento por hacerlo, una mala decisión fabricada en un momento de despecho, además, ¿de qué servirían las experiencias si no serán recordadas? y si pudiéramos olvidar voluntariamente, tal vez  aquello que olvidemos, algún sitio recóndito de nosotros lo echará de menos, aunque sea para que no nos volvamos a topar con ello en un futuro o por el contrario, lo hagamos de nuevo, eso depende de cada quién.

Todos estamos condenados a lo mismo, en nuestra muerte, aunque de una forma gradual, nuestra memoria será olvidada, no por nosotros, sino por aquellos que nos conocieron y que también irán desapareciendo hasta que el testimonio de una generación completa se desvanezca, y quizá todos esos recuerdos de vidas pasadas, con sentimientos y vivencias que ahora nada significan, se hallen en el inframundo mezclándose entre las aguas de un río al que todos en algún momento, nos sumergiremos.