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Libros que ayudan

Por María Mañogil

No me atrevería a hacer una crítica de algo que no conozco; no sería una crítica objetiva, ya que mi opinión estaría determinada por la opinión de otros y por mi afinidad con ellos y no por la lógica y por el mensaje que me transmitiera lo que esté leyendo, viendo o escuchando.

Creo que para tener un mal concepto sobre algo hay que conocerlo primero y me parece absurdo y poco creíble asegurar que conozco a la perfección lo que no me atrevo ni a tocar porque me provoca rechazo en cuanto lo tengo al lado.

Nunca he comprado ninguno, pero en mis manos han caído de vez en cuando algunos de esos libros a los que a alguien se le ocurrió llamarlos de autoayuda.

Los he leído. Ahora ya me considero en condiciones de hacer una crítica sobre ellos y también sobre sus autores.

En primer lugar, la única explicación que he encontrado para que se les denomine así es que quienes los escriben lo hacen para convencerse a si mismos de que los lectores van a creer lo que no se creen ni ellos y así su autoestima. Ésa de la que tanto hablan se verá multiplicada gracias al reconocimiento de sus “seguidores”, que a su vez se convencerán también de que están siendo ayudados y de que acaba de elevarse también la suya gracias a las palabras del escritor.

Imagino que cuando alguien no se valora lo suficiente, intentar que otros piensen que su vida es una mierda debe ayudar bastante.

A mí me encantan esos libros y quienes los escriben más (también me gusta reciclar basura, no sé si eso debe tener algún tipo de relación).

Cuando los leo siento por momentos que en verdad mi vida es una mierda y que debería hacer algo por cambiarla y eso me provoca una cierta admiración tanto hacia quienes escriben esos libros como hacia quienes me los prestan con esa intención: ellos han mejorado sus vidas y están intentando ayudarme. Sin éxito de momento.

Me pregunto siempre dónde radica el motivo de mi fracaso si yo estoy leyendo lo mismo que los demás y he comprendido que el truco está precisamente en no pensar lo que se está leyendo, creerlo todo como un acto de fe y no preguntarse si será cierto o no. Por eso entiendo que yo no soy una buena lectora de esos libros. Tengo la mala costumbre de pensar a la vez que leo.

No es el escritor quien está fallando, soy yo y esa manía que tengo de cuestionarme todo y de buscar incoherencias donde nadie más las encuentra.

Una de las frases que más me llaman la atención y que es común a todos los escritores que han optado por este género es la que habla sobre las claves para conseguir la felicidad y en las que se incluye el aceptarse como uno es.

Yo no puedo aceptarme como soy y ser feliz al mismo tiempo. La razón es muy simple: yo no soy feliz siempre y sin embargo soy siempre la misma persona.

Otra frase: “Nuestra actitud es más importante que nuestras circustancias”.

Nadie me puede asegurar que mi actitud ante los problemas me vaya a ayudar a la hora de resolverlos, ya que las diferentes situaciones en las que me voy a encontrar a lo largo de mi vida no dependerán exclusivamente de mí. Por lo tanto, mi actitud no será la única que influya en ellas.

Además, la actitud es algo que vamos modificando a cada momento y no necesariamente tendremos la misma en idénticas circustancias.

No importa lo que nos hagan creer. Todos sabemos que es así por experiencia propia, pero está bien que alguien a quien no conocemos y que no nos conoce de nada, que cuya vida no sabemos si será más triste y más vacía que la nuestra. Ya sea que nos diga lo contrario y nos dé una fórmula mágica para saber comportarnos, para querernos más y para ser más felices.

A mí no me sirve esa fórmula, pero puedo entender que a alguien sí le funcione. Si algo me ha gustado de esos libros es que me siento un poco la protagonista de todos ellos.

Me veo reflejada en cada párrafo como el ejemplo de personalidad que nadie debería tener, la pauta de conducta que no hay que seguir y la imagen en la que se refleja cada error que se debería corregir. Y eso hace crecer mi ego y deja fluir la parte de mí que se supone que no debería mostrar a nadie, ese lado vanidoso que se contradice con lo que ha escrito el autor mientras me aconseja que debo ser más humilde para ser más feliz.

Cada vez que leo una frase en esos libros me convenzo más a mi misma de lo mala persona que soy.

Me siento bien leyéndolos porque yo sí he aceptado que mi autoestima va a estar por los suelos un día y al siguiente no, que voy a ser inestable hasta el día en que me muera, que no me comportaré de una forma asertiva en todo momento, que no educaré a mis hijos como la madre perfecta que no quiero ser, que me enfadaré con mi pareja y la haré sentir mal sin ningún motivo, que le hablaré mal a un amigo y decargaré mi ira contra él y que cometeré tantos errores que será imposible pedir disculpas por todos.

Sé que yo y otras personas como yo somos la inspiración para muchos autores de los libros de autoayuda y me siento en deuda con ellos.

Nunca me gastaré un céntimo para comprar ninguno de esos libros para así seguir alimentando esa actitud egoísta que me caracteriza y les siga sirviendo de inspiración a sus autores, pero seguiré leyéndolos cada vez que un alma caritativa me los preste y seguiré recomendando a otras personas que también los lean.

Creo que todo lo que se escribe merece ser leído, aunque sólo sea para subir la autoestima del escritor. La mía subirá y bajará dependiendo del pie con el que me levante, como siempre y nunca después de leer un libro en el que se me explique cómo debo comportarme, lo que debo sentir o lo que debo cambiar para ser feliz.

Debe haber de todo en el mundo y a mí me ha tocado ser así de estúpida y de infeliz, pero me acepto como soy y eso demuestra que aprendí algo de esos libros.