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My sweetest friend: el adiós de Trent a David

Trent Reznor es un artista muy menospreciado. No me mal interpreten: me queda claro que es bastante famoso y que Nine Inch Nails tiene una sólida base de fans alrededor del mundo. Sin embargo, siento que él no es una figura sobre la que se vierta una adoración incondicional como la que reciben otras luminarias del rock. Lo cual no es del todo malo, pues significa que la admiración que despierta es mucho más cruda; mucho más auténtica.

En 1994 alguien fotografió un graffiti perdido en algún lugar de los Estados Unidos que rezaba Trent Reznor is god, y pienso que muchos de los que tuvimos una copia de The Downward Spiral en aquella década apoyábamos la declaración. Es un creador tremendo. Durante su carrera ha trabajado con algunas de las más legendarias figuras de la industria: Dave Grohl, Marilyn Manson, Peter Murphy, Elton John, Atticus Ross y Scott Weiland son sólo algunos de los nombres con los que se le asocia. El hombre ha musicalizado lo mismo videojuegos que largometrajes, e incluso ganó un Academy Award por lo último. Sin duda, una de sus colaboraciones más interesantes fue con David Bowie; juntos hicieron la gira Outside entre 1995 y 1996, y en 1997 grabaron I’m Afraid of Americans para Earthlings, el álbum de Bowie. También hay por allí algunas interesantísimas entrevistas que dieron los dos a diversas televisoras. Era evidente la sincronía que alcanzaban en el plano artístico, y Reznor jamás ocultó la gran admiración que sentía por el camaleón británico.

David Bowie y Trent Reznor - Imagen pública
David Bowie y Trent Reznor – Imagen pública

Por eso, cuando me enteré que David Bowie había muerto, el primer sitio que consulté en todo el Internet fue el de Nine Inch Nails. Luego, su página en Facebook y, por último, Twitter. Pensé que, si alguien tenía algo que decir al respecto, ése sería Trent Reznor. Pero su primera declaración no llegaría sino más de quince días después: el 26 de enero Rolling Stone publicó en su portal una anécdota que Reznor compartió por teléfono a Patrick Doyle sobre la época en que trabajó con Bowie y cómo, gracias a su influencia, salió de una racha de depresión, alcohol y drogas que lo mantuvo lejos de los escenarios hasta que publicó The Fragile en 1999. Este testimonio formará parte de un número especial de la revista que rendirá tributo a David Bowie en febrero, y desde que supe que estaba allí afuera, al alcance de cualquier surfista de la red, supe que tenía que traducirlo y traerlo a este espacio. Así que aquí lo tienen. This one’s on me, como diría Trent.

Trent Reznor recuerda cómo David Bowie le ayudó a alcanzar la sobriedad

Para mí, todo álbum de Bowie tiene su propia colección de recuerdos. Allá por el apogeo de los discos, acudía a casa de mi amigo para escuchar su colección de álbumes en su sótano. Scary Monsters fue el primero con el que me sentí identificado. Entonces fui un poco más atrás y descubrí la Trilogía de Berlín, que fue un gran impacto. A principios de los 90, cuando me encontraba en el escenario frente al público, entraba en un estado de completa obsesión con Bowie. Leí todas las migas que dejaba en el camino —las pistas en sus letras, que se revelaban con el tiempo, las fotografías crípticas, los artículos en revistas— y creé y proyecté lo que él significaba para mí. Su música en verdad me ayudó a identificarme y descubrir quién era en realidad. Él fue una tremenda inspiración en términos de lo que era posible, de lo que el rol de un artista podía ser, de que no hay reglas.

Entonces, a mediados de los 90, él se acercó a mí y me dijo: “Trabajemos y hagamos una gira juntos”. Es difícil expresar cuán surreal y valiosa fue la experiencia de la gira Outside: conocer al hombre en persona y descubrir, para deleite mío, que sobrepasaba cualquier expectativa que pudiera haber tenido. El hecho de que fuera este personaje grácil, carismático, feliz y temerario se convirtió en un nuevo foco de inspiración para mí.

En uno de nuestros primeros encuentros, durante los ensayos, hablábamos sobre cómo iría la gira. Me enfrenté a un extraño predicamento: en ese momento habíamos vendido más boletos juntos de los que él vendió por su cuenta en Norteamérica. Y no había manera sobre la Tierra en que David Bowie abriera los conciertos para mí. Incluso encima de eso, dijo: “Sabes, no voy a tocar lo que todo mundo espera que toque. Recién terminé un nuevo y extraño álbum. Y tocaremos algunos fragmentos selectos de cosas del estilo de la Trilogía de Berlín y del nuevo disco. No es lo que la gente querrá escuchar, pero es lo que yo necesito hacer. Y ustedes, muchachos, nos van a asombrar cada noche”. Recuerdo haber pensado: “Vaya, estoy atestiguando de primera mano la intrepidez de la que he leído”.

Encontramos una manera de dar sentido al show, una en la que todo se sentía como una experiencia única. Tocábamos por nuestra cuenta, y luego David se nos uniría e interpretaría “Subterraneans” con nosotros. Luego saldría su banda y tocaríamos todos juntos, y más tarde mi banda se retiraría. Uno de los más grandes momentos de mi vida fue estar en el escenario junto a David Bowie mientras él cantaba “Hurt” conmigo. Estaba fuera de mí mismo, pensando: “estoy compartiendo el escenario con la mayor influencia que haya tenido, y está interpretando una canción que escribí en mi habitación”. Fue un momento sencillamente asombroso.

La reacción a él fue templada a lo sumo. En un concierto de rock llevado a cabo durante el verano, en un anfiteatro a puerta abierta, la gente con treinta y dos onzas de cerveza encima seguro que hubiese preferido escuchar “Changes” antes que una instalación artística en el escenario. Él hacía lo que quería. Eso causaba una impresión. Y pienso en ello cada vez que voy a pedirles su atención o su dinero de alguna manera.

David Bowie y Trent Reznor - Imagen pública
David Bowie y Trent Reznor – Imagen pública

En esa gira, para ser honesto, yo era un desastre. Aquel fue el pico de la recién hallada nave hacia la fama de Nine Inch Nails. Distorsionó mi personalidad y fue abrumador: lidiar con todo mundo tratándote diferente, pasar de no poder pagar la cuenta del gas a presentarte en arenas llenas de personas que creen que te conocen. La línea entre el tipo en el escenario y el que solías ser comienza a hacerse borrosa. Mi manera de enfrentar la vida era entumecerme con alcohol y drogas, pues ello me hacía sentir mejor y más equipado para lidiar con todo. Mi carrera iba en ascenso, pero el andamio que me sostenía como persona empezaba a colapsar. No estaba del todo consciente de lo mal que las cosas se ponían, pero sabía, en mi corazón, que me hallaba en un camino insostenible, imprudente y autodestructivo.

Cuando conocí a David, él ya había pasado por eso. Y estaba contento. Estaba en paz consigo mismo, con una esposa increíble, claramente enamorado. Hubo ocasiones en las que los dos estuvimos a solas y me dijo algunas cosas que no eran regaños, sino pedazos de sabiduría que se adhirieron a mí: “Sabes, hay un mejor camino hasta aquí, y no tiene que terminar en la desesperanza o la muerte, en el fondo”.

Un año después, toqué fondo. Una vez que me desintoxiqué, sentía una tremenda vergüenza por mis acciones, por la oportunidades que perdí y por el daño que ocasioné en el pasado. Y pensé en aquel tiempo que pasamos juntos e imaginé cómo hubiera sido de haberme encontrado al cien porciento. El video de “I’m Afraid of Americans” encaja en esa categoría de mis peores momentos —fuera de mí y apenado de quién era entonces—. Así que, cuando lo veo, tengo sentimientos encontrados: gratitud por haberme involucrado, halagado por ser parte de ello, pero repugnado de mí mismo, de la persona que era, y deseando haber estado entero. Y eso me fastidiaba.

Unos años después, Bowie vino a Los Ángeles. Yo llevaba sobrio un buen rato. Quería agradecerle la manera en que me había ayudado. Y a regañadientes fui tras los bastidores, sintiéndome extraño y avergonzado, como: “Eh, soy aquel tipo que vomitó en el tapete”. Y, una vez más, fui recibido con calidez, gracia y amor. Y comencé: “Eh, escucha, he estado limpio por…” Creo que ni siquiera terminé el enunciado; recibí un gran abrazo. “Lo sabía. Sabía que lo harías. Sabía que saldrías de ello”. Siento calosfríos nada más pensar en eso ahora. Fue otro momento muy importante en mi vida.

No creí que hubiésemos llegado al final. Se siente como la pérdida de un mentor, una figura paterna, alguien que cuidaba de ti, que te recordaba que, en un mundo donde la barra parece estar cada vez más abajo, donde la estupidez ha echado raíces, hay espacio para la excelencia y la visión intransigente.

Ida, perdida y desaparecida

Gone girl - Imagen pública
Gone girl – Imagen pública

por E. J. Valdés

Gone Girl es el más reciente largometraje dirigido por David Fincher, adaptado de la novela homónima de Gillian Flynn. Viene estelarizada por Ben Affleck, Rosamund Pike (en la que podría ser la mejor interpretación de su carrera) y Neil Patrick Harris en un rol menor. La premisa de la cinta es obscura desde los avances, pues la campaña publicitaria, aunque de tamaño considerable, deliberadamente omitió revelar muchos detalles de la trama para crear e intensificar una atmósfera de misterio en torno a la película. Y vaya que lo consiguieron: cuando entré a verla no tenía idea de qué trataba o qué esperar, y eso me pareció fascinante, pues las sorpresas (que son muchas) son más sorprendentes y los giros inesperados giran más inesperadamente, lo cual es llamativo (y arriesgado) en una época en la que seis de cada diez filmes juegan sus mejores cartas en el trailer o, en algunos casos, cuentan toda la historia entre desvanecimientos. Y, por cuestionable que resulte, Gone Girl se abalanza en pos del misterio a partir de una premisa que se antoja ordinaria: Nick Dunne (Affleck) y su esposa Amy (Pike) son el matrimonio estadounidense perfecto, o cuando menos eso aparentan hasta que, el día de su quinto aniversario, Amy desaparece súbitamente. Siendo ella la inspiración de Amazing Amy, un querido personaje literario infantil, el caso atrae la atención de la comunidad y de los medios nacionales, y pone bajo escrutinio a un Nick que pareciera no estar preocupado por la desaparición de su esposa, sino todo lo contrario. Las sospechas obvias surgen, pero en Gone Girl (y apúntenle bien) nada es lo que parece, y la investigación conducida tanto por la policía, el propio Nick y Desi (Harris), el ex de Amy, revelan cuestiones cada vez más siniestras y retorcidas que, neta, lo tienen a uno en la orilla del asiento, mordiéndose las uñas y aguantándose las ganas de hacer pipí hasta el final.

Gone girl - Póster
Gone girl – Póster

Así de buena está la película y no tengo inconveniente en afirmar que aquí encontramos a Fincher como lo vimos en Se7en o en la muy menospreciada Zodiac; sombrío, cauteloso, paciente, dosificando la información con tacto y cambiando el panorama bruscamente cuando ya nos sentimos cómodos o creemos saber de qué van las cosas. Las actuaciones, quizá salvo por la de Harris, son de primer nivel, y uno que es fanboy no puede evitar pensar que Affleck quiere que lo compremos como Batman con este papel; me sostengo escéptico, pero ya veremos. Quizá los puntos débiles de la película sean su duración (casi tres horas y de pronto se siente lenta), la presencia de personajes que en realidad no aportan mucho a la historia y ciertos momentos cerca del final que, aunque culminantes, estoy seguro dejarán a más de un confundido o con mal sabor de boca. Serán los menos, sin embargo. Así que vayan a verla si aún la encuentranen el cine y no dejen de echarle un ojo (o una oreja) a la banda sonora que, como ya se hizo bonita costumbre, viene compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross.